Petricor en el Castildetierra
Bardenas Reales. Arguedas (Navarra) ·
Luego llegará el petricor», le dije a mi amigo aquella tarde de verano. Y vaya que sí llegó. El cielo estaba negro como tizón y ... le veía venirse encima. A lo lejos se comenzaron a percibir esas peculiares cortinas que el aguacero dibuja en el horizonte y las rachas de viento que el frente meteorológico ocasiona acariciaban ya nuestras mejillas. Apenas unos relámpagos y, de pronto, comenzó a llover, intensamente, salpicando gotas de barro desde el suelo reseco de arcillas erosionadas en torno al Castildetierra. Olía bien, olía a tierra mojada, era el petricor. Reconfortante, alimenticio de los sentidos, almacén de recuerdos y vivencias, memoria de otros momentos y de otros lugares donde, calados hasta los huesos, vivimos emociones semejantes.
En las Bardenas no es difícil que los calores veraniegos concluyan en tardes con emanaciones de petricor. Es frecuente y deseable, porque además de percibirse aromas peculiares el paisaje viste colores extremos, los cielos se tiñen de rojos extraños y pintan arco iris gigantes. Que suceda esto al pie del Castildetierra es un regalo de la naturaleza convertida en espectáculo. Esa figura prominente de una torre de arcillas coronadas por una testa de piedra que protege de la erosión la columna que eleva al cielo impresiona a cualquier hora del día. Si además se mira en medio de la tormenta, con cuidado de no poner los pies fuera de los caminos, el recuerdo será inolvidable.
El Castildetierra es el emblema y signo del Parque Natural y Reserva de la Biosfera de Bardenas Reales y merece al menos una visita en la vida. Visita imprescindible aún más cuando sabemos que, más pronto que tarde, terminará por convertirse en barro hasta desaparecer su figura emblemática. Porque la erosión de las lluvias intensas en las Bardenas convierte los cauces secos en ríos de lodo que se llevan el paisaje hacia el Ebro. Al Castildetierra le queda una enorme piedra por txapela protectora pero el día que esta se venga abajo, tal vez empujada por un rayo, acaso tras días de humedad y lluvias fuertes, las arcillas de su cuerpo apuntado se irán disolviendo sin remedio.
Experimentar el petricor al pie del Castildetierra invita a sentir profundamente pero también a pensar en el trabajo incansable de la naturaleza en la creación y transformación del paisaje. Los investigadores Isabel Joy Bear y Richard Thomas fueron quienes acuñaron ese término raro de petricor escrito en un artículo publicado en la revista Nature. El palabro, aún pendiente de ser incluido por la RAE en nuestro diccionario, procede del griego petros (piedra) e ichor (el fluido de las venas de los dioses).
Decenas de perfumistas habían intentado desde tiempo atrás reproducir estos aromas de tierra mojada para poder atraparlos en un frasco. Lo más parecido que han logrado ha sido replicar en laboratorio mediante biosíntesis la molécula de geosmina que en la naturaleza producen algunas bacterias en su metabolismo y se expande en el aire al ser alterada por la lluvia recién caída sobre el suelo reseco. La geosmina y los aceites de las plantas liberados en el aire por las lluvias tienen la culpa de nuestras emociones de verano. ¡Qué curioso!
Esperar el petricor al pie del Castildetierra, contemplar tras él la salida de la luna por el horizonte, o escuchar a sus pies el cierzo refrescando la tarde nos valdrían como justificación para sentirnos un poco más naturales.
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