Hay un camino del cielo en los Mallos de Riglos
Riglos (Huesca) ·
Irse de viaje a un reino perdido puede parecer una locura. Irse a Aragón para entrar en el Reino de los Mallos no es difícil ... y es mucho menos una locura; es, al contrario, un recreo para el alma y los sentidos. «Polvo, niebla, viento y sol, / y donde hay agua una huerta. /Al norte los Pirineos, / esta tierra es Aragón. / Al norte los Pirineos / y al sur la Sierra callada. / Pasa el Ebro por el centro / con su soledad a la espalda». Cantaba así a su tierra aragonesa José Antonio Labordeta, sonido emocionante con el que acompañarse por los paisajes de aquel escenario. Reino de los Mallos, tejido entre peñascos que buscan el cielo, pueblos apretados en sí mismos, tierras plantadas de almendros, y un río disimulado entre barrancos que por nombre tiene Gállego pero es solo aragonés.
El que llamamos Reino de los Mallos está tan lleno de piedras antiguas como aderezado de historias; lleno de ermitas y basílicas, de templos rupestres, castillos, caminos y calzadas. La historia nos explica porqué esa tierra se dice un reino sin serlo de verdad. En el siglo XII, los pueblos de la comarca: Riglos, Agüero, Murillo de Río Gállego, Ayerbe, Marcuello, Loarre, Bolea y otras pequeñas localidades que poblaron la Hoya de Huesca integraban un territorio que gobernaba Pedro I de Aragón. El monarca falleció en 1104 sin tener a quien entregar su trono y entonces sus tierras quedaron en manos de su segunda esposa, Doña Berta, que las gobernó como si fuera un pequeño reino dentro de otro, el de Aragón, regido por Alfonso I el Batallador. Alfonso respetó la voluntad de su hermano Pedro I hasta la muerte de Berta, acaecida en 1111. Aquel no fue un reino verdadero, pero a principios del siglo XX algunos paisajistas empezaron a llamarlo así y aún nos hacemos eco de aquello.
En viaje la llegada a los paisajes de Riglos es impresionante: el río Gállego al frente, las murallas del mallo Pisón imponentes, el pueblo apiñado bajo la roca; no en vano lo han calificado como uno de los más bellos de Europa. Callejuelas estrechas, tejados brillantes, muros encalados para refrescar la canícula veraniega y gentes rústicas y amables son las certeras pinceladas que componen el cuadro.
Sedimentos de grandes cantos rodados depositados en un lecho hace más de doscientos millones de años, pero convertidos en montañas emergentes solo 35 millones de años atrás. La erosión de la naturaleza ha creado belleza en peñas inigualables: los mallos «grandes» el Pisón (o Pisoné) y el Firé, recibieron el apellido de familias del pueblo, el Puro (o Fuso) es la más caprichosa de las agujas rojas de Riglos. Y hay además otros mallos «pequeños»: Colorado, Chichín, Herreros y Magdalena, Cored o Aguja Roja; hay también mallos «chicos» y «fils», todos agujas con figuras irrepetibles.
La historia de los escaladores españoles está escrita también en estos parajes, con nombres como Rabadá y Navarro, Mallafré, Panyella, Peyré, Cored, Bescós, Anglada o Guillamón, los franceses Arlaud, Grelier y el italiano Giglione, protagonistas de épicas ascensiones donde la tragedia acompañó a veces a las gestas del principio del siglo XX sobre unos mallos considerados invulnerables.
En este reino ficticio, en el de los Mallos, huele a retama, tomillo y jinebros y cada mañana el sol alumbra con luces de cine esas piedras milenarias. No es extraño por tanto que a esa senda que los circunda le llamen el «camino del cielo».
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