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Suceden dos fenómenos muy curiosos en esta campaña polarizada hasta el extremo entre dos bloques antagónicos: que cuando no está Vox se hace como si ... estuviera -cualquier día los socios de Sánchez aparecerán con una silueta troquelada en cartoné de Abascal para crear ambiente- y que las fuerzas políticas que han decidido no alinearse e ir a lo suyo, acaban sudando la gota gorda para salir airosos de debates que, aunque sean en líneas generales de guante blanco y propositivos como el que ayer reunió en la sede de EL CORREO a los cinco cabezas de lista por Bizkaia al Congreso, acaban cayendo en el 'y tú más'. Sobre todo cuando se habla de derechos sociales y de los socios en los que apoyarse para gobernar España.
La alargada sombra de la extrema derecha también se hizo presente ayer en Gran Vía -«si quieren hablar con Vox, búsquenles, yo represento al PP», terció Bea Fanjul- y las sonrisas cómplices y los gestos de aliento mutuo entre, sobre todo, PSOE, Sumar y Bildu, con alguna incursión del PNV en esa coreografía de guiños y sonrisitas intencionadas, fueron igualmente elocuentes. Hasta un extraterrestre recién aterrizado habría adivinado de qué iban los bloques.
Sin embargo, se notó que, pese a que tres de los candidatos presentes son también portavoces nacionales de sus respectivos grupos parlamentarios -Patxi López, Aitor Esteban y Oskar Matute, curtidos en mil batallas-, otra, Fanjul, es diputada en el Congreso y presidenta nacional de Nuevas Generaciones del PP y el quinto, Lander Martínez, uno de los colaboradores más estrechos de Yolanda Díaz en Sumar, el tono fue bastante más comedido que el de los debates de difusión nacional.
Dio la sensación de que los candidatos sabían bien para quién hablaban, para un electorado mucho más templado y menos polarizado que el censo total del 23-J. Para un electorado, el vizcaíno, donde PNV y PP comparten voto fronterizo -se apreció, por ejemplo, en la viva discusión sobre la recién aprobada Ley de Vivienda o en las apreciaciones sobre la carestía de la vida y la necesidad de impulsar la competitividad-, donde a los ciudadanos les preocupa, sobre todo, el futuro de sus hijos y no tanto la sempiterna batalla cultural. Mucho menos, los zascas en bucle sobre ETA, un asunto que la sociedad vasca amortizó casi desde el momento de la desaparición del terrorismo. De hecho, los intervinientes no mencionaron a la banda ni una sola vez en los setenta minutos largos de debate. No se escuchó el 'que te vote Txapote' ni el PP puso en tela de juicio los pactos de Sánchez con Bildu, como hacen sistemáticamente sus representantes a escala nacional.
Incluso, hubo un sorprendente consenso sobre las bondades del Estatuto de Gernika, que hasta hizo esbozar una sonrisa sarcástica al jeltzale Esteban. Si les llegan a poner delante un papel, lo firman todos. El debate, en fin, dijo mucho de la sociedad, nada radical, a la que pedían el voto. Y, por lo tanto, también de la inteligencia política de los candidatos.
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