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No sé si le pasa, pero cuatro días después de que España se pintara de negro tras sufrir un apagón sin precedentes en la historia, al menos de la era moderna, estoy todavía en un momento en el que aprecio hechos tan cotidianos y habituales como el de que en mi buzón me llegue esta newsletter, que me suene el móvil y escuche al otro lado la voz de mis hijos o pueda comer caliente. Siempre pasa que uno no comienza a darse realmente cuenta de lo que tiene y de su valor… hasta que no lo pierde. Aunque haya sido momentáneamente.
Este acontecimiento totalmente inesperado quedará pronto en el olvido (como casi todo, lo que a veces dudo de si lo debo considerar una suerte o una desgracia) y volveré a no valorar poder encender la luz de mi cuarto, comunicarme con mi familia al momento, escuchar la radio o consultar en el móvil cualquier duda que me surja. E imagino que ya cuando pase la semana que viene o la siguiente dejaré de preguntarme con cierta incertidumbre: ¿Volverá a ocurrir? ¿La próxima vez puede ser peor y durar más de un día? ¿Debo prepararme para futuros apagones?
Falta de sintonía. Sobretensión. Descompensación. Desacoplamiento. Inercia. Oscilación. Concatenación de eventualidades poco probables… Estos son solo algunos de los vocablos que se están empleando para explicar qué pasó en esos cinco segundos –apenas cinco segundos que en el lenguaje eléctrico representan una verdadera eternidad– en los que, a las 12.33 horas del pasado lunes, se perdieron de golpe y porrazo al menos 15 gigavatios de electricidad y España se quedó en «cero energético».
Confieso que, a día de hoy, y por más que he leído del tema e incluso escrito, aún me sigue costando entender cómo pudo ocurrir y por qué. Los posicionamientos pueden ser totalmente contrarios dependiendo de quién lo cuente. Una vez quedó descartada la hipótesis de un 'hackeo' o de algún otro tipo de ataque premeditado con alevosía contra nuestro país, los focos se posaron sobre las renovables, esa energía que ha ido ganando peso en los últimos años, que está sustituyendo a otras consideradas 'sucias' como el gas o el carbón, o de mala reputación como las nucleares y que, no cabe duda, están de moda. Si no es renovable, si no es verde, pierde enteros.
Las renovables son, además, una apuesta política, una apuesta de país, una apuesta de Pedro Sánchez. Por eso el presidente trató de exculpar a las energías limpias y apuntó, claramente, hacia las grandes eléctricas. «La energía nuclear también cayó, no fue más resiliente», argumentó. Y es que el mayor apagón de la historia de España ocurre en un momento en el que hay un fuerte debate sobre la conveniencia o no de mantener las centrales nucleares, que ya tienen fecha de caducidad, puesto que representan una tecnología estable y madura y a día de hoy aún aportan el 20% de la energía eléctrica total generada, solo por detrás de la eólica, que en 2024 aportó el 23,2%.
Pero en los minutos previos al gran apagón, a las 12.30 horas, cuando la red eléctrica funcionaba con total normalidad, como es habitual, la energía solar fotovoltaica era la principal fuente de energía de todo el sistema y estaba generando más de la mitad de la electricidad (el 54,9%). Y también fue la primera en caer. La seguía –de lejos– la eólica, con un 10,9%; la nuclear, con un 10,5%; y la hidráulica, con un 9,9%.
Un segundo después de marcar las 12.33 se produce una primera «desconexión» en la parte suroeste de la Península, en una de las centrales de energía solar. Red Eléctrica actuó –este es su papel– y el sistema se recuperó. Pero hay una segunda desconexión, el sistema se satura y se desencadena una «desconexión masiva» con fuertes «oscilaciones de potencia» y disparos de protecciones en «líneas de transmisión» que provocó el colapso de la red, según explicaron desde el propio operador. Los plomos se fundieron y se generó un caos sin precedente que puede suponer una factura de 1.600 millones de euros, el equivalente a una décima de PIB (según cálculos de la CEOE). Una situación inédita que, sin embargo, desde hace tiempo los expertos venían alertando de que podía ocurrir.
Una de las teorías que más me convencen para entender cómo se provocó este apagón es la falta de inversión en el sistema. No son las renovables el problema en sí, sino el reciente 'boom' en este tipo de energía verde en una red que es inestable. Es decir, la causa está en una mala integración de la energía renovable, en particular la fotovoltaica, en un sistema inestable y en el que no se ha invertido. Es más, otra de las causas es un auge de renovables baratas y sin control que no ha ido acompañado de los sistemas de estabilización de corriente necesarios, porque no se ha querido invertir en ellos. Si a esto se le une que las centrales de gas de ciclo combinado, que funcionan como escudo, se habían parado completamente porque el precio de la electricidad en esos momentos era cero y no salía rentable… se provoca un mix peligroso que dejó esta vez a la red desamparada. A oscuras.
Situaciones semejantes, de alto riesgo, se dieron el año pasado hasta en cinco ocasiones, llevando al sistema eléctrico hasta el límite. Pero el lunes pasado, por primera vez en la historia, se sobrepasó esta delgada línea roja en la que se había estado moviendo y petó. Y no fue por una demanda desbocada, por un fenómeno meteorológico adverso, por una sobresaturación, por un fallo de la red, por unos terroristas cibernéticos… La explicación, una vez más, es sencilla: haber hecho las cosas mal, sin planificación ni control, y con una inversión mínima.
Así pues, para evitar nuevos apagones, inversión, inversión e inversión. Poderoso caballero es Don Dinero…
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