Fue allá por abril de 2020. Varios periódicos argentinos se hacían eco del testimonio de unas buenas gentes que aseguraban haber escuchado estruendos en plena ... noche. En lo más álgido de la locura vírica, estaban segurísimos, convencidísimos ellos, de que se trataba del sonido de las trompetas del apocalipsis, que nos venían a advertir del fin de los tiempos. Dos años después, ayer sí que se escuchó el son inconfundible, metálico y machacón, de cinco (y no siete) trompetas. Aunque, no nos vamos a engañar, el panorama pinta fatal, estas no venían a alertarnos de ningún armaguedón. Si algo pretendían avisarnos estos trompeteros empelucados nuestros con su buen 'tuntún' era de la llegada de un tiempo nuevo. Por fin, la Retreta. Por fin, la llamada a disfrutar. Por fin, el momento de vivir la santa fiesta sin aforos, ni distancias, ni toques de queda, ni (la mayoría) mascarillas, ni miedo. Por fin, todos en buena unión.
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Mira que había ganas de echarse a la calle y de volver a celebrar como antes, pero el aguacero que cayó a comienzo de la tarde amenazó con deslucir la primera gran fiesta popular tras el estallido de la pandemia. Así pasó. La lluvia pertinaz, que al segundo toque de Retreta ya había tornado en inofensivo sirimiri, hizo que más de uno se lo pensara dos veces antes de salir de casa. «Nos pasa como en Sevilla con la Semana Santa, tanto tiempo esperando esto y ¡menudo tiempo!», se quejaba Adolfo González de Araya en la plaza de España, algo desangelada y con el personal buscando refugio en los soportales y en las terrazas de los bares.
Ya en la plaza de la Provincia, al sonar los primeros compases cadenciosos de la Retreta, bastaba con recorrer con la mirada todas esas caras, bajo los chotos y los paraguas, para reparar en que la de ayer era, sobre todo, una noche con una enorme carga emocional. Fue un momento de reencuentros, en el que las ausencias se sintieron mucho, muchísimo. Ahí estaba, sola rodeada de gente, con los ojos vidriosos sobre su FFP2, Adela Marquínez. «Venía todos los años con mi marido y este año...», suspiraba la mujer. Su Serafín murió en plena pandemia. «A él le encantaba venir y por eso estoy aquí, aunque, con este día, tampoco tenía muchas ganas», aseguraba, compungida, la mujer.
La tristeza nostálgica de Adela, la felicidad pura de la pequeña Irune -contentísima ella con su atabalito-, el estupor inocente de Martín -un añito, boquiabierto ante tanto ruido-... La plaza de la Provincia era un sitio estupendo para tomarle la temperatura a nuestro estado de ánimo, para comprobar si las ganas de pasar página son de verdad más fuertes que el respeto que nos impone todavía la pandemia. «Pero no podemos vivir con miedo, ya tocaba salir y vernos las caras», celebraba Alejandro Castillo mientras el gimnasta Ortzi Acosta impresionaba al personal con sus acrobacias circenses: a cosas como estas se debía de referir la foralidad cuando, estos días, nos prometía «modernizar la tradición». Circo del Sol con txalaparta y txapela. Así, a lo lejos, Urkullu, aquello, pareció encantarle.
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A cara descubierta
Como hicieron las autoridades, la mayoría prescindió de la mascarilla para, codo con codo, paraguas con paraguas, disfrutar de una Retreta «con mucha menos gente que otros años». Palabra de Félix Esgós. Él es un hacha calculando multitudes. No haría mal el Ayuntamiento contratándole. «Antes (del virus, se entiende) te tenías que pegar para avanzar... y ahora hay huecos por todas partes. Muchos se han ido de puente y la gente mayor se ha quedado en casa porque todavía les da cosa el 'bicho'», aseguraba el hombre, él sí, con su mascarilla. «Como el santo, yo soy prudente».
A eso mismo llamaba en su discurso, grabado, el diputado general, Ramiro González. Animaba «a celebrar la vida, a zambullirnos en la fiesta». Eso sí, con prudencia, «teniendo muy en cuenta que la pandemia no ha terminado todavía», y al mismo tiempo aprovechando al máximo cada momento de estos días «después de dos años muy duros». González no quiso olvidarse del sufrimiento del pueblo ucraniano, en plena invasión. «Vamos a honrar a nuestros patrones, teniendo en nuestros corazones a los ucranianos y ucranianas. El pueblo alavés es solidario y los sentimos cerca», destacó.
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Hubo fuegos artificiales -otra de las novedades de la noche- y, puntuales, a las 23.30, soldados, cocineros, majorettes, aguadoras de 24 sociedades gastronómicas volvieron a hacer que Vitoria retumbara dándole a la piel del tambor y a la madera del barrilete con Leire Betolaza al frente. Impresionaba escuchar de nuevo, tras tanto tiempo, el estruendo jaranoso y txaranguero que, puntuales, abrieron los de Ametza sobre el escenario.
Ya al frisar la medianoche, Olle, rubísimo él, lo observaba todo con sus enormes ojos azules, con su mandil pero sin gorro de cocinerito ya y sin pizca de sueño. «Vivimos en Malmo (Suecia) y me hacía una ilusión tremenda que él viviera todo esto», comentaba, con una sonrisa radiante su aita, Fran Pinedo, que lo sostenía, bailoteando, orgulloso en brazos. «Es una pasada poder estar aquí otra vez, ya era hora». Sí, por fin, en buena unión.
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