«A los 14 años ya quería suicidarme porque pensaba que era una carga para los demás»
Adicta a las benzodiacepinas con prescripción médica, Belén de la Hoz cuenta cómo se recuperó después de tocar fondo e intentar suicidarse en 'Adicta. Crónica de una batalla interior'. Ahora ayuda a otros
Cuando Belén de la Hoz tenía 14 años, un médico le recetó benzodiacepinas, un ansiolítico que actúa sobre el sistema nervioso. Sufría ataques de ansiedad « ... brutales» y debía ingerir una pastilla cuando sintiera que «no podía parar de llorar, no podía respirar o me quería morir», recuerda De la Hoz, que ahora tiene 31 años y es autora de 'Adicta, crónica de una batalla interna' (editorial Kitaeru). «Se convirtió en mi mejor amiga, porque cuando de repente estaba en el caos, pum, todo se apagaba». A los 17, ya con depresión, tomaba este fármaco psicotrópico a diario, según la pauta médica. «Ya bebía muchísimo, unos dos días por semana y entraba en 'craving' (obsesiones). Buscaba esa desconexión. Estaba acumulando miedo e ira desde que tenía cuatro años. Me había desbordado», cuenta De la Hoz, que ahora es terapeuta dedicada a ayudar a personas que están pasando por donde ella ya transitó y sobrevivió.
-¿Cómo le explicaría a una niña lo que usted sentía antes de que le recetaran benzodiacepinas?
-Mi niña pequeña absorbía la energía de lo que pasaba a su alrededor. Mis padres trabajaban mucho, mi abuelo se estaba muriendo… veía mal a las que personas que quería pero, como no sabía expresarme, era súper rebelde, estaba insoportable todo el rato, no quería hacer absolutamente nada. A los ocho años me diagnosticaron déficit de atención e hiperactividad (TDAH), pero en realidad yo sufría lo que pasaba en el entorno.
-En su libro cuenta que le empezaron a medicar a los 14 años.
-Tenía ataques de ansiedad, ideas autolíticas. Hubo momentos donde me desbordé. Me empezaron a dar dosis bajas para esos momentos puntuales. Era la época en que una niña se empieza a convertir en mujer y no quería hacerlo.
-¿Qué sentía con cada dosis?
-Yo pensaba que se iba la ansiedad. El problema era que seguía teniendo un miedo que cada vez iba más. A los 17, cuando me van pasando más cosas como tener mi primer novio, me dijeron que tenía una depresión, aunque en realidad era un bloqueo emocional. Mezclaba esa dosis más elevadas de benzodiacepinas con alcohol. También estuve con antidepresivos, pero me los quité y me quedé con las sustancias que sí creí que me ayudaban, la benzos. Fueron como gominolas para mí.
-Durante diez años de consumo, ¿cambió la forma en que le hacía sentir la droga?
-Sí, me hubiera casado con las benzos y el alcohol pero pasaron en ser mis enemigos, a los que no podía dejar.
-¿Era consciente del peligro?
-Sólo muy al final. Cuando empecé a subir las dosis porque no me hacían nada y tenía cada vez más ansiedad. Cada año era peor, entraba más en la obsesión de consumir. Intentaba explicarlo a los psicólogos y psiquiatras. Pero no eran conscientes de mi adicción porque era un fármaco legal. Yo también lo pensaba: Me lo ha recetado un médico, tengo diagnósticos.
-¿Habría sido más fácil identificar el problema si hubieran sido drogas ilegales?
-Muchísimo más fácil. Si yo hubiera sido adicta a la cocaína, hubiera sido mucho más fácil. También mi desintoxicación. El síndrome de abstinencia de las benzodiacepinas es ansiedad pura y dura.
-¿Cómo ve ahora aquella época?
-Era el grito de auxilio de una persona que no tenía herramientas suficientes. Alguien que iba todo el rato a psicólogos y psiquiatras sin que la ayudaran, era frustrante. Autodestructiva, me dinamitaba a mí misma y tenía una distorsión brutal a nivel cerebral. Ahora entiendo a quienes rechazan a las personas que piden ayuda autolesionándose, porque se odian a sí mismas mismas, se machacan, se destrozan. Es muy complicado.
