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Vista sobre la Montaña de Tindaya. I. López

Fuerteventura, la hija de los volcanes

El vuelo directo desde Bilbao (Vueling) permite conocer una de las islas más tranquilas del archipiélago canario, declarada Reserva de la Biosfera por la UNESCO

Iratxe López

Lunes, 6 de enero 2025, 18:00

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Dicen que cuando Jean Bethencourt y Gadifer de la Salle arribaron a Fuerteventura allá por el siglo XV, dominaban aquellas tierras dos monarcas aborígenes que se habían repartido la isla. Guise era el rey de Maxorata, al norte; Ayose el de Jandía, al sur. Cuentan que entre sus habilidades se encontraba la de acabar con un perro rabioso usando una mano sin dejar de beber con la otra y que amasaban una pella de gofio con queso duro como una roca como si fuera chicle. Pero nada pudieron hacer contra los recién llegados y sus armas. Por eso en el momento en que Bethencourt se hizo con el territorio, apoyado por la Corona de Castilla, le aceptaron como su señor.

Tierra vieja con arrugas, la más antigua de las Islas Canarias ha celebrado alrededor de 22 millones de cumpleaños desde que emergiera. Las marcas del tiempo escarban surcos en su rostro moreno, en su piel poco hidratada de roca volcánica y arena endurecida. Emerge repleta de elevaciones que antaño formaron parte de volcanes rugientes, cráteres que gritaban lava y soltaron ríos de fuego, convertidos ahora en suaves ondulaciones, como el estallido malhumorado que pierde furia poco a poco y acaba en disculpa. Millones de años de erupciones antecedieron a otros tantos de erosión, transformaron Fuerteventura en un desierto muy vivo, el más biodiverso de Europa, Reserva de la Biosfera por la UNESCO.


Esculturas en bronce de Guise y Ayose. I. lópez

Ese viento dedicado a roer y avejentar permite resistir un imperturbable sol que no cede 300 días del total que emplea la Tierra en jugar al corro de las patatas (las papas en este caso) a su alrededor. Como la mayor altura de la isla, el Pico de La Zarza, se eleva solo hasta los 807 metros, las nubes pasan de largo hacia otro lugar que las contenga, por eso si sumamos a los 326 kilómetros de costa que casi 150 son de playa, el resultado es que abunda espacio donde tumbarse y mala suerte habrá que tener para topar con mal tiempo en cualquier época del año.

La isla tranquila, así la llaman, se alarga de norte a sur 150 kilómetros, mantiene cintura de pasarela entre este y oeste con 30. Si un niño definiera su mapa, contaría que es similar a una bota cubierta con pelo de borreguito por la pierna, aunque allí más que ovejas hay cabras, majoreras, traídas hace siglos desde África, propias ya. Es tal la presencia del animalito que antaño la capital, Puerto del Rosario, se denominaba Puerto Cabras. Lo de majorero acabará sonando mucho, así se llaman los pobladores, el mejor queso y un lugar para comer productos típicos como el Asador grill El Majorero, en Antigua, donde probar papas arrugadas con mojo, cochino negro o carne de cabra. «Se me fue el baifo», dicen los isleños cuando se les olvida algo, y esa palabra se refiere a la cría de nuestra protagonista.

Mural de Unamuno junto a la casa museo dedicada al escritor bilbaíno. I. López

Aunque ahora se haya convertido en objetivo turístico, hubo un tiempo en el que allí destinaban a figuras molestas para gobiernos. Le pasó a Miguel de Unamuno en 1924, apartado por Primo de Rivera, quien también desterró al abogado y literato donostiarra Rodrigo Soriano. Le sucedería al anarquista José Buenaventura Durruti en 1932, enviado por la República. El primero supo convertir la desgracia en profusión literaria, cambió la imagen que península y mundo tenían de la isla descubriendo el cisne que ocultaba aquel patito feo. El segundo se empeñó en mostrar la pobreza. El tercero arengó a las masas en el callejón Juanito el Cojo, muy próximo al actual ayuntamiento, en la capital. Cerca, un mural con el rostro de Unamuno firmado por el grafitero canario Sabotaje al Montaje ayuda a ubicar la casa museo del intelectual vasco, frente a la iglesia de Nuestra Señora del Rosario que, como la mayoría de los templos, luce fachada blanca y techo interior de madera estilo mudéjar.

