Olor a cerrado
Más allá del hedor de la basura descompuesta, ¿a qué huele la corrupción?
No es tan conocido como el comienzo de 'Cien años de soledad' (ya saben, el coronel Aureliano Buendía, el pelotón de fusilamiento, el conocimiento del ... hielo…), pero también son citadas las primeras palabras de otra novela célebre de García Márquez, 'El amor en los tiempos del cólera'. Empieza así de bien: «Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.» Esa evocación le viene dada al personaje por el olor del cianuro, que es como de almendras.
Hay olores que nos traen recuerdos, que nos meten en el túnel del tiempo y nos hacen regresar a la infancia, o al cuello de una mujer con el mismo perfume; a momentos felices que entonces, cuando los vivimos, no fuimos conscientes de que iban acompañados de un determinado aroma. Esos olores, como el de las almendras amargas, no suelen tener una correspondencia directa con lo que evocan, incluso pueden ser un contraste con la naturaleza del recuerdo. Otra relación más poética es el olor que simboliza algo, o más bien asocia a una idea, un concepto o una definición la metáfora de un olor. Por ejemplo, ¿cuál es el olor que corresponde a esa lacra secular unida al poder político? ¿A qué huele la corrupción? La primera asociación es la fácil, la que el propio término indica. Parafraseando: algo huele a podrido en España. Pero más allá del hedor de la basura descompuesta, ¿qué otros olores menos evidentes podrían simbolizar la corrupción y sus puestas en escena? Por supuesto, el olor del dinero (el efectivo es corriente en el pago de mordidas), el de los billetes nuevos y el levemente innoble de los muy manoseados ('pecunia non olet', dijo Vespasiano a cuenta del procedente de las tasas por el alcantarillado). Quizás el suave aroma de las maderas nobles y los finos cueros de los despachos lujosos; o el de pólvora, el de la sangre recién derramada de animales y del caldo caliente y el coñac para templar el frío del amanecer en las monterías del franquismo donde se pactaban crímenes organizados. O el olor del sexo alquilado, o el del mar desde un yate, o el del motor de un deportivo de lujo.
O el olor de la impunidad, que podría ser el de un ambientador que intenta disimular el olor a cerrado. Ese es para mí el mejor olor simbólico de la corrupción, el malsano y asfixiante de una estancia largo tiempo cerrada. Ese olor solo se disipa con la entrada del aire fresco, del oxígeno que en la película 'Roma', la de Fellini, borraba en un instante los frescos de una casa romana, preservados de la corrupción del tiempo por estar ocultos bajo tierra durante dos mil años.
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