No todo vale
Los tejemanejes convierten la política en una actividad perversa y retorcida
Admiro, o más bien admiraba, a esas personas que siempre ocupan el lugar acertado, se visten con la requerida etiqueta o recitan, sin que la ... voz les tiemble, al pronunciar una conmovedora frase. Confieso que, a lo largo de mi vida, siempre he creído que olvidaba algo al salir de casa, que no iba adecuadamente vestida, que había pronunciado una palabra que no procedía o que llegaba tarde. La sensación de ilegalidad, de no estar invitada, o de no poseer el carné correspondiente me ha acompañado hasta estos años en que ya, seamos sinceros, me importa un pimiento no colmar las expectativas de nadie que esté lejos de mi corazón.
Me rondan el pensamiento los versos de una poesía de Gabriel Celaya que me ha recordado un colega: «Maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que, lavándose las manos / se desentienden y evaden». Hasta hace bien poco me quedaban rastros de viejos encandilamientos y, como un animal fiel a sus costumbres, me negaba a entregar mi renuncia, pero resulta harto difícil, aunque te lo pidan en cada esquina, envejecer ignorando la rebeldía que te ha sostenido.
Me cuesta un mundo no afear la conducta de quien atropella o mantenerme neutral, mientras escribo sorteando la tentación de no llamar a las cosas por su nombre y lanzarme a los improperios que lanzo al informativo, igual que lo hacia mi abuela. Pero es que la política, eso de lo que no se habla, no ya en la cena de Navidad sino en todas las cenas, la política, eso que no interesa a muchos pero afecta a todos, la política, eso que ha hecho que unos vayan por la izquierda y otros por la derecha sin encontrarse jamás, se ha convertido en una actividad perversa y retorcida que alcanza no ya a los ignorantes, sino a los que creemos en la validez de la democracia.
Cada semana, emerge a la superficie la podredumbre de los tejemanejes, la justificación de los errores, la solidez de un silencio que no ha lugar y esa carencia de vergüenza que nos sonroja a muchos. Debe de haber en este país un sistema de escucha omnipotente y un número considerable de 'fontaneros' incapaces, a juzgar por las grabaciones que se transcriben diariamente y que nos recuerdan que un día dijimos que no todo vale.
Aunque en la tesis de moral y transparencia que debería tener la clase política se haya suprimido ese concepto, es preciso seguir sosteniéndolo, sobre todo por los jóvenes a los que hemos dejado a merced de la tecnología. No, no todo vale.
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