«Cuando le mataron yo estaba embarazada y no lo sabía»
40 aniversario ·
Cuenta su historia María Jesús Monterroso, viuda del cabo de la Guardia Civil Agustín David Pascual, asesinado por ETA con una bomba trampaBasta una frase. «Cuando le mataron, yo estaba embarazada». María Jesús Monterroso mira a los ojos durante un segundo eterno y añade: «No lo sabía todavía».
Hay historias, vidas enteras que se condensan en seis líneas. «La boda fue en enero y a los siete meses me quedé viuda. Es muy triste. Mi marido tenía 23 años y yo 25», rememora. Se había casado con Agustín David Pascual, un chico que se hizo guardia civil con 19 años y acababa de ascender a cabo. Trabajó en Tráfico en Madrid antes de ser trasladado al País Vasco. El 28 de septiembre de 1984 acudió por un aviso de bomba a la vía férrea entre Elburgo y Alegría. Era un señuelo colocado por ETA. Una trampa que segó su vida y la de otros dos compañeros, el sargento José Luis Veiga y el guardia Victoriano Collado.
Todo comenzó con una llamada a la Policía Municipal de Vitoria en la que se alertaba de la colocación de una bomba. Realmente había dos artefactos explosivos. Uno de ellos, a la vista, junto a las vías del tren. En los alrededores, en un camino por el que había que pasar para inspeccionar el lugar, colocaron un sedal que activaba el segundo. Aquel mecanismo letal, las bombas trampa, se convirtió con los años en un recurso habitual de ETA para atacar a los Tedax y a los Cuerpos de Seguridad ya fuera con sedales o con artefactos detrás de pancartas ofensivas. La banda acabó convirtiendo el vehículo robado que abandonaba en un coche bomba.
María Jesús Monterroso hizo hace diez días uno de esos viajes que no se olvidan. Acudió a Vitoria para recoger en persona uno de los Cuadernos de la Memoria, los dosieres que edita el Gobierno vasco -en colaboración con la AVT- con recortes de prensa, información del caso y alguna fotografía, si la hay. Se entregan a las familias de crímenes sin resolver para que allí donde la justicia no llega, haya algo de verdad.
Monterroso subió al atril emocionada y dijo sus primeras palabras públicas en cuatro décadas. En su breve intervención hizo un llamamiento a que «las víctimas no caigamos en el olvido» y lanzó un mensaje contra «el odio y la barbarie que truncó nuestras vidas». EL CORREO le propuso aquel mismo día que contara su historia. Hoy lo hace. «Una vida truncada. La de mi familia y también la de mis suegros, que jamás se recuperaron. Cuando se ponían malos, siempre me decían lo mismo. 'Me quiero ir con mis hijos'». Lo dijo durante años el padre de Agustín, «que murió hace tiempo y espero que esté con él» y también la madre, que vive en una residencia donde María Jesús la visita muy a menudo. «Tiene 88 años y sufre un trastorno cognitivo. Repite mucho las cosas. El otro día me decía: 'Me acuerdo mucho de mi marido pero... ¡cuánto echo de menos a mis hijos!'». Explica que «son muchos años viviendo con este dolor». «Unos días lo llevas mejor y otros peor, pero es siempre muy triste. Nos sentimos abandonados por los partidos y por las instituciones».
Reconoce que le costó recabar fuerzas para hacer el viaje al País Vasco pero que está muy agradecida por el reconocimiento. Habla de 'Agus' y de la vida que no pudo ser. Y es entonces cuando María Jesús Monterroso mira a los ojos con un brillo lleno de emoción y confiesa algo a lo que viene dando vueltas desde que empezó la charla. «Cuando le mataron, yo estaba embarazada. No lo sabía todavía». 'Agus' y María Jesús tenían unas ansias enormes por ser padres y se habían interesado incluso por un programa de fecundación in vitro pionero en España.
Dos curas detenidos
No pudo darle esa noticia que esperaban los dos. Pero quedó algo grande de ambos. «Se llama Alba». Alba Pascual acompañó a su madre a Vitoria con una discreción absoluta. «Ella tiene gestos de mi marido y de su abuelo paterno, y también la manera de dormir...», detalla María Jesús. La joven -que prefiere que sea su madre quien hable- se casó hace unos años y quería que su abuelo paterno fuera el padrino. «Él estaba ya muy enfermo y apenas podía andar. Estuvimos entrenando con una sábana por el pasillo», recuerda María Jesús. Quería ir vestido con el uniforme de gala porque había sido capitán de la Guardia Civil, aunque estaba ya retirado. Aquel día la emoción venció a sus fuerzas y no pudo ejercer, pero sí pudo ver a su nieta en su gran día. Cuenta María Jesús que poco después dejó de hablar.
Aquel capitán era un hombre de los de antes, a los que casi nadie veía con una lágrima en la mejilla. «Sólo recuerdo verle llorar una vez, cuando el atentado de República Dominicana». Se refiere al coche bomba de ETA en Madrid que en 1986 acabó con la vida de 12 guardias civiles e hirió a otros 60. «Eran todos de la Escuela de Tráfico y mi suegro era profesor allí. Aquel día lloraba y les llamaba 'mis niños'».
Siempre creemos que la desgracia es cosa de otros. Que nuestra vida dibujará una estampa lineal y ascendente, con altibajos pero hermosa, sin grandes fracturas. No siempre es así. En la de 'Agus', que soñaba con ser padre, se cruzó un sedal conectado a una bomba. Le tocó a su esposa tirar con todo. «Saqué a mi hija adelante. Alba, que me ha dado dos nietos preciosos», se enorgullece. Sigue la saga.
«Cuando le mataron hubo varios arrestos y detuvieron a dos curas. Yo siempre he sido creyente pero ahora tengo mis reservas», admite. El suyo es un crimen sin sentencia condenatoria, como casi otros 300 casos de la banda.
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