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El nerviosismo por la decisión británica sobre el 'Brexit'

El nerviosismo por la decisión británica sobre el 'Brexit'

Analista senior de estrategia de mercados de Banca March ·

PEDRO SASTRE JIMÉNEZ

Domingo, 2 de diciembre 2018

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En las últimas semanas he seguido con gran expectación los acontecimientos relativos a la separación, no sé si definitiva, de Reino Unido de este gran invento de prosperidad y paz llamado Unión Europea.

El caso es que, y en relación al principio de acuerdo alcanzado entre ambas partes hace dos semanas, no pude evitar mi sorpresa ante la peculiar entrevista realizada por la respetable BBC a un alto funcionario comunitario. En ésta, el funcionario expresaba su cansancio personal y hastío institucional en relación a todo el proceso, comentando su deseo de cerrar un acuerdo definitivo, firmar cuanto antes y «dedicar los esfuerzos de la UE a nuestros verdaderos problemas». Al reportero británico no le debió gustar mucho la respuesta ya que dio por concluida, de una forma más bien brusca -o no muy británica-, la conversación.

Esta aparente dificultad por querer aceptar la realidad, esa que apunta a que la UE aprueba sin aspavientos la marcha de uno de los socios más poderosos a la par que problemáticos en la corta historia de la institución, podría ser la antesala de la realidad que se nos avecina.

En efecto, la Unión Europea situó en esta semana la pelota de nuevo en el tejado británico al dar su visto bueno, por unanimidad y sin fisuras de última hora, al acuerdo de retirada de Reino Unido y a la declaración política sobre la relación futura entre ambas partes. La Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno autorizó así un documento complejo y extenso, en el que se garantiza además la no existencia de una frontera dura que divida a Irlanda y se aclara el papel particular de España en los futuros acuerdos entre la UE y Reino Unido en todo lo relativo a Gibraltar. La Unión Europea ha hablado y lo ha hecho de forma contundente: el acuerdo firmado es el único «posible».

El Gobierno de Theresa May, por su parte, dispone ahora de dos semanas para convencer a los miembros de la Cámara de los Comunes que es éste, y no otro, el acuerdo definitivo que regirá su relación con la UE a partir del 29 de marzo del año 2019.

La votación, prevista en algún momento de la semana que comienza el 10 de diciembre, se plantea problemática ya que May no contaría con el visto bueno de al menos 50 diputados conservadores, que se añadirían a los 10 del Partido Unionista Irlandés y la práctica totalidad de los miembros laboristas, nacionalistas escoceses y liberal-demócratas. Por el contrario, hay quien pronostica que el voto al final será favorable al acuerdo por lo negativo que implicaría renegociarlo de forma apresurada -podría haber más de una votación- o por el miedo que supone el salto a lo desconocido tras la fecha límite.

La realidad apunta a semanas de incertidumbre esperando la decisión británica. En este impasse conviene no olvidar que, en el caso de «no-deal», este puede organizarse de forma ordenada -acuerdos en paralelo para no interrumpir la actividad económica- o de forma caótica, con las implicaciones que a corto plazo tendrá una u otra decisión en la economía y mercados. Como opciones alternativas de última hora figuran la extensión del artículo 50, que haga a Reino Unido permanecer más tiempo en la UE, o la convocatoria de un segundo referéndum. ¿Y si Reino Unido no se fuera al final de la UE?

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