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«Me llamo Josu Zubillaga, tengo esclerosis múltiple y me estoy preparando para subir al Kilimanjaro». Esta es la historia de superación de un vasco de 50 años que vive para que la enfermedad no pueda con sus sueños. No irá solo. En su aventura a la cumbre más alta de África, en Tanzania, le acompañarán un deportista de élite -pero sobre todo un amigo de la infancia, compañero de pupitre, de juegos y del alma, el alpinista José Tomás Moro, que hace de la amistad la mejor terapia- y un segundo colega. «No hay nada que temer», se conjura.
Todo está preparado para la expedición, que parte el 14 de junio. El viaje, vía Amsterdam, resume el desafío de vivir con la esclerosis múltiple, un reto que Zubillaga relata para EL CORREO con motivo del día mundial, que se conmemora este jueves.
Fue como ahora, un mes de mayo, durante la celebración del 50 aniversario del colegio La Salle, cuando Zubillaga (Sestao, 1969) se topó con la enfermedad. «Fuimos de comida y nos dieron las cinco de la mañana. Al llegar a casa, me noté rara la pierna...». Se metió la mano al bolsillo y no la sintió. «Lo comenté con mis amigos y me tomaron el pelo. 'Eso es la juerga del otro día'», decían.
No le dio importancia. No quiso dársela. Quince días después, su padre se sorprendió al verle caminar extraño mientras bajaba las escaleras y le llevó a las Urgencias del hospital de Cruces. «¡Pero qué narices te pasa a ti!», le dijo. Necesitaba una respuesta y la halló. Era la esclerosis múltiple, una enfermedad crónica y degenerativa que se desata por brotes y se manifiesta por trastornos sensitivos, del equilibrio y del habla. Josu, técnico de prevención, prestaba entonces sus servicios en una obra en Logroño, a donde acudió en cuanto le dieron el alta.
Un día, subido en un andamio, a 60 metros de altura, vigilando el cumplimiento de las normas de seguridad, tomó conciencia de sus dificultad para caminar. Le jubilaron. Comenzó su travesía del desierto. «Estás en casa, tienes que cambiar de rutinas, dejar de ir de bares con tus amigos... Fueron dos años horribles, en los que me aburrí como una ostra y fumaba marihuana para pasar el rato y aliviar tensiones».
Pasado ese tiempo, decidió caminar. A las nueve, paseo por el muelle de la Benedicta, que une Sestao con Portugalete al borde de la ría. A las diez, encuentro con los amigos. Fue recuperando forma, mientras en su cabeza tomaba fuerza la idea de volver a la montaña. De chaval, había formado parte de un grupo de scouts y su amigo José, con el que mantenía una estrecha amistad, pese a vivir en distintas ciudades, siempre organizaba una salida por Navidad o en verano, cuando regresaba a Sestao. Los paseos por 'La Bene' le permitieron recorrer primero 500 metros al día, luego más... «¡Quiero que un día me lleves al Gorbea!», le dijo a su amigo en una ocasión.
Desde entonces no paró. Anboto; Monte Perdido, en Huesca... «No ocurrió de la noche a la mañana. Él es un deportista de elite. En una ocasión le acompañé a la carrera Aneto-Posets (de 110 kilómetros) para darle apoyo en el avituallamiento y poco a poco, de su mano, me fui metiendo en este mundo de la montaña». Su último gran desafío fue la conquista del Toubkal, la cumbre más alta de África del Norte, en Marruecos, de 4.167 metros. Una auténtica hazaña para cualquiera y más para un paciente de esclerosis múltiple, una enfermedad que se manifiesta con agarrotamiento de los músculos y dolores. «José marca el ritmo. Conmigo, lógicamente, va más lento, porque arrastro la pierna; y para aguantar el dolor, me 'atiborro' de ibuprofeno. Una pastilla por la mañana y otra por la noche».
A los pies del Kilimanjaro viven todo tipo de animales salvajes. Leones, rinocerontes, cocodrilos... Pero a más de 4.000 metros de altura, a donde viajan, «no se dan condiciones de vida ni para los mosquitos». La cumbre del Kilimanjaro, con nieves perpetuas que comienzan a perderse, es un emblema de la lucha contra el cambio climático. Josu, y sus amigos, un ejemplo de vitalidad frente a la enfermedad. «La esclerosis múltiple nos ha cambiado la vida. A mí y a mi mujer, Cristina, siempre preocupada por mí», sonríe. «No te hablo de ella, porque me emociono... Me cuida tan bien».
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