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Cuatro estatuas para pasear por la historia

Exploradores, religiosos o militares llenan las calles de efigies que recuerdan su pasado, a veces brillante, otras más turbio. Conocerlos ayuda a comprender nuestra historia y a conocer los espacios que las albergan

Jueves, 20 de enero 2022

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Cuentan con una estatua pero, ¿sabrías decir quiénes son? ¿Adivinas qué hicieron, cuál es la causa por la que han merecido ser alzados sobre un pedestal en los pueblos donde nacieron? Planteamos un reto adivinatorio que, estamos seguros, la mayoría no pasará. Pocos aprueban este examen histórico para descubrir personajes célebres casi olvidados. Cuando acudas a ver las obras, aprovecha para visitar los enclaves que las acogen.

Vitoria

Manuel Iradier

La efigie de Manuel Iradier se alza en el parque de La Florida. Rafa gutiérrez

Busca la obra artística en el Parque de La Florida firmada por Lorenzo Ascasibar, que la talló en 1956 sobre piedra. Recuerda la historia del explorador vasco que marchó al África Ecuatorial para elaborar una compilación geográfica, biológica, etnológica y lingüística de esa zona. Sus dos viajes se consideran los más importantes de un español al interior del África subsahariana. Iradier (Vitoria, 1854-Valsaín, 1911) también hizo sus pinitos como inventor. Ideó un nuevo modelo de contador de agua automático y un procedimiento tipográfico que acortaba las labores de imprenta. Se interesó por la francomasonería, participando en la Logia Victoria de la capital; fue tal su influjo que en 1993 se volvió a instalar con el nombre de Respetable Logia Manuel Iradier.

Como explica la Asociación Africanista Manuel Iradier, su vida «parece extraída de las novelas de Verne o Salgari; con 14 años impartió una conferencia para dar a conocer sus pretensiones descubridoras y desgranó la geografía alavesa en sus 'Cuadernos de Álava'». Sus ganas de viajar se concretaron tras una entrevista con el explorador Stanley, que cubrió como corresponsal del 'New York Herald' la guerra carlista. Marchó junto a su cuñada y su esposa, Isabel Urquiola, que con 19 años le siguió a través de selvas y pesares como la muerte por malaria de su hija Isabela.

El deseo de adelantarse a franceses y alemanes en el reclamo para España de aquella región le hizo regresar a África a pesar de su mala salud. Lograría, junto al asturiano Amado Ossorio, la anexión de la actual Guinea Ecuatorial, «un espacio rectangular sobre el mapa que se marcó a tiralíneas en el seno del misterioso 'País de los Bosques'», explican. A pesar de que su trabajo favoreció la conquista y colonización del continente, él siempre mostró «respeto e interés por la cultura de las etnias», añaden.

Durango

Fray Juan de Zumarraga

Ignacio pérez

En 1949 se inauguró en Durango el monumento a Fray Juan de Zumarraga, primer obispo y arzobispo de México. Los visitantes encontrarán la estatua de bronce dedicada al franciscano en la plaza Ezkurdi, junto al frontón. Obra del arquitecto Francisco Martínez Negrete en colaboración con el escultor Ignacio Asúnsolo, fue sufragada por suscripción popular en México. Que Zumarraga recordaba su pueblo lo atestigua su cita: «de Durango me habéis de escribir todas las cosas muy largo».

A pesar de su relevancia, las opiniones en torno a su figura son contradictorias. Algunos aseguran que arremetió contra las costumbres indígenas y animó la caza de brujas. Nacido en Durango en 1475 o 1476, muerto en 1548 (otros señalan la fecha de 1530), tras escribir al emperador para que prohibiera la esclavitud de los indios, llevó al país la confirmación del edicto que lo hacía.

También portó la imprenta a América en 1539, editando allí los primeros libros. Nombrado inquisidor de las brujas vascas por Carlos I en 1527, ejerció el cargo pocos meses. Durante ese periodo no hubo castigo de hoguera y recomendó al emperador que enviara predicadores que supieran «la lengua vascongada» y menos inquisidores. El mismo cargo le fue impuesto entre 1536 y 1543 en México contra su voluntad. Solicitó a sus delegados en el Concilio de Trento que pidieran una Inquisición independiente de la de España, ya que «los naturales eran nuevos en la fe».

