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Reducción drástica de su población, fragmentación y aislamiento de sus comunidades, pérdida de su hábitat natural y distribución geográfica muy limitada. No estoy hablando del ... lince ibérico o del urogallo cantábrico, sino de una especie muy cercana que también está en vías de extinción: el txikitero bilbaíno. Esas bandadas de varones con cresta en forma de txapela, buche prominente, plumaje a cuadros y trino aguardentoso cada vez se ven menos en este meandro del Nervión que dibujan las Siete Calles.
Los ejemplares más jóvenes de la especie –aunque sigue gustándoles el pimple– han adoptado otros patrones de conducta, menos proclives a la doble ronda diaria, al trago rápido y al cántico espontáneo. Eso ha alterado el ecosistema que de un tiempo a esta parte rige el Casco Viejo. Cada vez se ven más aves apalancadas en torno a una mesa durante horas y menos revoloteo de barra en barra. Pero volvamos a esos chimbos de la vieja escuela que se resisten a renunciar a sus rituales de sociabilidad.
La cruda realidad es que cada vez les quedan menos ramas en las que posarse. Hay un tipo de bar de poteo –vino corriente, banderillas, atención recia y ambiente popular– que está muriendo con ellos. Tabernas de-toda-la-vida, regentadas por viejos conocidos y decoradas con cuatro recuerdos, ordenadas en un itinerario natural que la banda, cada vez más escasa, sigue prácticamente a diario. Esa ronda predecible permite a un ejemplar despistado reincorporarse al pelotón en función del momento del día: ahora en casa Fulano, en media hora donde Mengano y, antes de ir a comer, la espuela donde Zutano. Y así cada día.
Cada persiana que baja es un tajo a su hábitat, que antes abarcaba todo Bilbao y hoy forma pequeñas ínsulas desperdigadas. Los que abren en su lugar rara vez pueden cubrir sus necesidades. El vino a precio de turista, los pintxos sofisticados o las hamburguesas gurmé que hoy dominan nuestra hostelería están paradójicamente extinguiendo a la especie que la convirtió en un icono. Solo algunos de los nuevos taberneros tienen la conciencia medioambiental suficiente para tratar al txikitero como lo que es, una especie protegida.
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