El apicultor inmune a picotazos
David García de Albeniz heredó la afición de su padre y vende miel recolectada en sus 400 colmenas de la Llanada Alavesa
Algunos insectos zumban a nuestro alrededor nada más bajar del coche en el que David García de Albeniz nos ha conducido al espacio vallado donde tiene algunas de sus colmenas en una zona boscosa de Galarreta, cerca de Zalduondo. «No son abejas, sino avispas», dice, no sabemos si con ánimo de tranquilizar al visitante, aunque no lo logra. Serán avispas, pero el desasosiego es el mismo. No es aún mediodía y el sol calienta apenas, así que comienza el bullicio en torno a las colmenas, pues las abejas se preparan para salir en busca de alimento.
El joven apicultor nos presta un traje protector que cubre hasta la cintura pero él recorre el pasillo entre las pequeñas construcciones en camiseta de manga corta, mientras con movimientos suaves de la mano aleja a las abejas. A través de la rejilla, sentimos cómo los insectos zumban y no sabemos muy bien qué hacer con las manos, que quedan al descubierto. «Al principio, se me hinchaba el lugar en el que me picaban, pero ya no me hace efecto», explica. Por lo visto, ser objeto de picaduras puede inducir a ser propenso a las alergias pero también a no sufrir sus consecuencias.
En expansión
En cualquier caso, son gajes del oficio de un joven que desde que tiene uso de memoria acompañaba a su aita a cuidar de las colmenas y mantuvo la afición. Hace dos años tomó la decisión de profesionalizarse, para lo que tiró de lo aprendido al lado de su padre y de los cursos impartidos por Apial, la asociación de apicultores alaveses, para mejorar la genética de los animales o criar reinas, para que sean más mansos o para evitar y combatir plagas y enfermedades.
García de Albeniz, que curiosamente vive en Albeniz, empezó con unas 40 colmenas y ahora maneja unas 240 repartidas en los montes vecinos, con la idea de instalar en el futuro otro apiario en Kripan (Rioja Alavesa). Son terrenos propios o cedidos por sus dueños, y para instalar allí las colmenas debe de obtener autorización de la Diputación y respetar determinadas condiciones, como la de alejarse más de 400 metros del pueblo más cercano y un kilómetro del otros colmenares.
Las abejas producen su miel a partir de la primavera, pero es en septiembre y octubre cuando se recolecta, una vez que el calor del verano la ha secado. El apicultor se aprovecha de la abundante presencia de robles en la comarca y de los pulgones que habitan en sus hojas, de los que las abejas se benefician para elaborar la miel. Para eso conviene que no llueva a comienzos del verano, como ha sucedido este año, por lo que la miel que ofrece García de Albeniz tendrá más de mora y brezo. «El sabor dependerá del lugar en el que están las colmenas y del clima», añade.
Reinas selectas
Pasado el verano, el apicultor retira la capa de cera que cubre los panales, extrae la miel y la centrifuga para purificarla antes de envasarla bajo la marca Ameztutxu, el arroyo que corre junto al espacio en el que se encontraba el apiario de su padre. Los clientes de su aita, más otros nuevos que ha conseguido mediante la venta directa, en tiendas y ferias contribuyen a que siga en pie su sueño de vivir de la apicultura. «Es lo que espero; si no lo consigo me buscaré otro trabajo, pero seguiré teniendo colmenas», añade. También vende cera, que algunos aprovechan para elaborar cremas, tanto para la piel como para pulir madera.
Mientras tanto, mantiene su actividad combatiendo las enfermedades o plagas como la varroa (un ácaro), mejora la cabaña a través de la selección de las reinas de los apiarios más productivos o alimenta a sus abejas en los tiempos de cría, cuando consumen más de lo que pueden obtener del campo. Y permanece al tanto de la intrusión de las avispas asiáticas, que han llegado a la Llanada, pero menos que a los territorios más al norte, donde las temperaturas menos frías favorecen la multiplicación de ese temible depredador.