Distintos estudiosos afirman que denunció la codicia de las autoridades civiles en el Nuevo Mundo. Preocupado por su tierra de acogida, impulsó la edificación de la catedral de México, colegios y el Hospital Amor de Dios. Ideas suyas fueron la primera biblioteca del Nuevo Mundo y la solicitud para la apertura de la primera universidad de América.

Ordizia

Andrés de Urdaneta

Andrés de Urdaneta, inmortalizado entre dos indígenas. Lusa

Algunos veneran su trayectoria y otros la rechazan por su carácter imperialista. Su estatua (1904) se puede ver en la plaza Nicolás Lekuona, frente al palacio Zabala, y fue esculpida por Isidoro Uribesalgo, que lo representa de hábito junto a dos indígenas. Escogido por los fundadores del Instituto Geográfico Vasco-Euskal Geografi Elkargoa (INGEBA) para acompañar la denominación de la entidad, el agustino fue además militar, marino, explorador y el cosmógrafo que descubriría y documentaría la ruta para navegar entre Filipinas y México, marcando el regreso de Asia a América a través del Pacífico.

Nacido en 1508 dentro de una familia bien situada, murió en México en 1568. Con solo 17 años se apuntó a la expedición de García Jofre de Loaisa a las islas Molucas, junto a Juan Sebastián Elcano. Se fijó en las costumbres, sistemas comerciales e idiomas. El cronista Fernández de Oviedo dijo de él que «era sabio y lo sabía muy bien dar a entender».

El virrey Mendoza le nombró en 1543 corregidor de gran parte de los pueblos de Ávalos –ahora Jalisco y Colima y noroeste de Michoacán–, así como visitador de Zapotlán y puerto de Navidad. Además desempeñó cargos judiciales hasta que, en 1553, decidió consagrarse a la vida monástica. Tras ser requerido por sus conocimientos en la expedición de Legazpi y descubrir la nueva ruta, regresó a su convento. Se le considera uno de los artífices de la evangelización de Filipinas.

Mutriku

Cosme Damián Churruca

féLIX MORQUECHO

El ayuntamiento y la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción hacen compañía a la estatua dedicada a este hombre de mar y ciencia. Dispuesta en la plaza que lleva su nombre, una placa reza: «Vivió para la humanidad. Murió por la Patria». La figura viste de época, señala al horizonte. Llegó al mundo en 1761, dentro de una familia de nobles hacendados que vivieron en el palacio Arrietakua y recibió clases del arzobispo Rodríguez de Arellano. Brigadier de la Armada Real, con 15 años ingresó en la Academia de Cádiz como guardiamarina, aunque acabó graduándose en la de Ferrol. Allí ascendió y se formaría como matemático y astrónomo.

Participó en el asedio de Gibraltar en 1781 y en la expedición a través del Estrecho de Magallanes de 1788, en la que comandaba la parte astronómica y geográfica. Embarcó para crear el atlas marítimo de la América septentrional, pero el viaje no sentó bien a su salud. Europa se convertiría en su destino, hasta que en 1802 se retiró a Mutriku, donde fue alcalde. Regresó a primera fila en 1805, cuando estallaron las desavenencias entre España e Inglaterra, para comandar la embarcación San Juan Nepomuceno durante la batalla de Trafalgar. Se negó a retirarse tras el impacto de una bala de cañón en la pierna afirmando «esto no es nada; siga el fuego». Falleció en la enfermería. Tenía 44 años y más de 29 de servicio.

Encarnación del marino ilustrado, defendía la profesionalización de la carrera valorando el estudio, la educación y la inteligencia. Aunque exigente, no era severo y predicaba con el ejemplo. Cipriano Vimercati, director de la Academia Militar, admiró su «talento grande, aplicación muy singular, adelantamiento grande y rápido, en mi juicio ninguno le aventaja». Amaba a los clásicos latinos, las lenguas inglesa e italiana y hablaba francés. Su biblioteca contaba con 131 títulos y escribió él mismo ensayos, observaciones, cálculos y discusiones sobre historia natural.

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