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El mes pasado celebramos el Día Internacional de la Mujer. En 2018 y 2019, la participación en las manifestaciones fue masiva. Viví aquellas marchas con ... emoción al verme junto a tantas mujeres, también había hombres, reclamando nuestros derechos sin la compañía interesada de los partidos políticos. Pero, enseguida, los lobos se pusieron a la greña por ver qué formación política se llevaba el gato al agua, y se acabó la fiesta.
En este artículo no voy a enredarme en las últimas noticias aparecidas sobre políticos presuntamente acosadores sexuales, tampoco me voy a entretener hablando de esas políticas que lavan a escondidas los calzoncillos sucios de sus compañeros mientras pordiosean un puesto en la cúspide del partido, normalmente ocupada por ellos.
En este artículo solo quiero reivindicar, más allá del mes de marzo, el papel de la mujer en el mundo y, para eso, recordaré algunos momentos importantes de la historia, unos buenos y otros no tanto, que nos han traído a hombres y mujeres hasta aquí, al menos en Occidente.
En primer lugar, vaya mi homenaje a Giovanni Boccaccio, autor del 'Decameron', entre otras obras, que, con el fin de que no se perdiera su memoria, tuvo 'los huevos', perdón, de escribir en el siglo XIV 'De claris mulieribus', la biografía de 106 mujeres sobresalientes.
Boccaccio inspiró a Christine de Pizan, considerada la primera escritora profesional puesto que logró ganarse la vida con sus escritos. Animada por su padre y su marido, Christine escribió varias obras, la más conocida es 'La Ciudad de las Damas', 1405. Ahí reivindica el derecho de las mujeres a tener un lugar en el mundo. La pena es que Boccaccio y Pizan son dos raras excepciones en la historia de la época.
Vamos a lo malo. Un ejemplo muestra cuál era la situación de la mayoría de las mujeres en el mundo de la cultura antes del siglo XV. En la Edad Media, los monjes y las monjas copiaban los textos escritos para que no se perdiesen. En San Millán ('Aemilianus' en latín) de la Cogolla, La Rioja, los monjes, mientras escribían, a veces hacían anotaciones en los márgenes del libro en latín, romance o en euskera. Estas anotaciones se conocen como 'Glosas Emilianenses'. Esos monjes, por tanto, sabían leer y escribir.
Pero resulta que las monjas de los monasterios no sabían leer ni escribir y, cuando copiaban los textos, se limitaban a dibujar unos gusanitos, me refiero a las letras, sin entender absolutamente nada de lo que estaban escribiendo. El trabajo de esas mujeres siempre me ha parecido alienante, aunque quiero pensar que más de una se dio cuenta de que los gusanitos a veces se repetían e, incluso, se repetían pequeñas secuencias enteras de esos bichos y, así, las más avispadas quizás pudieron aprender solas a leer y a escribir.
Otro hecho triste ocurrió en uno de los momentos más importantes de la historia de la Humanidad, la Revolución Francesa. Cualquiera puede pensar que la Revolución, con su proclamación de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, fue un paso importante para conseguir la igualdad de la mujer. Pues no fue así, aquellos revolucionarios dejaron bien claro que esos derechos no se referían en ningún caso ni a las mujeres ni a los esclavos. Entonces, la girondina Olympe de Gouges se atrevió a proclamar los Derechos de la Mujer y la Ciudadana y, claro, el 3 de noviembre de 1792 le cortaron la cabeza, «por creerse hombre de Estado, por ser girondina y por renegar de su sexo».
Las mujeres, los esclavos, los niños y, en general, la población más vulnerable hemos logrado un lugar en el mundo gracias a la civilización y a la democracia, que ha ido desterrando el poder absoluto que concede la posesión de la fuerza. Pero cuando la fuerza vuelve a reinar, ocurre en las guerras hoy tan de moda, las mujeres volvemos a la casilla de salida y nos convertimos en simples objetos, violarnos forma parte del 'legítimo' botín de guerra del vencedor.
En fin, a pesar de todo, espero que hombres y mujeres seamos capaces de terminar de recorrer juntos el camino que nos queda por andar.
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