La 'corrección' taiwanesa
El control opositor de la legislatura corta las alas al Ejecutivo, que busca en las elecciones de mañana seis diputados más para recuperar la mayoría
Cuando el entonces presidente Yoon Suk-yeol anunció la declaración de la ley marcial en Corea del Sur, no pocas miradas se dirigieron a Taiwán, ... temiendo una zozobra golpista que pudiera sacudir la estabilidad democrática en Asia oriental. Yoon argumentaba como excusa una amenaza extranjera, infiltración enemiga, bloqueo político sistemático, defensa del orden constitucional, etcétera, un vocabulario que también en Taiwán ha ido ganando terreno en la vida política desde la asunción, hace poco más de un año, de Lai Ching-te al frente de la isla.
Sin embargo, antes ya de intuirse lo mal que acabaría el autogolpe surcoreano, pese a compartir en el discurso oficial numerosas e idénticas constantes que dificultan sobremanera la gobernabilidad, lo cierto es que pronto fue descartado aquel rumbo.
Hoy por hoy, el argumento principal que sostiene políticamente al soberanismo taiwanés es la invocación del agravamiento de la «amenaza militar continental», es decir, el temor a que se produzca una acción militar de envergadura que pueda poner en jaque a la isla. Cuanto más se eleva el tono en Taipéi, más se solivianta la reacción en Pekín, en una espiral de difícil contención que, por otra parte, contribuye a facilitar una militarización creciente de la sociedad y una polarización política que crispa el ambiente de forma radical. Esta atmósfera eleva la seguridad a la condición de preocupación máxima.
Desde EE UU, la Administración Trump multiplica sus exigencias a Taiwán, tanto en el plano de la defensa (nivel de gasto y compras) como en la economía (aranceles, inversiones) o tecnología (chips), de modo que a las autoridades de la isla no les queda otra que sumar en una larga lista de concesiones para asegurarse la hipotética implicación activa de Washington en caso de crisis grave.
El soberanismo controla la presidencia pero no la legislatura. En esta, las fuerzas opositoras impulsan iniciativas para cortar las alas al Ejecutivo, dificultando en extremo la acción de gobierno. Con dos proyectos totalmente enfrentados, el consenso no parece posible. Al soberanismo le urgen seis diputados más para 'corregir' los resultados de los comicios del 13 de enero de 2024 y llevar a cabo su agenda sin cortapisas. De ahí el inédito proceso en curso contra varias decenas de legisladores que culminará en una primera votación mañana 26 de julio que se antoja determinante para recuperar la mayoría.
Y para avivar el fervor soberanista nada mejor que presentar a la oposición como colaboracionista con el continente, una quinta columna conciliadora con Pekín y dispuesta a traicionar los intereses de Taiwán. ¿Le puede funcionar? Muchos lo creen.
La firmeza del presidente Lai Ching-te en la defensa de la soberanía política de la isla frente a China continental no es solo oportunismo, es una convicción arraigada en su trayectoria y que nunca ha disimulado. Su línea dura cuenta con firmes apoyos en el entorno de Trump y eleva el peligro de que China acompañe también el nivel de respuesta, con una mayor exhibición de poder militar. Las autoridades chinas recuerdan a cada paso a Estados Unidos que Taiwán es una «línea roja» y está muy presente en su complejo diálogo bilateral pero la comunicación con la isla está bloqueada desde hace casi una década, cuando el soberanismo accedió al poder. Ello multiplica el riesgo de que cualquier error de cálculo acentúe la volatilidad del frágil equilibrio actual.
Si con el movimiento de destitución masiva de legisladores el soberanismo recupera el control parlamentario tras los comicios revocatorios de mañana, cumplido el objetivo, puede que Lai modere sus invectivas al tener menos incentivos. Si falla en su estrategia, lo más probable es que persevere en ella agravando la tensión política tanto en la isla como con el continente.
La lectura en la Gran Tierra puede ser otra bien distinta. Para Pekín, una oposición mayoritaria en el legislativo y con fuerte presencia en el poder local representa una esperanza, un dique frente a la independencia. Ello a pesar de que las visiones del unionismo a uno y otro lado del estrecho ofrezcan matices significativos. Una mayoría soberanista, por el contrario, tendría como efecto una segura intensificación de las políticas de desinización, muy criticadas en el continente, y un incremento de la convicción de que el tiempo ya no juega tanto a favor de las tesis de una reunificación pacífica. La «paciencia estratégica» de antaño transmuta hoy en inquietud.
Sin duda, el nacionalismo de la oposición en Taiwán no es una herramienta del PCCh, por más que se le presente por el soberanismo como depositario de una muy conveniente utilidad en el momento presente. Es un nacionalismo de la República de China (1912) y no de la República Popular China (1949), aboga por una solución pacífica con el fundamento de una integración progresiva, especialmente en el área económica. Esa era la hoja de ruta del expresidente Ma Ying-jeou, que sigue defendiendo a capa y espada por más que en su propio partido, el Kuomintang, levante ampollas por su inoportunidad. Sus sucesores soberanistas han finiquitado totalmente su legado pero, a la postre, se benefician largamente de su discurso.
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