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Dhaulagiri, primer ochomil vasco.

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Dhaulagiri, primer ochomil vasco. Exp. navarra Dhaulagiri

La memoria del montañismo vasco

La Fundación EMMOA custodia miles de objetos, documentos, imágenes y publicaciones del que será el futuro museo del montañismo vasco

Fernando J. Pérez

Miércoles, 11 de diciembre 2019, 10:55

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Tal día como hoy, desde 2002, se conmemora el Día Internacional de las Montañas, promovido por la ONU como recuerdo de su importancia para la Humanidad y la necesidad de preservarlas. También es un día especial para EMMOA (Euskal Mendizaletasunaren Museoa), la fundación que custodia miles de objetos, documentos, imágenes y publicaciones del futuro museo del montañismo vasco, que lo ha elegido para dar un nuevo impulso al proyecto con la publicación de un manifiesto al que se han adherido miles de montañeros vascos, desde los ochomilistas más famosos a centenares de montañeros anónimos de todos los rincones de Euskal Herria.

Recién cumplido el siglo de historia del montañismo vasco, su museo empieza a ser una realidad, con la futura sede en los bajos de Anoeta comprometida ya por las instituciones. Un viejo anhelo recogido incluso en los estatutos fundacionales de la Federación Vasco Navarra de Montañismo allá por 1924, aunque su planteamiento era más etnográfico y cultural que deportivo, acorde con los tiempos. De momento, algunos de sus miles de objetos se guardan en el polideportivo de Zuhaizti, de San Sebastián, custodiados por el alpinista y expresidente de la Federación Vasca Txomin Uriarte y el montañero y periodista Antxon Iturriza 'Aizpel', probablemente el mayor estudioso de la historia del montañismo vasco.

Una visita a la oficina de EMMOA en Zuhaizti es una emotiva inmersión en esa historia. Probablemente el objeto que guardan con más cariño, casi como una reliquia, es el rosario polaco que Martin Zabaleta bajó de la cumbre del Everest en 1980 y regaló a su madre, Mónica, que la ha guardado como una reliquia hasta donarla a EMMOA. El rosario fue entregado por el papa Karol Wojtyla (Pablo VI) a la expedición polaca que en el invierno de 1980 lograría la primera ascensión invernal al Techo del Mundo. Los alpinistas Krzysztof Wielicki y Leszek Cichy depositaron el rosario en la cima el 19 de febrero y tres meses después, el 14 de mayo, Zabaleta lo recogió para ofrecérselo a su madre.

No tan conocidas como el rosario del Everest pero que en EMMOA guardan también como una reliquia son unas cartas escritas en japonés que los navarros Gerardo Plaza, Iñaki Aldaia y Xabier Garaioa se bajaron de la cima del Dhaulagiri en 1979, en lo que supuso el primer ochomil vasco de la historia, cuyo permiso original, por cierto, también custodia el futuro museo.

Todos los grandes alpinistas vascos han cedido algunos de sus recuerdos. Además del rosario, también está la chaqueta de plumas que Martin Zabaleta llevó en la ascensión a la cumbre. Solo pensar que fue toda su protección en el vivac que tuvieron que realizar a 8.700 metros durante el descenso da escalofríos. Como ver el modesto forro polar con el que Juanjo San Sebastián escaló el K2 en 1994 y en cuyo dramático descenso falleció Atxo Apellaniz y el propio alpinista vizcaíno perdió casi todos los dedos de las manos. También se están las botas que Juanito Oiarzabal utilizó en la dramática ascensión al K2 de 2004 y que le costaron los diez dedos de los pies, el buzo que Edurne Pasaban vistió en 2001 en el Everest, su primer ochomil o decenas de objetos cedidos por Alex Txikon, coleccionista compulsivo de recuerdos en su periplo por los catorce ochomiles del planeta.

La recopilación acometida por EMMOA, y su labor de documentación y búsqueda de información y archivos, ha servido para confirmar el importante papel que la mujer ha tenido en la historia del montañismo vasco. Destaca por ejemplo el legado de Maritxu Urreta, una de las fundadoras del Club Vasco de Cámping y precursora del alpinismo femenino en la posguerra –fue la primera vasca en ascender el Mont Blanc-. Sus rudimentarios crampones y esquís de madera y su vieja mochila de loneta serán sin duda algunas de las estrellas del futuro museo. También están los crampones de la navarra Pili Ganuza, segunda vasca en hollar un ochomil (Cho Oyu, 1992), fabricados por su marido, el también ochomilista Gregorio Ariz, en la herrería de la familia.

Que en sus inicios el montañismo y sus distintas modalidades eran deportes artesanales lo evidencian algunas muestras más del museo. Impresiona, por ejemplo, ver el rudimentario taco de madera que causó, al desprenderse, una de las primeras tragedias del alpinismo vasco: la muerte en el Picu Urriellu de Patxi Berrio y Ramón Ortiz en 1969. Aunque más reciente, también es artesanal y construida por él mismo la hamaca que el 'bigwalero' Adolfo Madinabeitia utilizó en sus escaladas en Yosemite (EE UU) en la década de los ochenta.

Entre los objetos no personales más preciados destaca el modelo original de una mesa de orientación que se pretendía colocar en 1936 en el Ernio y cuya azarosa historia no tiene nada que envidiar a la más incierta ascensión montañera. La mesa fue encargada fabricar en Francia, pero el estallido de la guerra civil, primero, y la II Guerra Mundial, después, inpidieron su fabricación. Reestablecida la paz en Europa, lograron que se fabricase y entró en España en una carretilla. Descubierta por la autoridades de la época, borraron todas las referencias que había en euskera, cambiaron la firma de la Federación Vasca de Alpinismo por la Federación Española de Montañismo y se colocó e inauguró en 1950.

También tienen un alto valor sentimental las cinco makilas creadas en 1999, con motivo del 75 aniversario de la fundación de la Federación Vasca, con los nombres de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa, Nafarroa e Iparralde. Cada una de ellas, y llevadas por voluntarios de los centenares de clubes de montaña que pueblan Euskal Herria, ascendieron todos los montes de cada uno de sus territorios. La idea es repetir el gesto en 1924, con motivo del centenario de la Federación Vasca, que en su origen era Vasco-Navarra.

Además de los centenares de objetos, el archivo documental, bibliográfico y fotográfico es también tan valioso como numeroso. Entre la documentación aportada, destaca el legado de Xabier Eguskitza 'Kartajanari', fallecido hace dos años. Afincado durante décadas en Inglaterra (volvió a su Bilbao natal en 2000), ha sido considerado con el otro gran 'notario' de los ochomiles –en su caso especializado en los de Pakistán- junto con Elizabeth Hawley.

El grueso de las fotos, por su parte, provienen del archivo personal de Antxon Bandrés, auténtico precursor del montañismo vasco y primer presidente de la federación, que incluye más de mil fotografías de principios del siglo XX, hasta la Guerra Civil. Quizás con menor valor histórico, pero más cercanas y entrañables son la centenares de fotos, postales y dedicatorias que integran los ocho álbumes de la colección de Bixente Ayerbe. Durante tres décadas, entre los años sesenta y los ochenta del pasado siglo, fue el encargado del albergue de Amezketa, punto de reunión obligatorio para los montañeros que se adentraban en Aralar o ascendían el Txindoki desde este pueblo.

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