Decenas de malienses solicitantes de asilo llevan semanas durmiendo en la calle en San Sebastián
Huyen de la guerra en Mali y en su mayoría han sido expulsados de Francia, y ahora se hallan sin techo ante la ardua burocracia para poder solicitar protección internacional
Oskar Ortiz de Guinea
San Sebastián
Viernes, 11 de julio 2025, 12:38
Oumar, Djibrli, Sedou, Sikou, Foussen... Como ellos, varias decenas de malienses viven y duermen desde hace unas semanas en la calle en San Sebastián. Algunos ... incluso llevan dos o tres meses asentados en la plaza Cofradías Donostiarras del barrio de Amara, en la zona de Mutualidades, a la espera de poder resolver su situación administrativa. Su futuro, su vida. Huyen de la guerra que estalló en su país en 2012 y se intensificó hace tres años. Y como hicieron antes miles de sirios, afganos o ucranianos, buscan protección internacional en el Estado español. Pero los trámites para ello son farragosos, y mientras se ven condenados a dormir sobre unos cartones o un colchón. «Queremos lo que quiere cualquier persona: tener un hogar, un trabajo y una familia. Llevamos dos meses en la calle, y parece que vamos a seguir un tiempo así. Aunque nos hemos encontrado personas que nos ayudan, que nos dan un pan o unas galletas para comer, esto es indigno», lamentan, casi a coro.
No están en Amara por azar, sino por una doble razón. Por un lado, porque San Sebastián está próxima a la muga con Francia, país del que procede la mayoría al haber salido expulsados o de 'motu propio' al comprender que en el país galo siempre iban a ser unos 'sans papiers' –según el Tratado de Dublín, las peticiones de asilo en la UE deben hacerse en el país de entrada a Europa, en este caso España, ya que accedieron en patera por Canarias o el estrecho de Gibraltar–. Y por otro, porque a la vuelta de la esquina, en la calle Amezketarrak, está la oficina de CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado), que les ayuda con el papeleo.
«Nosotros somos la puerta de acceso al sistema de acogida, porque para acceder a la petición de refugio tienen que pasar por nosotros», explican desde CEAR Euskadi. El problema es que «hay cierto colapso en el sistema, aunque se está intentando acelerar», y la burocracia se alarga. Y mientras, se hallan en riesgo de exclusión social en Amara, donde el vecindario se ha familiarizado con su presencia, e incluso es frecuente ver a niños con la camiseta de la Real jugando al balón con estos malienses, varones con edades de entre 22 y 35 años. «No tenemos otra cosa que hacer –confiesan ellos–: estar con el móvil, escuchar música, jugar a cartas, aprender español... Es vital aprender el idioma para poder comunicarte e integrarte en una comunidad. Queremos quedarnos aquí», explica Sikou D., de 33 años, que ruega en una especie de 'francastellano' que «no français, habla en espagnol, si no no aprendo».
«Es una situación insostenible»
Fue en marzo cuando CEAR tuvo constancia en su oficina de un goteo de llegadas de malienses. Pero el flujo fue a más hasta formarse hace unas semanas este asentamiento que actualmente ronda las 60 personas, aunque la cifra fluctúa. «Algunos llevarán un mes, dos o tres en la calle, pero hay una rotación, porque en la medida que se van librando plazas en un recurso, se van ocupando con otra de estas personas», apuntan en CEAR, donde aún no disponen del número de individuos atendidos en la crisis maliense que ha aflorado en San Sebastián.
«Es una situación insostenible», añaden en la oficina, que, de lunes a viernes de 9.00 a 17.00 horas, se ha convertido en un constante ir y venir de malienses. Ahí cargan sus teléfonos –su contacto con su familia, su herramienta para aprender castellano–, usan el baño y encuentran un hombro donde compartir su impotencia.
Aunque en los últimos días el flujo de llegadas ha decaído algo, nada apunta que vaya a detenerse. Porque Mali «es un punto de conflicto muy caliente a nivel internacional, con 380.000 desplazaos internos y 330.000 fuera de sus fronteras», avisan en CEAR. Y desde marzo, este país se ha convertido en la principal procedencia de llegada a Canarias, que es la vía de entrada del 90% de migrantes que cruza el paso fronterizo de Irun. En 2024 fue la tercera nacionalidad con más peticiones de asilo en el Estado: 10.673.
La oficina de ayuda al refugiado prevé que «en las próximas semanas se van a ver cambios» en cuanto a la situación de estos migrantes en Donostia, «porque las instituciones –gobiernos central, vasco, Diputación, Ayuntamiento...– están tratando de dar una solución». En esta línea se muestra Javier Canivell, director de Zehar Errefuxiatuekin. Esta entidad gestiona en Oñati el centro Larraña Etxea, donde «el 50%» de sus 100-110 plazas están ocupadas por malienses. «Estamos trabajando en coordinación con CEAR para ir aliviando la situación. A través del ministerio, en breve vamos a poder trasladar a una treintena a otros lugares de Andalucía. Y esas plazas las volverán a ocupar nuevos malienses, porque este campamento en San Sebastián no es adecuado para nadie, sobre todo para las personas allí asentadas».
Empatía vecinal
Las personas allí asentadas están repartidas entre los soportales de la plaza Cofradías Donostiarras, con sus colchones, cartones y esterillas, maletas y mochilas. «Cuando CEAR está abierto, podemos utilizar su baño y cargar los móviles. ¿Pero cuando está cerrado?», apuntan varios malienses que han interrumpido su partida de cartas para atender a este periódico. La poca higiene personal la realizan en la fuente de la plaza «o en la playa, si no hace frío como hoy». Porque para alguien llegado del calor subsahariano, los 24 grados del miércoles, el día en el que se recopilaron sus impresiones, no invitan a bañarse en el Cantábrico.
Esta nueva comunidad africana parece no molestar a la mayoría del vecindario de la zona, aunque «de vez en cuando la Policía viene por las noches y nos desaloja. ¿Pero adónde vamos a ir? Nos vamos y volvemos», resuelven Sikou R. y Oumar S. En las dos horas charlando con ellos, dos mujeres se han acercado a ofrecerles algo de comida: fruta, pan, leche, galletas... «Es que verles ahí genera una frustración horrible», opina Begoña tras dejarles una bolsa cargada con varios tipos de fruta.
«No tienen ni ropa, ni dinero... Y se ven obligados a estar meses en la calle. Las instituciones tendrían que hacer algo. Es gente que además no da ningún problema». La misma opinión comparten los responsables de dos bares de la plaza. «Te da coraje. A veces te vienen a cargar el móvil o les das algo de comida. Pero esto no es labor nuestra. Y fastidia que si ponemos una jardinera o tenemos una mesa que sobresale de la terraza, enseguida nos multan. Y, en cambio, no se da solución a esta gente que ocupa los soportales».
Aunque alguna vez algún vecino les ha llegado a lanzar huesos de pollo desde la ventana, en general la convivencia es buena. La asociación de vecinos de Amara Berri reparte cada día 40 desayunos: pan, leche, fruta, sardinas... «Son muy respetuosos: a las 9 de la mañana se ponen todos en fila, sabiendo que los últimos igual se quedan sin desayuno, pero no hay conflicto alguno». Lo mismo con la cena de Kaleko Afari Solidarioak, a las 20.00 horas en Anoeta. Su única comida asegurada.
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