Cuatro meses vivió allí el bilbaíno. Su holograma (un actor caracterizado) narra las peripecias gracias a varios QR. Fotos y documentos pueblan los cuartos, la cocina, su habitación, incluso el despacho donde trabajaba y escribió preciosos versos sobre un paisaje que acabaría encandilándole. Dicen las malas lenguas que tomaba el sol desnudo en la terraza para escándalo del vecindario, las buenas que adoró la isla y a los isleños con los que mantenía largas charlas. Aprovechó para leer al canario Benito Pérez Galdós, paseó hasta Playa Blanca y se enamoró de las vistas sobre Montaña Quemada, donde mantienen una escultura en su honor. La impronta del sabio vizcaíno fue tan marcada que incluso le han declarado hijo predilecto de Fuerteventura.

Panorámica del Valle de Betancuria. I. López

Pero evitemos que se nos vaya el baifo con orgullos patrios y recobremos a nuestra verdadera diva. Páramos inhóspitos modelan el interior de estas tierras, panorámicas salpicadas de carajales muy resistentes al calor, de piteras usadas antaño para hacer cordeles y cardones canarios cuya sabia adormecía a los peces antes de convertirse en pescados. Es tan peculiar lo contemplado que muchos directores decidieron rodar películas: Ridley Scott su 'Exodus: Dioses y reyes'; Robert Zemeckis su 'Aliados'; o Patty Jenkins su 'Wonderwoman 1984'. Desde el Mirador de Guise y Ayose, donde vigilan sus figuras de bronce, puede el recién llegado asomarse a impresionantes vistas del Valle de Betancuria. Para ir de un lado a otro hará falta alquilar vehículo o contratar las excursiones que ofrece, por ejemplo, Vulcano Trekking (https://vulcanotrekking.com/).

Una calle del pueblo de Betancuria. I. López

Omar Reyes conduce hábilmente el coche y las explicaciones a través de carreteras y hechos históricos intrincados. Hasta el bonito pueblo de Betancuria, primera capital, donde destaca la típica arquitectura encalada, la iglesia de Santa María de Betancuria, primera catedral insular y tonos verdes que rompen el monocromo marrón de esta tierra sedienta. Otro mirador, el de las Peñitas, se asoma a una presa abandonada y a antiguas terrazas de cultivo, a la contemplación del guirre en vuelo y el contraste entre piedra basáltica y traquita mientras el coche avanza rodeado de moles, como si hubiera cambiado de planeta. La búsqueda del atardecer alargará el camino hasta Ajuy, pueblo pesquero famoso por sus formaciones de arena solidificada. Allí, además de maravillarse ante la caída del sol hay que hacerlo frente al Monumento Natural de Ajuy, enciclopedia pétrea con capas de las distintas erupciones.

La preciosa Playa de Sotavento. I. López

Amanecido un nuevo día, la Playa de Sotavento acoge bañistas y el Campeonato Mundial de kitesurf y windsurf. Enormes dunas separan el pie y la pierna de aquella bota que describían los niños y aguas atlánticas color turquesa se funden con playas de arena blanca. En el mar los turistas practican deportes acuáticos o emplean su tiempo observando cetáceos, delfines y calderones grises. En Tuineje manda la historia y el recuerdo de un enfrentamiento, el de locales contra corsarios ingleses en 1740. Ganaron los de casa a pesar de contar solo con palos y piedras, más una primera línea de camellos que recibieron los envites enemigos. La Batalla de El Cuchillete y Tamisite, fiesta de Interés Nacional, representa la gesta.

