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Eran desconocidos, pero al abandonar la estación de metro de Moyua por el fosterito de Elcano daban más la sensación de una familia. Habían pasado ... más de una hora juntos encerrados en el ascensor que conecta el suburbano con la Gran Vía, una hora que aseguraban haber vivido «con mucha angustia». El repentino apagón que ha dejado sin luz durante sesenta largos minutos a la Península Ibérica está detrás de que, incontables ciudadanos, hayan pasado ese tiempo confinados en un ascensor.
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«Los bomberos no dan abasto», comentaban dos trabajadores del transporte que vertebra el Gran Bilbao. Ellos, apenas unos minutos después del incidente, se afanaban, sin éxito, en intentar sacar a este grupo, entre el que había dos bebés, por una trampilla ubicada en la acera, junto al ascensor. Al final, que pudieran abandonar ese reducido espacio no fue fruto de la intervención de los servicios de emergencias, ni de la vuelta de la electricidad, sino del instinto de supervivencia.
«Si no llega a ser por vosotros, no salimos», agradecía la sestaotarra Yolanda Gutiérrez a dos de sus compañeros de encierro, que habían forzado la puerta. Pero las historias, sobre todo las que tienen final feliz, es mejor empezarlas por el principio. Esta mujer; otro hombre que había trabajado en el sector de los ascensores; los jóvenes Irati García y Aritz Domínguez; y Cristian Cortés, Odymar Pérez y sus dos hijos, de casi cinco meses y dos años, se montaban en el elevador a eso de las 12.30, antes de que el corte de suministro pusiera en jaque, entre otras cosas, al transporte público.
Con el apagón, llegaban los agobios, aunque mantenían la calma convencidos de que les iban a sacar. «No había ni una luz de emergencia, nada, y estábamos a oscuras», compartían al acabar la pesadilla, mientras un desconocido se ofrecía a ir a buscarles unas botellas de agua. Odymar, en el cubículo, estaba preocupada por sus hijos, sobre todo por el pequeño, aquejado de «bronquilitis». Venían a hacer unos recados desde Leioa, donde residen.
Los afectados, según avanzaba el tiempo, estaban «más nerviosos» por la «falta de respuesta» y «porque la prioridad, nos han comentado, era evacuar las estaciones». «No decimos nada de los trabajadores, que ya nos han dicho que lo han intentado, pero no sabían lo que tenían que hacer», aseguraban mientras insistían en que no entienden «cómo es posible que no haya un protocolo para esto, que nadie sepa lo que hay que hacer». «Es alucinante en este siglo», censuraba Yolanda.
Casi una hora después, y «muy angustiados», ha sido cuando han tomado la decisión de «hacer algo nosotros, porque no veíamos que se fuera a solucionar». Entre los consejos del pasajero con conocimientos de ascensores y la fuerza de Aritz y Cristian, lograban salir. «Hemos conseguido abrirlo con las manos, haciendo fuerza, porque si no, no respirábamos», decían, todavía visiblemente afectados.
Tras abandonar el elevador en el rellano de la estación, les quedaban las dos tandas de escaleras mecánicas, también paradas, hasta poder ver la luz. Una tarea, esa de subir a los niños y el carrito, en la que todos han ayudado, como una familia.
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