Lo que el 'caso Osotu' revela
¿Qué pasa cuando un sistema educativo se cierra al cambio?
Rubén Méndez Cebrián
Agente de innovacion y transformación en la economía social y solidaria
Sábado, 6 de septiembre 2025, 00:01
El caso del centro Osotu de Güeñes es más que una disputa administrativa: es el espejo de un sistema que se niega a evolucionar, bloqueando ... su propio futuro. Como otros proyectos nacidos desde la ciudadanía, Osotu ha sido rechazado. Mientras se destinan millones a iniciativas sin retorno educativo significativo, se niega el acceso a los recursos públicos que sostienen a la inmensa mayoría de centros privados, que están concertados.
Esto no es anecdótico. Es muestra de un modelo y una política que, lejos de incorporar propuestas transformadoras, las bloquea sin criterios claros, sin transparencia ni justicia. Un sistema de recursos públicos que funciona como un 'club cerrado': solo hay para los elegidos.
Durante décadas, el sistema educativo vasco ha sido símbolo de identidad y esfuerzo colectivo. Pero hoy, mientras miles de familias y educadores buscan nuevas formas de acompañar a la infancia -con respeto, escucha y atención a la singularidad de ritmos, necesidades, capacidades y motivaciones-, el Departamento de Educación mantiene una estructura cerrada, desigual y alejada de los principios que dice defender.
¿Dónde está la coherencia en financiar centros con segregación por género, baja demanda o incumplimientos, mientras se niega apoyo a proyectos vivos, inclusivos y valorados? Lo preocupante no es solo lo que se niega, sino lo que se pierde: la oportunidad de construir un sistema más sano, justo y generador de talento. Un sistema que aprenda de sus educadores más audaces. Que se nutra de las semillas que ya germinan en decenas de comunidades, donde florecen pedagogías del cuidado, del vínculo y del desarrollo integral.
El sistema vasco sigue anclado en estructuras que desincentivan la innovación. De ahí el foco y la pobreza de los indicadores PISA y una desconexión creciente entre escuela y desarrollo humano. Se insiste en fórmulas cortoplacistas que no abordan el fondo del problema. La transformación educativa requiere visión a largo plazo y un plan que sitúe el desarrollo humano en el centro.
Frente a un sistema que impone control centralizado, presión sobre resultados y desconfianza en las capacidades de las personas, urge un modelo que libere el potencial de cada comunidad. Uno que entienda la autonomía de los centros como base para consolidar buenas prácticas y diversidad real de propuestas.
Muchos educadores de la escuela pública ya buscan inspiración en estos centros emergentes. Sería clave que pudieran agruparse las personas en las escuelas públicas por afinidades pedagógicas para mejorar los modelos y aplicarlos con continuidad. Esto evitaría el vaivén profesional y permitiría sostener proyectos de largo recorrido. Pero el sistema no lo impulsa: lo bloquea.
Los centros alternativos actúan como laboratorios vivos. Y aun así, son ignorados. Se les presiona, se les desgasta. Se actúa más desde el miedo que desde el propósito educativo.
Si estas prácticas ocurrieran en la industria o la tecnología, hablaríamos de un sistema que estrangula la innovación y la condena a la obsolescencia. Pero hablamos de educación. Y eso implica el presente y el futuro de nuestras criaturas, la salud emocional de nuestras familias, el sentido vital del profesorado, el bienestar y el progreso colectivo.
La educación no debería limitarse a insertar información ni exigir metas ajenas a las necesidades reales del alumnado. Debería cultivar el desarrollo de las personas en salud, plenitud y capacidades. Porque un sistema educativo que no pone la vida en el centro no es un sistema: es una maquinaria sin alma. Y porque es urgente cumplir con la Convención sobre los Derechos del Niño de 1959, que reconoce el interés superior de la infancia y su derecho a participar.
Es hora de mirar más allá de la superficie. De cuestionar un modelo que premia privilegios, perpetúa inercias y penaliza la ilusión. Es hora de abrir paso a los proyectos que ya están ensayando el futuro con responsabilidad y visión de país.
Lo que en su día fueron las ikastolas, hoy son iniciativas como Osotu: ciudadanas, transformadoras, valientes. Negarles el paso es renunciar a nuestro propio futuro. No se trata solo de Osotu. Se trata de qué educación queremos para Euskadi. Una educación viva, valiente y abierta al cambio. Que cuide, escuche y respete. Que cultive el vínculo y el entusiasmo por aprender. Que haga florecer el potencial único de cada niña, niño y comunidad. No solo por justicia y responsabilidad. También por cuidar el bienestar, apoyar el talento y fomentar la prosperidad.
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