

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Hace ocho años (25-3-2017), este periódico publicó mi artículo '¿Tiene futuro la Unión Europea?', en el que decía que la UE había corrido ... a más velocidad de la que le permitía su motor, que, como ocurre con los coches, termina quemándose; y sostenía allí que era urgente realizar una reflexión profunda. Ahora, y sin esa reflexión, Europa ha recibido un 'trumpazo' brutal.
Ya no es solo la imposición de unos aranceles norteamericanos salvajes, sino el inicio de un cambio profundo del orden económico, político, social y territorial del mundo (que, incluso, alcanza al viejo paradigma de la democracia, el Estado de Derecho y los derechos humanos). En su deseo de lograr la hegemonía mundial, Trump pretende un debilitamiento importante de Europa, dejándola sin su protección y al pie de los caballos del enemigo número uno, que es Putin. Un auténtico 'shock'.
Europa parece haber despertado de su letargo, y ha decidido fortalecer sustancialmente su defensa y su seguridad, contemplando una inversión de 800.000 millones de euros, lo que ha provocado disensiones entre los grupos políticos del Gobierno. Pero en defensa y seguridad no hay mejor disuasión frente a posibles ataques militares y de todo tipo, que disponer de una fuerza militar y de defensa capaz de neutralizarlos. En mi opinión, el buenismo pacifista no sirve para nada en esta situación. Si Europa se debilita podría ocurrir cualquier cosa
Creo que no se debe tener a Trump como un enemigo de Europa, pero hay que recordar que se ha colocado voluntariamente como un adversario. Lo que obliga a la UE a actuar con valentía y firmeza caiga quien caiga; no solo aumentar la competitividad de los productos eliminando requisitos, sino también instrumentar aranceles recíprocos, explotar las contradicciones económicas entre EE UU y la extrema derecha europea, y destacar las consecuencias negativas de las políticas de Trump en la propia ciudadanía estadounidense. También a buscar alianzas novedosas en caladeros inéditos, beneficiosas para Europa. Sin perjuicio de intentar la mejor relación posible con Washington, aunque sin perder excesivo tiempo en ello. Hay que enseñar el colmillo de vez en cuando.
Sin embargo, Europa no debe quedarse en el intento de depender de sí misma (lo que se llama autonomía estratégica), sino que debe aspirar a convertirse en el medio plazo en un actor potente e influyente en el mundo, con realismo pero sin complejos. Costará, pero el norte tiene que estar muy claro y sin fisuras. De lo contrario, será un pelele en manos de los poderosos bloques mundiales.
Para ello, es necesario que Europa cuente con un liderazgo sólido y ágil. Y creo que la UE no lo es (tamaño, lentitud y carencia de unidad interna, con el ejemplo de Orbán). Liderazgo político, no jurídico (a veces, el intento de imposición legal crea más problemas que los que se trata de resolver), aunque la instrumentación jurídica de las decisiones ha de correr a cargo de la UE y de los Estados y sus entes. Con número reducido, al modo del G-7 pero estable, que sea la vanguardia de Estados y entes intraestatales, de dentro y de fuera de la Unión, que deseen adherirse libremente a los valores e intereses europeos. Su fuerza radicará en la unidad de acción que aglutine. Pienso en Alemania, Francia, España, Italia, Reino Unido…
Todo ello comporta una auténtica reconstrucción exterior de Europa en su conjunto, y en las relaciones entre sus Estados. Pero Europa no es solamente el exterior de los Estados, sino también su interior. El Estado español tiene competencia exclusiva en relaciones internacionales (artículo 149-1-3º de la Constitución). Pero la acción exterior afecta a una multiplicidad de políticas sectoriales del propio Estado y de sus entes intraestatales (comunidades autónomas, Territorios Históricos y entidades locales). Se trata de que todos ellos actúen de modo unificado y coherente con los valores e intereses europeos, sin necesidad de alterar sus competencias jurídicas; lo que requiere una altísima lealtad institucional y una fortísima voluntad de cooperación entre ellos, que hoy no existe.
La confrontación y degradación políticas que nos acompañan, sobre todo en el nivel estatal, son también munición contra Europa. Pudren el interior del Estado y sus instituciones, y dejan el exterior tan vulnerable como un corcho. Es imprescindible, también, una reconstrucción interior de cada Estado, y del nuestro en especial, con un cambio de 180 grados.
Es la hora de la verdad para Europa. Se enfrenta a un desafío exterior e interior sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. No es un reto de reformas, sino de auténtica reconstrucción de Europa, desde todas las perspectivas. Lo que se haga ahora determinará el devenir europeo para décadas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.