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Fran Rodríguez
'Dulceadictos', haberlos, haylos

'Dulceadictos', haberlos, haylos

Aún se pueden comprar roscones y otras tentaciones; pero ojo, que el riesgo de adicción al dulce existe

Jueves, 6 de marzo 2025, 18:25

Caminando uno de estos días por Bilbao, mi ciudad, pasé por delante de una pastelería y casi me muero al ver el escaparate. Los roscones de Reyes –sí, todavía– compartían espacio con los dulces de San Blas, los corazones de San Valentín y, ¡toma ya!, las tostadas de Carnaval, que me pierden. ¡Pero, qué pasa! ¿Se nos acumula el trabajo; lo hacen por fastidiar; siempre es Navidad en Bilbao? Aún hoy, escribiendo estas líneas, salivo al pensar en aquel momento de tentación satánico-repostera. Lo sé, está bien permitirse un caprichín el fin de semana, ¿pero hasta dónde llega el premio y en qué punto comienza el mal comportamiento?

Aunque parezca otra cosa, el asunto no es para tomárselo a broma. Detrás de ese escaparate, a ambos lados del cristal, se esconden realidades complejas. En el de la calle, estamos los consumidores. Cumplir con las tradiciones, permitirnos algún modo de disfrutar de la vida en la mesa del fin de semana, por lo general, entra dentro de lo razonable. El problema, especialmente con todo lo dulce, se plantea cuando a la tentación se suma una conducta irrefrenable. Lo veo, lo quiero, me lo como.

La culpa es de nuestro cerebro

Alucino cuando escucho a la nutricionista Anabel Tueros que el consumo de dulce –salvando las distancias– genera una adicción comparable a la del alcoholismo y las toxicomanías. «Refrenarse no es sólo una cuestión de voluntad», afirma. Con mucha frecuencia, explica, en la toma de esa decisión entra en juego lo que los especialistas llaman el sistema de recompensa. Es el área del cerebro que se activa cuando algo nos causa una sensación de placer y bienestar y que, como consecuencia nos lleva a repetir la conducta.

El sistema de recompensa explica nuestra propia supervivencia. Comer, beber o mantener relaciones sexuales se convierte gracias a él en algo tan placentero que nos lleva a querer repetirlo. Pero también es la base de las adicciones al alcohol, la heroína, ponga en esta lista las que le apetezcan y no se olvide de que, entre ellas, figure lo dulce. «El azúcar es un producto que si se consume de manera regular genera adicción como cualquier otra droga», advierte la especialista.

Uno se engancha a ella y no es que necesite ingresar en Proyecto Hombre para asistir a un programa de desintoxicación, pero sí que requerirá asistencia profesional para abandonar el consumo de una sustancia que le domina; que si no se controla, puede acabar con su vida. ¿Que no? Diabetes, obesidad, daño renal y complicaciones vasculares se relacionan con su ingesta exagerada. «Cuando alguien se da cuenta de su problema y pide ayuda es necesario y conveniente organizar un plan para que poco a poco se desenganche del azúcar». ¡Casi nada!

El remedio y la enfermedad

En esa tarea, no sólo se necesita asesoramiento nutricional y dietético, sino también la ayuda de un psicólogo –o quizás un psiquiatra– que ayude al paciente a superar su adicción. «Muchas veces se llega a esta situación porque existen otros problemas previos. En lugar de alcoholizarme o fumar un montón o gastarme el dinero en tragaperras, recurro a la comida, que calma mi ansiedad y es más barato», detalla la nutricionista. «Es curioso como un problema tan extendido cuente con tan poca atención asistencial» no sólo en Euskadi, sino en el conjunto de España.

Al otro lado del cristal, donde se exhibían todos aquellos roscones, sanblases y tostadas hay un obrador o un pastelero que intenta llegar a fin de mes. Hace lo que puede por sobrevivir a la amenaza de franquicias y multinacionales. Lo dicho, no pasa nada por un dulce el fin de semana –mejor artesanal–, si se vive de forma sana de lunes a viernes. Cuando le quitan a uno algo o se lo prohíbe el mismo, el remedio resulta peor que la enfermedad. Lo dice Anabel Tueros y yo la creo. Feliz Carnaval.

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