La vuelta de la mili en Europa
Las noticias de un servicio voluntario en Bélgica y Alemania se alinean con la imposición histórica de la conscripción en gran parte del continente
Pedro Oliver Olmo
Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Castillas-La Mancha
Domingo, 16 de noviembre 2025, 13:30
Francia, en 1997; España, en 2001; Italia, en 2005; Suecia, en 2010; Alemania, en 2011… Durante las décadas bisagra de los siglos XX y XXI ... un número considerable de países europeos suspendieron o abolieron el servicio militar obligatorio. Se abría un ciclo propio de una nueva época, una coyuntura geopolítica distinta que provocaba cambios en el conjunto y en cada uno de los Estados europeos.
Era el fin de la Guerra Fría y se había puesto en valor la política de 'dividendos de paz' en un panorama geoestratégico que, en principio, parecía más seguro y asimismo más rentable, sobre todo porque podía reducirse el ingente gasto dedicado al armamentismo y a la proliferación nuclear, mientras se aceleraban los procesos de profesionalización de las fuerzas armadas y, de paso, se tranquilizaba a la juventud europea y a unas clases medias que ostensiblemente estaban en contra de la conscripción o buscaban afanosamente librarse de tan ominosa y a veces peligrosa obligación.
En nuestro país, además, el desafecto social hacia la mili, simbólicamente representada como 'la puta mili', se hizo mayoritario, espoleado por el movimiento de objeción de conciencia e insumisión. Sin embargo, ese ciclo tenía los años contados.
Muy pronto comenzó el nuevo ciclo que está restituyendo la conscripción en Europa. Hoy en día el balance es muy distinto del que teníamos en 2010. Hay mili en diez países comunitarios (Austria, Estonia, Finlandia, Grecia, Chipre, Dinamarca, Suecia, Lituania, Letonia y Croacia), además de los otros cuatro que no pertenecen a la UE (Suiza, Noruega, Ucrania y Moldavia). El proceso que se está siguiendo nos debe alertar.
Desde la anexión rusa de Crimea, con el neolenguaje de la paz y la seguridad o con el lenguaje clásico y crudo de la guerra, ha vuelto a las agendas políticas la vieja expectativa militarista de los ejércitos de leva, con decenas de miles o centenares de miles de soldados puestos en los frentes para que sirvan de carne de cañón, dígase carne de contención, qué más da, si a fin de cuentas se trata de una huida hacia adelante, pues ya sabemos que algo así siempre resultó ser una catástrofe material y una enorme carnicería humana, como de hecho está ocurriendo en los frentes de Ucrania.
Hoy sabemos que llevamos diez años inmersos en un nuevo ciclo de retorno de la mili: se inició en 2015, tomó vuelo en 2022 y amenaza con agudizarse en los años venideros. Lituania, que reintrodujo el servicio militar obligatorio en 2015 tras la anexión rusa de Crimea, quiere extenderlo e incluir a las mujeres. Finlandia está en esa misma tesitura. Letonia reintrodujo la mili en 2023. Serbia y Croacia han anunciado su restitución. Suecia ya lo había hecho en 2017.
Hay países que no podrían hacerlo o se enfrentarían a un importante sector de la opinión pública, como ocurre en Italia y más aún en España (de momento, la reinstauración de la mili es una idea exclusiva de las ultraderechas, de Salvini y Abascal respectivamente). Pero el debate toma visos de seriedad en Reino Unido, en Francia, Bélgica... En Alemania, el ministro de Defensa, Boris Pistorius, sostiene que «no hay capacidad de defensa sin servicio militar obligatorio». Las últimas noticias sobre una mili voluntaria y bien pagada en Bélgica y Alemania están en las mismas coordenadas de la vuelta de la conscripción.
Es un cambio trascendente, algo muy serio. Es serio porque nos recuerda que hay decisiones políticas envueltas de hipocresía e inmoralidad. Ese tipo de resoluciones estratégicas se estén adoptando en parlamentos inestables y en una coyuntura de extrema volatilidad electoral. Las alientan líderes que se han beneficiado personalmente del ciclo anterior, políticos populistas que en su día no hicieron la mili porque pudieron librarse de ella.
Es serio porque afecta a los derechos y a las vidas de futuros reclutas que hoy están educándose en los jardines de infancia y en las aulas de Primaria y Secundaria. Es serio porque el retorno de la mili se está justificando con el discurso del miedo, con la exaltación de las retóricas belicistas, señalando las amenazas del expansionismo ruso, pero lanzando contra él otras amenazas preventivas, y obviando la responsabilidad de los países de la OTAN en la escalada armamentística y en el riesgo de guerra nuclear, mientras se margina a la sociedad civil de un proceso de toma de decisiones que, por cultura de paz e incluso por pura humanidad y por instinto de supervivencia, debería sustentarse en la resolución pacífica de los conflictos. El retorno de la mili no detendrá la guerra; solo nos acerca más a ella.
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