El fantasma de Irak inquieta a las bases de Trump
La maquinaria propagandística del presidente estadounidense se esfuerza en desmentir que pueda iniciar una guerra para no causar una mayor conmoción entre sus simpatizantes
George W. Bush se propuso una intervención rápida en Irak con la excusa de las presuntas armas de destrucción masiva. Antes lo había hecho en ... Afganistán para capturar a Osama Bin Laden y los presuntos autores del 11-S. Hasta la Guerra de Vietnam comenzó «con falsos pretextos», recordó el domingo el senador Bernie Sanders. Los estadounidenses tienen buenos motivos para desconfiar de las «operaciones militares quirúrgicas». Y el Gobierno de Trump para quitarle hierro.
El lunes, las portadas de los periódicos eran radicalmente distintas a ambos lados del océano. Ningún medio estadounidense abría con la palabra maldita, «guerra», que aparecía en casi todos los titulares españoles. En EE UU se hablaba de «ataque», «operación militar», «conflicto», «crisis» y «bombardeo». El mensaje oficial había calado. «No estamos en guerra con Irán», negó contundente el vicepresidente JD. Vance en entrevista con Fox News.
Desde 2015 Trump ha presumido de poder matar a alguien en plena Quinta Avenida sin que le restara votos. ¿Podría meterse en una guerra sin decepcionar a su electorado? Cinco de los seis votantes de Trump entrevistados por el diario 'The New York Times' tras los ataques se mostraban reticentes a esta operación militar, aunque le dan el beneficio de la duda con la esperanza de que quede en una acción puntual. «Una de las grandes razones por las que le voté es porque nos mantendría fuera del lío ese de Oriente Medio», le dijo Charles Vaughters, un ex marine de Wyoming de 24 años.
La semántica importa. El movimiento que ha sustentado el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca nació, en buena parte, del hartazgo con las llamadas forever wars, esas guerras eternas que drenan recursos y vidas estadounidenses en conflictos ajenos. Bajo el lema 'America First', los simpatizantes de MAGA han abrazado una visión aislacionista que reniega del 'foreign entanglement', la implicación global que convirtió a EE UU en gendarme del mundo. Afganistán, Irak, Siria… cada intervención fue vista como una traición al votante de a pie, que sufría los costos sin ver beneficio alguno. Durante la campaña, Trump atacó a su rival, Kamala Harris, por hacer campaña con la excongresista republicana Liz Cheney, hija del exvicepresidente de Bush, Dick Cheney, «que quería hacer la guerra con cada país musulmán conocido por la raza humana».
Por eso, el ataque a Irán no solo ha abierto un frente exterior, sino también una grieta interna. En las redes sociales que alimentan al ecosistema MAGA, voces libertarias como la del congresista Thomas Massie o el senador Rand Paul han criticado duramente la operación, calificándola de «traición estratégica» y recordando que Trump fue elegido precisamente para romper con esa tradición intervencionista. Aunque el aparato republicano ha cerrado filas en defensa del comandante en jefe, incluyendo a los anti Trump, en la base persiste el temor de que se repita el ciclo de engaño y desgaste que siguió a la invasión de Irak.
«El congresista de Kentucky Thomas Massie no es MAGA, aunque diga que lo es», le atacó Trump este lunes en una publicación de Truth Social. «Es débil, ineficaz y le falta el respeto a nuestro gran ejército». En cuestión de horas, el presidente, que no tolera disidencias, ha lanzado ya a un candidato para eliminarle en primarias y evitar que se presente a la reelección el año que viene. En lugar de amedrentarse, el jefe de la Casa Blanca ve estas rebeliones como una oportunidad para purgar a sus leales y fortalecer su entorno.
