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Yolanda Veiga
Miércoles, 2 de marzo 2016, 18:12
Esto de la multipantalla ha acabado con la sana costumbre de ver la tele juntos. Lo de sana se dice sin ciencia alguna, porque esa ... es la percepción que se tiene desde fuera o, al menos, que se tiene veinte o treinta años después. Aunque salvo en el caso excepcional de clanes especialmente bien avenidos con gustos comunes y querencia por sentarse apretados, lo de ver la televisión en familia era más una necesidad que una elección. La veíamos juntos porque solo había un aparato, que encima se veía regular. Lo de la segunda tele en la cocina, e incluso una tercera en el cuarto es un invento relativamente moderno, que a la chavalería de hoy le suena a viejo. Las páginas de la parrilla televisiva de los periódicos mantienen a duras penas la supremacía en el orden de lectura de los diarios, arrinconadas por la tendencia 'in crescendo' de la programación a la carta, ver las series y los programas online en el momento que se quiera. Es cómodo y amplía las posibilidades, pero ha acabado con estos encuentros diarios y nocturnos en el salón de casa.
Ahí se juntaba la gente, después de cenar juntos en la cocina. No era una ley escrita pero en esos casos, nada de los niños y las mujeres primero. Los primeros eran los padres, en sana competencia con los abuelos. Y la chiquillería se iba acomodando como podía. Los hermanos mayores, en los huecos de las esquinas, que ofrecían la posibilidad extra de sacar un pierna por el reposabrazos. Y los pequeños, espachurrados en los huecos centrales, como cuando ibas tres en la parte de atrás del coche y te tocaba ir en medio.
El recuerdo más extendido de esta forma de ver la televisión es, probablemente el 'Un, dos, tres', un programa de consenso que generaba una respuesta homogénea en el espectador, independientemente del perfil del público. Les encantaba a los niños y también a los padres, y a los abuelos, y a los tíos, y a los vecinos. Todos el mundo quería que los concursantes se llevaran el apartamento o el coche, aunque alguno ha confesado 'a posteriori' que experimentaba un pequeño regocijo cuando la pareja de sufridores se marchaba a casa con dos mil rollos de papel higiénico.
Como la gente veía la tele junta, los que fueron niños a finales de los setenta o más bien entrados los ochenta se acuerdan de 'La Clave' y crecieron con la idea de que Balbín era un señor muy importante en la tele. Un señor que encima fumaba en pipa, que era lo que más gustaba porque lo demás un chaval no alcanzaba a entenderlo mucho. También veían, con menos interés que la observación de volutas de humo de Balbín, los telediarios, que entonces llamaban 'el parte' y que, salvo periodistas con precoz vocación, era un auténtico rollo. Rollo que había que tragarse para poder ver luego los dibujos animados, que en una época emitían el fin de semana a eso de las tres y media. Ahora, el fin de semana ponen películas de serie B después del informativo, tres seguiditas en el caso de Antena 3, así que lo de los dibujos estaba fenomenal.
El incordio de ver la tele juntos era que, salvo contadas excepciones como la del 'Un, dos, tres' y alguna serie tipo 'Canción triste de Hill Street', rara vez toda la familia disfrutaba por igual. A veces hasta se pasaban un mal rato. Nos pasaba a los niños (o a algunos al menos) cuando en la tele se besaban. Y en 'Luz de luna', por ejemplo, se besaban muy a menudo. La serie protagonizaba por Bruce Willis y Cybill Shepherd tenía la mezcla justa de comedia, romanticismo y drama para resultar atractiva a todos. ¡Pero qué manía con besarse! Pasabas un sofoco tremendo y en el salón se hacía un silencio atronador. Los mayores aguantaban estoicos el recital de arrumacos de los protagonistas y los chavales bajábamos un poco la cabeza, queriendo mirar pero pasando una vergüenza tremenda. Serían uno o dos minutos, pero se hacían eternos. Luego se arreglaban la ropa, volvían a las disputas de siempre y el ambiente se relajaba en casa. El recuerdo de estos apuros en familia resulta hoy entrañable y más de uno estaría dispuesto a tragarse veinte escenas seguidas de besos otra vez.
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