-Intentó suicidarse.
-Sí. A los 14 años ya quería suicidarme porque pensaba que era una carga para los demás. Cuando tu presente es una mierda y cuando no ves futuro se te quitan las ganas de vivir. El mundo se me caía y veía que mis seres queridos se preocupaban por mí y me intentaban sostener, pero no podían y se asustaban. Llegué a un punto que dije: es que no puedo, es que no quiero. Busqué información sobre la manera menos dolorosa, y tomé muchas pastillas. No quiero dar detalles, para no dar ideas a otras personas.
-Y escribió una carta.
-Sí, pero la borré al levantarme, nadie la ha leído nunca. Estaba en el móvil. Era una carta de despedida, donde les decía que les quería mucho.
-Cuando despertó, ¿qué pensó?
-Mi último pensamiento fue: Ya se acaba. Sentí alivio. Y cuando me desperté, me dije: ¿Qué hago viva? Fui corriendo a la habitación de mi madre, se lo conté y le dije: Quiero vivir. Y ella me obligó a contárselo a mi padre y mi hermana. Era el día de Reyes. El 22 de enero ingresé en una clínica de desintoxicación. No quise que fuera algo ambulatorio. Estaba segura que podía intentar suicidarme otra vez.
-¿Qué edad tenía?
-23 años. Pero en ese momento no pensaba que era una adicta. Lo elegí porque creí que era más fácil estar allí que en un psiquiátrico.
-Es muy crítica con el sistema médico.
-¿Sabe qué pasa? Que es muy difícil. Lo veo ahora que soy terapeuta y tengo pacientes en desintoxicación. A lo mejor no hacía falta darme tantos fármacos, pero quizás no hubiera aguantado el síndrome de abstinencia a las benzodiacepinas. Era terrible. Hay que dejarlas poco a poco para que no se pare el corazón, y yo podría haber muerto por dejarlas de golpe.
-¿Tenemos un problema en España?
-Sí, y cada vez va a ser más grande. Es el país que más consume benzodiacepinas, superamos a Estados Unidos, aunque tenemos menos población. El problema es médico, porque tienen diez minutos para atender a un paciente en medio del colapso de la Sanidad. Te lo dan por una contractura, por no poder dormir o por un ataque de ansiedad. También es una cuestión social, porque un amigo que tiene receta le regala una pastilla a otro para que no se ponga nervioso con un examen o al subirse a un avión. Yo no puedo cambiar el sistema, pero intento alzar la voz.
-Hay mucha autocrítica en su relato.
-Quería ser lo más honesta posible sobre lo que pasó en mi vida, porque en las terapias de lo que menos se habla es de drogas. Se habla más de las motivaciones y de la gestión de la emoción. Pero al principio es complicado. Pasan meses hasta que el cerebro vuelve a estar sano.
-¿Cómo han sido estos casi dos años como terapeuta?
-Vuelco mi experiencia y los conocimientos que he estudiado, y sigo estudiando, e intento ayudar a las personas a que gestionen e identifiquen lo que les pasa. Para que empiecen a ordenar sus pensamientos. Mi trabajo es demandante, pero es precioso ver la evolución de un paciente. Alguien que llega con su vida patas arriba, caótica, sin saber lo que quiere, sin saber quién es, sin saber nada, y que con el tiempo, en un proceso muy lento, se transforma. Con mi trabajo, saco la mejor versión de mí misma.
-¿Y su vida ahora?
-Tengo que cuidarme. Hay cosas que no puedo hacer, que ya no es solo no beber ni drogarme. No puedo tener grandes cargas de trabajo, y tengo que dormir mis horas y levantarme tranquilamente para evitar que aparezca la ansiedad, porque consumiría otra vez. Pero volví a ser una chica joven, he ido a un montón de fiestas, viajo con mis amigas. Pongo mis límites e intento llevar una vida normal, lo más ordenada posible. Me cuido mucho a nivel mental. Voy a mi terapeuta cada dos semanas. No me siento una condenada, me siento una privilegiada por estar viva. No se me olvida que soy adicta y que siempre voy a estar en recuperación.
-¿Qué fue lo que más le costó?
-Perdonarme a mí misma. Perdonarme de verdad. Ahora estoy en paz.
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