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Los lagos son unos de los emblemas del barrio de Trapagaran. PEDRO FERNÁNDEZ FERRERO
La Arboleda: Alubias en el poblado minero

La Arboleda: Alubias en el poblado minero

El paseo por los lagos y la aldea, la subida en el funicular y sus deliciosas alubias justifican una visita a este enclave lleno de historia

Iratxe lópez

Lunes, 10 de diciembre 2018, 17:55

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La Arboleda traslada al visitante a otro tiempo. Pasear por este barrio enclavado en la parte alta de Trapagaran, por los senderos que rodean sus lagos, es sinónimo de hacerlo por la historia. La de los mineros que alzaban el puño en la plaza llamando a la huelga, dispuestos a pelear por sus derechos. Una plaza que frecuentó la joven Dolores Ibarruri que no era conocida aún como 'La Pasionaria'. Hija de minero y ama de casa que ejercitaba labores auxiliares en los yacimientos. Nacida en Gallarta en 1895. Condenada a priori, como muchas otras descendientes de operarios, a trabajos de costurera y sirvienta para familias acomodadas poco generosas con el servicio.

La Arboleda (Trapagaran)

  • Web www.trapagaran.net.

Por entonces Bizkaia era de hierro por dentro y por fuera, provincia de gentes robustas y entrañas de mineral. Las industrias metalúrgica y siderúrgica avanzaban con prisa a orillas del Nervión. Necesitaban mano de obra urgente y así fue llegando la inmigración. Son datos que hay que tener claros al pasear entre un paisaje esculpido por el hombre y la naturaleza, verde y repleto de lagos sobre los que ahora nadan patos. De antiguos pozos mineros horadados desde finales del siglo XIX que el tiempo y el desuso acabó anegando con aguas emergidas del subsuelo.

Aunque se puede subir en coche, lo ideal es hacerlo tomando el funicular hasta La Reineta, salvando un kilómetro de recorrido y un desnivel de 342 metros. Nacido en 1926 para el transporte de mercancías y personas, ahora permite disfrutar de vistas sobre el Abra. Un kilómetro separa su estación superior de La Arboleda, que espera paciente junto a las laderas de los montes de Triano y Galdames, donde pastan caballos y rebaños de cabras y ovejas. Llegados al núcleo poblacional, el senderista debe girar a la izquierda en busca de los antiguos pozos.

Una leyenda

A un kilómetro aproximadamente, tras el área de recreo, accederás al territorio de los lagos donde la primera humedad tiene nombre: Parkotxa. La vegetación abraza el contorno de esta antigua mina a cielo abierto cuyo pozo fue lavadero de mineral para verter lodos –de ahí su color marrón–, y cuyo terreno contiene, grabados aún, pasillos por los que pasaban los vagones. La segunda cita acuática tiene lugar frente al pozo Blondis, donde se encuentran los restos de un plano inclinado zambullido bajo las aguas. Son curiosas las galerías de mina interior que encontrarás. También las esculturas al aire libre de Meatzaldea Goikoa, piedra y hierro que añaden al paraje formas y colorido. La siguiente parada, el Pozo de Ostión debe su nombre, según cuentan algunas historias, a un capataz que no hablaba bien castellano aunque sabía pronunciar con claridad una frase a los jornaleros: «si tú no trabajar, yo dar hostión». ¿Realidad o leyenda?

No importa, el enclave sigue siendo igual de singular con historia inventada o no. Finalizada la marcha llega el momento de dedicar atenciones al barrio de La Arboleda. Conjunto Monumental desde 2009, se trata del único ejemplo de antiguo pueblo minero en el País Vasco. Barracones de hojalata y madera hicieron germinar, a finales del siglo XIX, sus calles.

Quedan algunas casas de madera herederas de aquellas humildes moradas. Hogares apretados que alegran con su colorido. La plaza donde una clase proletaria consciente de su fuerza gritaba consignas contra la explotación. Y un manjar típico de la zona, la alubiada con sacramentos, que ha hecho famosos a los restaurantes del entorno y a cuya degustación es imprescindible apuntase para completar esta excursión.

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