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Sostuvo el lehendakari Imanol Pradales en el foro Expectativas Económicas de EL CORREO y Santander que la variable de población incide directamente en el crecimiento del PIB, por lo que resulta necesario atraer migración. «De hecho, está viniendo de manera sostenida los últimos cinco años -prosiguió- porque la economía vasca lo requiere en multitud de actividades, más o menos cualificadas». Y es que solo hay que ver al Athletic para darse cuenta de la importancia que está cobrando en nuestra sociedad la presencia de personas de origen extranjero. Así, a bote pronto, media docena de jugadores de su primera plantilla, que de 27 no es baja proporción, ciertamente. Y no cabe duda de que suponen un considerable aporte al club.
Parece obligado estar de acuerdo con el lehendakari. También cuando insiste en que ello exige trabajar en «la integración y la inserción de estas personas». Efectivamente. Donde difiero, en parte, es cuando cita al empleo como el elemento fundamental de integración. No porque no entienda su carácter esencial, sino porque la educación cuenta con una importancia pareja que no mencionó. Y eso que el espacio educativo puede facilitar no solo la inserción laboral, sino también la cohesión social. Puede, que no significa que lo haga. Y en Euskadi, no lo hace.
A los datos me remito, a esos que no le enseñan. El primero: nuestro diferencial de rendimientos entre estudiantes de origen autóctono y extranjero es el más alto de España. Pese a que el entorno familiar del alumnado extranjero aquí no es distinto al de otras comunidades autónomas, ni su número mayor. El segundo: la diferencia de rendimiento de los estudiantes nacidos aquí o fuera es la segunda más baja en la competencia matemática, que es en la que mejor estamos, según la última edición de PISA. Quienes llegan no progresan suficientemente, y los hijos e hijas de quienes han llegado tampoco.
Estos resultados son fruto del doble error que arrastramos. Por una parte, el que sufren todos los estudiantes (el declive es claro también entre el alumnado autóctono), pero que los foráneos pagan más porque cuentan con menos recursos para sortear una política educativa y lingüística equivocadas. Por otra parte, porque soportan otra segregación visible, constatada y creciente, de la que nos han advertido reiteradamente aquí, aquí o aquí, por ejemplo.
Lo que ocurre en Euskadi es que el propio modelo es segregador y estimula la 'huida blanca' que relata Michelle Obama y que nos parece muy lejana pese a ser tan cercana. Con importantes consecuencias en el desarrollo y aprendizaje de todos los estudiantes. Sí, de todos. Y nuestra respuesta no puede quedarse en un baile de programas coyunturales, o en intentar equilibrar la presencia de alumnado autóctono y foráneo en los centros… a 15 años vista. Incluso el grupo que asesoró al Gobierno vasco para elaborar un nuevo mecanismo de admisión de alumnado planteaba implementar asimismo «medidas de tipo regulativo, financiero, de planificación educativa y de gestión de la escolarización».
No vale dar lo mismo a quienes abordan distintas situaciones pensando que tienen los mismos problemas. Es imprescindible gestionar de una manera radicalmente distinta. De entrada, proporcionando apoyo estructural, no puntual, a quien ya escolariza mayor número de alumnado inmigrante. Al igual que es necesario ayudar a todos los centros educativos para que puedan afrontar lo que no sabían siquiera que existía. Sin buenismos, que esto no es nada fácil.
Encadenada a sus dogmas, la educación vasca no puede facilitar progresar a los estudiantes con diversos orígenes nacionales, que cada vez serán más (en un tercio de los nacimientos en Euskadi, la madre tiene otra nacionalidad). Además de injusto, el desperdicio de talento es enorme y el problema social que genera, gravísimo. La integración e inserción de la población de origen extranjero que reclama el lehendakari también pasa, y muy especialmente, por no olvidar el sistema educativo. La cantera.
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