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El título de la columna debería ser 'Queridísimos verdugos', que es el del famoso y perturbador documental de Basilio Martín Patino. Pero el superlativo tiene ... demasiadas letras y no cabe en el espacio disponible. Además emplear un superlativo en un título, e incluso en el texto, resulta de manejo complicado si no es para un tono humorístico.
Martín Patino rodó 'Queridísimos verdugos' de modo clandestino y con pocos medios en 1971, pero no pudo estrenarse hasta 1977, ya desaparecidos Franco y la censura. El desarrollo narrativo del documental se apoya en una idea muy buena: reunir a los tres últimos verdugos en ejercicio (uno de ellos ejecutaría después, en 1974, a Puig Antich, el último agarrotado) que quedaban en España y dejarlos hablar a cámara, previo pago por prestarse a ello, contando sus truculentas anécdotas de trabajo y dificultades mecánicas con el artilugio del garrote vil y con los cuellos de determinados reos. Las reuniones se llevan a cabo en una bodeguilla y durante una comida. La progresiva ebriedad de los verdugos consigue que se les suelte más la lengua y se incremente el grado de horror de lo que refieren. El decano de los tres, sabihondo y declamador de ripios, siempre con sombrero, pajarita y un abrigo con cuello de piel, parece un personaje salido de la literatura. Imágenes de archivo con voz en 'off' y los testimonios de profesionales, testigos de las ejecuciones, completan este retrato de la España negra.
Vi 'Queridísimos verdugos' cuando se estrenó, a mis 17 años, y me impactó sobremanera. Entonces era estudiante de Derecho y con lo que más me quedé fue con el rotundo alegato contra la pena de muerte y con la crueldad del garrote vil. Vista ahora, tantos años después, me ha resultado curioso y ambivalente que lo que más me ha llamado la atención, y a la vez me ha interesado menos, haya sido el profundo subdesarrollo que se muestra a través de los verdugos (dos de ellos analfabetos funcionales), los familiares de los ejecutados y los propios reos. Hizo que me preguntara cuánto de esa España pobre, casi ajena a la civilización y de una indigencia intelectual dolorosa, sobrevive todavía, medio siglo después, en las aldeas más remotas y los suburbios urbanos de marginalidad extrema.
Tiene categoría propia de horror la pormenorizada descripción que hace un afectado psiquiatra de la trabajosa ejecución de Monchito, un pobre chico a quien su lerdez no salvó del patíbulo. Y cómo cuenta uno de los verdugos, tipo enclenque, cuando tuvo que encargarse de Jarabo, a quien no consiguió romper su robusto cuello y murió estrangulado lentamente.
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