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Vicente Dalmau Cebrián, presidente de Marqués de Murrieta y la enóloga María Vargas. Justo Rodríguez

Murrieta, la bodega más antigua de Rioja, la mejor del mundo

La bodega pionera de la denominación cumple 170 años con una abundante cosecha de premios y estrenando instalaciones punteras

Guillermo Elejabeitia

Viernes, 3 de marzo 2023, 16:14

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Es curioso que la bodega más antigua de Rioja sea también la más moderna. Marqués de Murrieta ha cumplido 170 años de vida y lo ha hecho estrenando las instalaciones más avanzadas de Europa. A la casa capitaneada durante las últimas tres décadas por Vicente Dalmau Cebrián se le acumulan las razones para celebrar. Acaba de ser nombrada mejor bodega del mundo en los premios Best Of, es la única española en el top 10 de bodegas con más 100 puntos Parker, su Castillo de Ygay Gran Reserva ha sido encumbrado por Wine Spectator y su enóloga, María Vargas, premiada como la mejor del planeta...

Todo ello, carambolas del destino, cuando se han cumplido 200 años del nacimiento del fundador, un hombre emprendedor, visionario y sagaz para los negocios que atendía por el nombre de Luciano Murrieta. A don Luciano, como todavía le llama con respeto todo el equipo de la bodega, se deben gran parte de sus señas de identidad. Hijo de un militar muy cercano a Espartero, que tuvo la oportunidad de educar su paladar viajando, él fue quien se trajo a España el método Medoc para elaborar vinos capaces de aguantar el paso del tiempo sin necesidad de fortificar. Él fundó también el primer Chateau de Rioja a la manera de los bordeleses, un Castillo de Ygay hoy casi inalcanzable. Esa finca de 300 hectáreas, con una orientación privilegiada en la zona sur de Rioja Alta, una altura interesante de unos 470 metros y una nutrida proporción de variedades de ciclo largo, como graciano o mazuelo, sigue siendo la joya de la corona marquesal de Murrieta.

Pero hacen falta personas con espíritu decidido para sacar lo mejor de esta tierra. A su actual gobernante, que no es Marqués de Murrieta sino Conde de Creixel, le tocó hacerse con las riendas de la histórica casa a la edad en la que muchos se dedican a cultivar su formación. Tenía 26 años cuando su padre, Vicente Cebrián Sagarriga murió de un infarto en 1996 y él dio un paso al frente. «Me costó muchísimo, queríamos ser respetuosos con el pasado pero tenían que cambiar muchas cosas si queríamos que Murrieta siguiera siendo la gran bodega que había sido siempre».

Su padre la había comprado en 1983, tres generaciones después de la muerte del primer marqués. Por aquel entonces «era una casa histórica con grandes profesionales trabajando y un viñedo espléndido, pero una marca en decadencia, sin rumbo, faltaba ilusión e inversión». Vicente padre compra viñedo, empieza a actualizar las instalaciones y sienta las bases para su internacionalización, pero será su hijo el que pise el acelerador.

Una de sus primeras decisiones fue fichar a una joven e inquieta enóloga con rioja corriendo por sus venas. María Vargas era entonces una veinteañera que había elegido profesión por tradición familiar, pero también «porque quería hacer algo que no fuera monótono, y vaya si me ha dado quebraderos de cabeza», dice con un ojo puesto en los nubarrones que se acercan.

Vinificar a la carta

Estaba «feliz de estar todo el día en la bodega», pero cuando en el año 2000, con 27, Cebrián le propone ser directora técnica, a ella le tiembla el suelo bajo sus pies. «No me sentía preparada», dice la que acaba ser nombrada mejor enóloga del mundo en los Wine&Spirits Awards. Atribuye sus méritos a los medios que pone a su disposición la casa –una bodega de 30.000 metros cuadrados con tecnología punta para vinificar a la carta– y sobre todo a un viñedo privilegiado, que ya estaba ahí mucho antes que ella y que seguirá dando grandes riojas mucho después.

Juntos forman un equipo ganador como pocos en la industria. La cascada de galardones recibidos son motivo de orgullo, «pero hay que saber darles su justa medida, que no nos distraigan». Sobre todo porque, en estos 170 años, sobre la mesa de Murrieta no ha dejado nunca de haber nuevos proyectos. Ahora toca transformar la antigua planta elaboradora en un complejo enoturístico con habitaciones de lujo o quizá expandirse a otras denominaciones, «si se presenta algo atractivo».

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