Romanos en Delika
Amurrio (Álava) ·
Santiago Yániz
Jueves, 21 de noviembre 2024, 23:51
No, no eran tontos aquellos romanos. Nada tontos para buscar minerales que explotar, nada tontos para encontrar los buenos pasajes para sus caminos, nada tontos ... para localizar los mejores lugares donde acampar. Convencieron, al parecer sin vencer, a los lugareños que habitaban nuestras tierras en los siglos de tránsito a la era cristiana y los llevaron a trabajar a su servicio.
No eran tontos los romanos que acamparon y camparon a sus anchas en Delika, ese rincón peculiar del valle del Nervión, famoso por el salto majestuoso del señor río, que se consagra como una de las cascadas más altas de la Península.
Los romanos acamparon arriba, en la cima de Santa Águeda, en el siglo I a.C., para guarecerse mientras se desarrollaban sus campañas militares en el norte de la geografía peninsular. Aunque antes Santa Águeda se había identificado como un castro de la Edad de Hierro, ahora sabemos que fue un «castra estiva», un campamento temporal parcialmente fortificado.
El arqueólogo vizcaino Antxoka Martínez ha estudiado, entre otros yacimientos, lo que llama castramentación romana, indagando en los lugares en los que se establecieron pequeñas fortificaciones temporales para proteger los campamentos mientras avanzaban sobre el territorio. Antxoka sostiene que no todo fue tan pacífico entre los romanos y los poblados indígenas, que sí hubo ataques y conquista a la vista de estos campamentos que se utilizaban sobre todo en verano, de ahí el apelativo.
De lo privilegiado de Santa Águeda saben bien las gentes de los caseríos de Ojamil y Zamarro, en Delika, porque allí llevan a pastar sus ganados felices. Un rellano bellísimo, de pastizales adehesados entre encinas, hayas y robles, asoma en ese lugar sobre el desplome de las murallas de la sierra que dan nacimiento al Nervión.
Con la forma de una gigante pepita de calabaza se dibuja en el alto la traza de un pequeño foso ligado a un talud de tierra, un recinto que tenía dos puertas de entrada: una al sur, otra al norte y coincidente con uno de los caminos que ahora coronan la colina.
Cuando el historiador Madoz escribe a mediados del siglo XIX el diccionario más consultado por los historiadores para encontrar memoria dice cosas interesantes de Delika, como que está situado «junto a una cima llamada Santa Águeda y entre dos peñas por donde corre el rio Nervión tituladas Nervina y Tortalela». Escribe que tiene 46 casas donde viven 232 almas, dos fuentes que llaman Turricaya y Untusi, la Asunción es la parroquial y en ella se guarda un relicario llegado de Roma con 368 huesos de santos y un lignum crucis. Y más cosas, pero no dice, porque seguramente no lo sabía, que en Santa Águeda acamparon los romanos, esos que antes nos dijeron que no habían intervenido en la tierra de los vascos pero vaya cuantas huellas dejaron: aquí, en Santa Águeda, en el mismo valle en la aldea de Aloria, al otro lado del río en las alturas de Amurrio, en el poblado de Elexazar. Quién pudiera mirar por un agujerito hacia aquellos tiempos para ver qué hacían aquellos romanos por aquí.
A Santa Águeda subimos ahora a pasearnos, pero también subieron en la Edad Media a poner una ermita que ya no existe, o más tarde quizá quienes dejaron caer unos maravedís que no hace mucho se encontraron; allí acamparon incluso, en noviembre de 1808, los soldados de Napoleón que iban de camino hacia Burgos. También desde el cortado de la sierra los rebeldes franquistas balacearon a los gudaris vascos que sostenían la posición al principio de 1937 en aquella poco civil guerra.
No eran tontos aquellos romanos que fundaron en Santa Águeda de Delika su campamento veraniego.
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