Impredecible
En los días que precedieron a su decisión de hacer un despliegue de fuerza para acabar con la amenaza nuclear de Irán, sus asesores lamentaron que el periodista Tucker Carlson ya no esté en Fox, el único canal que influye en el presidente. El expresentador de Fox, figura mediática del movimiento de Make America Great Again (MAGA) fundado por Trump, se revolvió contra la posibilidad de un ataque a Irán durante una entrevista con el senador Ted Cruz y dio voz a los antibélicos en vídeos que se hicieron virales.
Trump, a esas horas, jugaba la baza de resultar impredecible. «El presidente se tomará dos semanas para decidir», dijo el jueves su portavoz Karoline Levitz. No tardó ni 48 horas en ordenar a los generales que preparasen el ataque, algo que hizo el viernes a las 5 pm desde su campo de golf de Bedminster. Los mandos militares temían que hubiera dado tantas señales de sus planes que tramaron un plan furtivo para desorientar a Irán al volar los cazas desde Misuri.
Sin tanques cruzando las fronteras, ni desembarcos masivos, o declaraciones solemnes, el bombardeo sorpresa de las instalaciones nucleares iraníes dejó al mundo desconcertado. ¿Fue un acto de guerra? La respuesta puede no corresponder a Trump, por mucho que recurra a su maquinaria propagandística. La decisión de valorar la ofensa recae sobre Irán, hasta ahora dispuesto a minimizar el incidente que deja al descubierto su debilidad.
Debe ser verdad que dos no pelean si uno no quiere. Los aliados de la OTAN tampoco pretenden darse por enterados de un nuevo frente. Rusia aún no califica de invasión su «operación militar» de 2022 en Ucrania. Preguntado este lunes en conferencia de prensa si no hay hipocresía en condenar a Rusia por violar la legalidad internacional, cuando EE UU acaba de hacer lo mismo, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, negó que se hubiera producido ninguna violación de la legalidad internacional en estos ataques, «intencionadamente limitados», ha dicho el Pentágono, para eliminar una amenaza a la paz mundial. El ex primer ministro holandés pasó gran parte de la conferencia de prensa defendiendo las acciones de Washington.
La ley obliga al presidente a informar al Congreso de cualquier acción bélica en 48 horas y limita su participación a 60 días sin autorización legislativa
La diferencia entre una guerra y una operación militar vuelve a ser difusa. La Ley de Poderes de Guerra de 1973, aprobada tras el trauma de Vietnam, obliga al presidente a informar al Congreso de cualquier acción bélica en un plazo de 48 horas y limita la participación militar a 60 días sin autorización legislativa. El Gobierno dice haber cumplido con esos requisitos, pero el ataque del sábado plantea un dilema mayor: ¿puede destruirse parte del aparato nuclear de una potencia enemiga sin estar, de facto, en guerra? Trump lo presenta como una muestra de liderazgo sin pagar el precio de desplegar tropas.
La historia reciente ofrece pistas. En 1981, Israel bombardeó el reactor nuclear iraquí de Osirak en una acción que también fue presentada como preventiva. En 2003, Estados Unidos invadió Irak bajo el argumento de destruir unas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron. Entre esos dos extremos, hay toda una gama de intervenciones -Yugoslavia, Libia, Siria- donde las operaciones se justificaron por objetivos concretos, pero acabaron abriendo heridas geopolíticas duraderas.
Irán, al igual que Irak en su día, ha utilizado el desarrollo nuclear como escudo disuasorio. Las potencias que poseen ese arsenal gozan de una especie de inmunidad informal, precisamente porque atacar a un país con capacidad nuclear es exponencialmente más arriesgado. El ataque del sábado ha roto ese tabú sin ofrecer garantías de que no habrá represalias.
La semántica, en este caso, es una estrategia. Porque si hay algo que el electorado MAGA no toleraría, es ver a su comandante en jefe arrastrando al país a otra guerra en Oriente Medio. Pero también es posible que, como ya ocurriera con Irak, el lenguaje se quede atrás frente a los hechos. Y entonces no importará cómo lo llamen.
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