Fin de curso
El autoritarismo del dinero recupera el prestigio que logra en los malos tiempos
Cuando los criterios racionales mínimos se relajan, ya me entiendes, cuando se relaja la racionalidad hasta el extremo de que el verdugo puede fingir ser ... la víctima y acusar a la víctima de ser el verdugo, porque todo se muestra dúctil e interpretable, y hay jueces para todos los gustos y gustos para todos los jueces, porque los límites, los términos, las formas y las líneas rojas se han borrado (o tal vez se han emborrachado y hacen eses, que todo puede ser) y ya nadie los ve, entonces, Lutxo, viejo amigo, en ese momento aciago para la vida ordenada de la tribu, digo, es cuando empiezan los problemas de verdad. Los problemas de siempre con sus locas trompetas a rebato. Y con sus afanosos trompeteros dispuestos a aventar miseria moral a mazo, sin freno y por doquier patrio.
Ya ha pasado otras veces. Lo conocemos. Pretender no conocerlo es perverso e interesado. Los problemas de esa vieja insidia política basada en el mensaje a la chusma plebeya de que da lo mismo esto que lo otro porque todo es mierda, esos problemas ya están aquí, una vez más. Puede que sean recurrentes, claro. Como los tsunamis. Porque los tsunamis son recurrentes, ¿no? No estoy seguro. No obstante, ya ha pasado la selectividad, ya ha terminado la liga, las ferias del libro alegran las ciudades, Carlos Alcaraz ha ganado Roland Garros y, naturalmente, ya está aquí el final de curso.
Qué maravilla. ¿Hay algo mejor que el final del curso, viejo gnomo? ¿Se sigue llamando así? En nuestros tiempos no había nada como el final del curso. Ya se habían acabado los exámenes y abrían las heladerías. También las chicas estaban contentas. Qué tiempos. La vida cambia muy deprisa en algunas cosas y muy despacio en otras. Y en lo que es elemental no avanza mucho, Lutxo, le digo. En lo que es elemental de verdad, no avanza nada, dice él.
Pero estamos entrando claramente en una época en la que el auge del autoritarismo del dinero y la merma de racionalidad recuperan el prestigio que suelen adquirir en los malos tiempos. La infancia que añoramos no existió jamas. Es un engaño de la mente. La inventamos nosotros. Y la remodelamos y maquillamos cada vez que volvemos a evocarla: es un sueño. Somos soñadores: demasiada realidad se nos hace insoportable. Pero bueno, pronto llega Wimbledon, empiezan los Sanfermines y se monta el congreso nacional del PP, que sin duda ofrecerá un festival de actuaciones estelares. Todo a la vez, será divertido. Y luego a pasar el verano como sea, como siempre. El verano posee la virtualidad de reconectarnos con lo real. Después de todo, seguramente hay algo real en este mundo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.