La calor
Avisos a navegantes ha habido de sobra. Está a punto de llegar una multitud de desterrados huyendo de la cocina del infierno
Me separa una brecha insalvable de quienes dicen, sin despeinarse, «'mi' coach» o «'mi' asesor financiero». Suelo advertir a mis alumnos de que, a la ... sombra del nombre, los que llevan -a lo bajini- buena parte del significado son los determinantes. Que por esas rendijas se nos ven las entretelas: lo que somos o pretendemos ser. No es lo mismo decir «'la' verdad» que «'cuatro' verdades»; «'el' abogado» que «'tendrá usted noticia de mis' abogados»; «Juani» que «'la' Juani»; «'mi' tío» que «'ese' tío». Tampoco es lo mismo decir «'el' calor» que «'la calor».
Llegados a cierto punto, en casa no hablábamos ya de «'el' calor», sino de «'la' calor». 'El' calor, según las circunstancias, podía ser amable; 'la' calor, olvídate. La calor era -es- insufrible. Quizá 'esa' calor sea la penúltima distopía: esos 40 grados de Sevilla, los 42 de Murcia, los 43 de Marrakech, los 29 del Mediterráneo, los 179 litros por metro cuadrado en una hora de Vinaròs. No resulta difícil, visto lo que vivimos con el confinamiento, imaginarnos encerrados en espacios herméticos durante semanas. Asomándonos tras los cristales a ciudades calcinadas o anegadas y escuchando el parte meteorológico de Roberto Brasero.
Una cultura, una civilización, es avanzada en la medida en que es capaz de adelantarse a los acontecimientos, a los riesgos del futuro inmediato y actuar en consecuencia: protegerse, maniobrar para esquivar la catástrofe, refugiarse, huir, armarse, tomar medidas. A esa necesidad respondieron los adivinos, las vísceras de una cabra, el vuelo de algunas aves, las bolas de cristal, el catalejo, la ubicación de los castillos, los posos del café, los chequeos rutinarios, los naipes, la mirilla, Mariano Medina y el Meteosat. Pero, especialmente, los libros.
Algunos como 'El planeta inhóspito: La vida después del calentamiento', de David Wallace-Wells, llevaban tiempo advirtiéndonos de que la estábamos liando muy gorda. «Es peor, mucho peor de lo que imaginas», dice en su primera línea. «El nuevo mundo en el que nos adentramos será tan ajeno al nuestro que bien podría tratarse de otro planeta distinto. (...) El cambio climático no es una amenaza lejana: es la historia de cómo hemos cambiado el mundo, y cómo esos cambios están cambiándonos a nosotros», nos advierte. Es un ensayo completísimo, caleidoscópico. 'Perdiendo la tierra', de Nathaniel Rich, denuncia el negacionismo climático: «Hubo un momento en que pudimos haberlo detenido. Ese momento fue entre 1979 y 1989», nos asegura. Naomi Klein, en 'Esto lo cambia todo', apunta directamente al sistema: «No se trata solo de cambiar las bombillas. Se trata de cambiar el sistema».
Sí, también las pelis. No puede faltar 'Waterworld' («El mundo no te espera», dice un Kevin Costner que busca desesperadamente tierra firme), 'Doce monos' («Ya lo recuerdo. El niño… yo viví aquí»). Tampoco 'Hijos de los hombres' («Es muy extraño lo que sucede en un mundo sin las voces de los niños») ni, por supuesto, 'Wall-E': «Stay the course», repite como un mantra autoritario AUTO, la inteligencia artificial de la nave Axiom, que representa la inercia ciega de la Humanidad, atrapada en el confort tecnológico mientras la Tierra muere.
Tampoco la pandemia, ese período de reflexión del que dijimos -nos conjuramos aplaudiendo diariamente y a la misma hora desde los balcones- que íbamos a salir mejores, nos ha hecho replantearnos modelos de producción ni de consumo que se habían demostrado completamente insostenibles: hemos vuelto al punto de partida y a un relato de la realidad exclusivamente económico. Hemos desperdiciado ese tiempo muerto con el que podríamos haber remontado el partido. Lo peor es que, quizá, nos hayamos cargado ya la junta de culata.
No. Avisos a navegantes ha habido de sobra. Ahora toca apechugar. El Banco Mundial -lo recoge Pablo Cerezal en 'Ethic'- habla ya de territorios inhabitables y de la cornisa cantábrica, de nosotros, como de «refugio climático»: «En 2050, 216 millones de personas podrían verse obligadas a desplazarse de sus residencias habituales, dentro y fuera de su propio país». La inmigración actual no es más que un adelanto de lo que está a punto de llegar: una multitud de desterrados huyendo de la cocina del infierno. La rentable avalancha de turistas se convertirá en una incesante caravana de refugiados.
Suelo advertir a 'mis' alumnos que los determinantes son «determinantes»; las ventanas desde las que observamos el exterior. Que no es lo mismo decir «'el' planeta» que «'nuestro 'planeta», «'el' tesoro» que «'miiiiiii' tesooooro». También, que somos unos privilegiados y que debemos acoger a los que no lo son tanto.
Sí, cuando la temperatura era agobiante, en casa decíamos: «no salgas con 'esta' calor». Estábamos, sin embargo, abonados a «'el' mar». Quizá porque veníamos de tierra adentro.
Con 'estos' calores me abandono un poco. Lo reconozco. Si me viera 'mi' estilista…
En fin.
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