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Confieso que en los últimos años me costaba leer los artículos de Mario Vargas Llosa. Por su deriva política extrema, no supe, o no quise, ... distinguir entre la obra y el artista. Llegó un momento en que sentía cierta animadversión al constatar que aquel humanista liberal y sabio, con aquellos ensayos geniales, había virado hacia posturas que yo no lograba entender. No podía comprender que apoyara a un Aznar preconstitucional, al ultraconservador Álvaro Uribe, a Keiko Fujimori o a Bolsonaro (con las trapacerías que había hecho) y otros. Un hombre que, en cuanto vislumbraba un mínimo intento de cambio social, ya estaba viendo a nuevos Chávez, Ortega, Castro y Maduro, con lo que negaba posturas sociales que intentaran remediar en algo al irredento pueblo hispanoamericano. Y nos decía una y otra vez que había que «saber votar y votar bien». Esta trayectoria motivó que escribiera en EL CORREO (20-5-2022) el artículo 'Discrepo, señor Mario Vargas Llosa'.
Y, de repente, Mario muere y ya no me acuerdo para nada de lo que he señalado antes. Su figura emerge sin ningún esfuerzo y se agranda la faceta del artista de una pieza, el de las grandes novelas, el de los ensayos impecables, el artista total. Lo demás es hojarasca.
Esta reflexión me lleva a enlazar con el pensamiento, tan original, de Miguel de Unamuno: «¿Y sé yo, además, si no he creado fuera de mí seres reales y efectivos, de alma inmortal? ¿Sé yo si aquel Augusto Pérez, el de mi novela 'Niebla', no tenía razón al pretender ser más real, más objetivo que yo mismo, que creía haberle inventado?» (Prólogo a 'San Manuel, Bueno, Mártir').
Cuando un artista muere, lo que queda no es la persona y sus circunstancias, sino su obra, aunque «todo arte es autobiográfico», dice Federico Fellini. Llega un momento en que no nos importa la persona que escribió, ni si existió, es algo que ya no tiene relevancia, lo que existe y tiene entidad es la obra.
Es verdad, Cervantes existe y tiene entidad por 'El Quijote', Saint-Exupéry por 'El Principito'. Lo que yo pueda saber de las circunstancias vitales de un artista me puede ayudar a entender mejor su obra, pero es algo prescindible. Ahora conozco la vida y circunstancia de Mario Vargas Llosa, pero dentro de muy poco quedará solo la esencia de sus libros. Nos cuesta separar la obra de su creador, pero, queramos o no, nos olvidaremos de lo ocasional para analizar lo permanente. Cuando escucho el oratorio 'El Mesías' de Händel, me quedo con su música, no pienso en los accidentes que rodearon al compositor. Cuando contemplo 'Las Meninas', 'Los fusilamiento del 2 de mayo' o 'La Gioconda', no pienso en los incidentes personales de su creador sino en la obra en sí, la inmortal. Lo mismo nos pasa al contemplar la 'Pietá', 'Laoconte y sus hijos', el 'Discóbolo', la 'Venus de Milo' o las anónimas catedrales. Que Miguel de Cervantes fuera hombre o mujer, moro, converso, judío, bisexual, transexual, generoso o tacaño, manco o con tres manos es mera anécdota. No conocemos quién fue el autor de 'El Lazarillo', lo cual no desmerece su grandeza.
Todo artista, por sublime que sea su creación, es un ser humano y, por lo tanto, imperfecto, condenado a tener defectos y miserias. Nos gustaría ver en sintonía al artista con su obra, similar en perfección, y no tiene por qué ser así. Hay pocas personas de las que se pueda decir que ambas facetas están en armonía, como puede ser la figura de Antonio Machado. Uno puede ser «eximio escritor y extravagante ciudadano», que dicen que dijo quien no tenía capacidad de juicio para elucidar tan alto.
Te decepciona cuando te enteras de que aquel artista-ídolo que tanto has admirado en un pedestal resulta que era un pedófilo, un tacaño, un misógino, uno que apoyó dictaduras o tenía una lacra inconfesable. Pasa a ser el artista-diablo. ¿Decae la visión que tenías de su obra anteriormente? ¿Y si desconocieras estos segundos detalles? La obra final de un creador no es un juicio moral sino artístico. No debería cambiar, aunque con frecuencia no logramos deslindar ambos campos. Pero la obra sigue siendo la misma, debe ser así, ya que, transcurridos los años, el que pasa a ser ente de ficción es el autor, desaparece, y lo que de verdad tiene entidad incuestionable es la obra. Que Homero fuera ciego o no, que fuera heleno o persa, que sea un autor personal o colectivo, o que tal vez ni existió, no desmerece 'La Iliada' o 'La Odisea'.
¿Qué preferimos, un santurrón anodino regalándonos mediocridades o un genio desequilibrado generando obras eximias? Precisamente los grandes genios, por tener tan descollante un sentido artístico y una entrega tan total, con cierta frecuencia han sido descuidados en otras facetas que sí cumple el común de los mortales. «No hay genio sin un toque de locura», nos dice lord Byron. Así pues, loor a ti, cóndor del Olimpo andino, eterno Mario Vargas Llosa.
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