Parque Natural Dunas de Corralejo. I. López

La naturaleza impone exotismo en rincones como el Mirador de Vallebrón, dentro del paisaje protegido de mismo nombre, donde enamora la Montaña de Tindaya. Interior de un volcán que no llegó a desarrollarse, los aborígenes la consideraban sagrada. En ella se han encontrado podomorfos, representaciones de pies con más de 2.000 años de antigüedad. El silencio se impone, guarda respeto a aquellos primeros pobladores. Por el camino surgen casas caladas de roca volcánica con algunas piedras vistas y techo plano que corrobora la falta de lluvias, y malpaís, extensión de terreno volcánico formada tras el enfriamiento de la lava. Ya en el norte, el Parque Natural Dunas de Corralejo pinta un degradé del rojo piedra al blanco arena con adorno azulado del agua, ningún pintor podría abstraerse a su embrujo. Micromoluscos convertidos en grano dan forma al pigmento níveo tras deformarse, aunque parezca contradictorio.

Atardecer en Fuerteventura. I. López

En la Playa de El Burro domestican olas los surfistas. En Grandes Playas tiene lugar el Festival Internacional de Cometas. Al fondo, Lanzarote muestra su relieve y antes lo hace el del Islote de Lobos donde antaño abundaban las focas monje. El volcán de La Caldera creó esa leve porción de tierra a la que ir de caminata o de playa. También adoran los turistas el volcán Calderón Hondo, su cráter intacto de 70 metros de profundidad es uno de los destinos más visitados. Ya que nos ponemos con el senderismo, la ascensión al Volcán de La Arena y el Gayría tampoco resulta complicada, el nivel de exigencia sube en el Pico de la Zarza y la Montaña el Cardón. Tras la advertencia volvemos al norte, hasta El Cotillo, en busca de otro atardecer. Antaño pueblo de pescadores, lo adornan la Torre del Tostón levantada tras los ataques piratas, hornos de cal y el Faro del Tostón, rodeado de piscinas naturales.

Mirador de Cofete en el Parque Natural de Jandía. I. López

Queda regresar al sur para resolver una duda, con qué panorámica de la isla quedarse. Votamos por el Mirador de Cofete, dentro del Parque Natural de Jandía, a cuyos pies se entiende la extensa playa de idéntico nombre. Sus arrugas dan cobijo a una planta única, el cardón de Jandía. La aridez muestra rigores, despliega una costra volcánica imposible de olvidar, bella a pesar de su dureza. El final perfecto lo ponen, dentro del mismo parque, el Faro de Jandía y la minúscula población de Puertito de la Cruz, pueblo pesquero donde las casas beben del Atlántico, felices de tener como vecino principal al horizonte.

Dónde dormir

Iberostar Selection Fuerteventura Palace frente a la Playa de Jandía. I. López

La playa de Jandía, una de las más deseadas de Fuerteventura y reconocida entre las mejores de Canarias, acoge dos experiencias memorables gracias al Grupo Iberostar (www.iberostar.com), líder en turismo que aboga por la economía circular, el consumo responsable y el cuidado de la salud costera. Iberostar Selection Fuerteventura Palace (5 estrellas) acaricia el paraíso. Perfecto para adultos, el rumor de las olas mece a los adoradores del sol que se amodorran de gusto o leen sobre hamacas con vistas al mar. El bienestar se extiende al spa, a actividades como aquacycling, aerobic, yoga… porque no hay placer sin experiencias, aprendizaje y armonía con el entorno y uno mismo. Los clientes en busca de exclusividad cuentan con el Star Prestige; todos con el buffet El Saladar de platos canarios, españoles e internacionales y la cocina japonesa convertida en espectáculo del Teppanyaki.

Iberostar Waves Gaviotas Park. I. López

Las familias se rinden al Iberostar Waves Gaviotas Park (4 estrellas), reformado en 2024. Quedan atónitas ante la enorme ballena del hall, las visitas de personajes de dibujos, toboganes que salvan escaleras y la decoración de cuento. Desplegarán su energía en las 5 piscinas y en el Star Camp, repleto de actividades para niños. El buffet Maday agasaja con platos internacionales y del archipiélago. El hotel usa fuentes de energía renovables con el fin de minimizar su huella de carbono, para garantizar un futuro a esas nuevas generaciones.

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