Un sueño que nos cambió la vida
JOSÉ MIGUEL SANTAMARÍA
Martes, 10 de noviembre 2020
Recuerdo como si fuera hoy el escepticismo y la sorna que provocaban en la redacción de este periódico las informaciones relacionadas con el proyecto de construcción del metro. Muy pocos confiaban en poder viajar en un tren a través de las entrañas de un Bilbao en aquellos tiempos oscuro y herido por una profunda crisis.
Pero, a veces, los sueños, por locos o inalcanzables que puedan parecer, terminan convirtiéndose en realidad. Y el 11 de noviembre de 1995 los ciudadanos comprobamos, entre asombrados e ilusionados, cómo unos relucientes vagones que circulan bajo tierra a toda velocidad iban a mejorar nuestras vidas.
El metro fue la primera gran obra de la transformación de la capital vizcaína, la primera lámpara que iluminó el nuevo Bilbao, y una muestra de la ambición de una ciudad por reinventarse y asomarse a la modernidad.
Bilbao no se limitó a construir un medio de transporte funcional con el que ascender al grupo de ciudades con categoría metro (el suburbano siempre ha sido un signo de distinción). La capital vizcaína se empeñó en hacer el mejor metro y además, poniendo las bases de lo que luego se convirtió en 'marca de la casa', quiso adornarlo con un toque artístico de prestigio internacional. El diseño de Norman Foster, con sus emblemáticos fosteritos, un modelo de arquitectura urbana, constituye la mejor firma de nuestro tren.
El metro comenzó a circular dos años antes de la inauguración del Museo Guggenheim. Si la pinacoteca de Frank Gehry renovó la imagen exterior de la ciudad, el suburbano revolucionó la movilidad del Gran Bilbao. Poco se imaginaban los precursores del proyecto cuando, arremangados en torno a los planos o embarrados en las obras, realizaban sus previsiones que el tren llegaría a contabilizar hasta 91 millones de viajes anuales, el récord alcanzado en 2019.
Veinticinco años de una vida exitosa permiten componer una interesante historia que intentamos relatar en este suplemento: desde el viaje inaugural entre la Plaza Moyúa y Sarriko hasta los esfuerzos que responsables y empleados realizan hoy para ofrecer un transporte seguro en estos tiempos de pandemia.
Los recuerdos de las obras, las experiencias de los viajeros, los comportamientos heroicos de algunos usuarios que han salvado vidas, las anécdotas de un metro convertido en plató cinematográfico y sus planes de expansión conforman el hilo conductor de esta publicación, con la que EL CORREO quiere homenajear a los hombres y mujeres que nos permiten disponer a diario de un transporte público seguro, cómodo y atractivo.