Hay barrios de la periferia donde los domingos aún se celebran como si no existiera el lunes. La plaza llena, las terrazas a rebosar y, ... en torno a cada barra, una conversación a coro donde se cruzan chanzas, cánticos y cotilleos. No les hace falta un entorno pintoresco ni aparecer en las guías para lograr un ambiente difícil de igualar. La calle desprende una alegría cada vez más escasa en otras zonas del centro: las mesas altas, las cuentas largas y la mezcla de acentos entorpecen esa complicidad espontánea que sobrevive en otros códigos postales, donde todavía se respira aroma de pueblo.
Aquí todos se conocen, eso hace fácil detectar al forastero. Apenas cruzo la puerta, uno levanta una ceja, otro suelta un codazo discreto, hasta que un tercero rompe el hielo con algún chascarrillo. Si se viene con ganas de cháchara, al segundo trago ya se ha entrado en el chat; esa tertulia a voz en cuello que comparten quienes apoyan el codo en la barra, con el tabernero en el papel de moderador.
A la hora de pedir para picar, la frase más repetida es 'lo de siempre'. No hay turistas preguntando qué lleva una croqueta ni frunciendo el ceño ante un pimiento relleno. El público ya sabe que aquí, el champi; en el siguiente, el pulpo y más allá, el bacalao, componiendo una suerte de menú degustación colectivo. Es una hostelería que funciona más por costumbre que por marketing, donde el monocultivo de un pintxo estrella es un seguro de vida.
El precio, claro, también ayuda. Aquí la ley de la oferta y la demanda no la dictan las plataformas de alquiler vacacional, sino la nómina del barrio. El vermú cuesta lo que los vecinos puedan pagar sin pensárselo dos veces. Y eso produce una alquimia poco habitual: se bebe más, se invita a la siguiente ronda, se derrocha como si uno fuera un pequeño potentado, ¡que para eso es domingo!
Pasan las tres de la tarde: el abuelo apura su tercer txikito mientras el nieto ya se mancha con un helado; un grupo de amigas celebra, a voces, que se quieren; la plaza luce un feliz desorden en el que da gusto perderse. El barrio no sale en las postales y sus barras tampoco dan bien en Instagram, pero lo que ofrecen se queda grabado a fuego en la memoria.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.