

Los semáforos y las vergüenzas de la UEFA
Tras la final de Bilbao es tiempo de contar verdades
El fútbol cada día es más ámbar. Del color que en el semáforo nadie respeta. Unos aceleran. Otros lo ignoran. Sucede lo mismo con este ... deporte convertido en retrete. Guardo tinta acumulada, pero he preferido esperar. Tenemos bajo el felpudo macarras suficientes como para que la publicación de una crítica sobre los finalistas fuera la excusa para liarse a tortas con ellos. Pero ahora que ya ha pasado hablemos de la UEFA. No recordaré los canallas arbitrajes. Ya lo han hecho otros. Pero sí del trato a la afición que se trasladó a Manchester. La que, sabiendo que era casi imposible, ofreció un ejemplo de fidelidad, buena relación con el rival y respeto a la competición. Lo que otros no tienen. Y empiezo con eso.
Se lo dije a todo hincha del United que, al verme con la camiseta del Athletic, decían cosas como «gran afición», «Bilbao genial» o «Athletic buen equipo». Eso está muy bien, pero allí nos trataron como apestados. Sobre todo a los expulsados de Old Trafford. Y antes de que algún listo suelte que allí no te puedes sentar fuera de la zona visitante, que sepan lo que pasó. Athleticzales, algunos cercanos, obtuvieron entradas regaladas por la UEFA. Para ello debían poner todos los datos. Incluidos nacionalidad, pasaporte o DNI y la dirección de casa. Sabían perfectamente que eras de Bilbao o de Amorebieta y no de Manchester oeste. En cuanto a los otros requisitos lo único exigido era no lucir ropa o complementos de tu club. Pero nada decían que, si te escuchaban hablar en un idioma que no fuera inglés, tu vecino de asiento podía exigir a grito pelado que te echaran. Y sucedió. Eso es xenofobia. Allí y en la Patagonia. Menos cartelitos anti racismo y más actuar. Por eso indigna que los caraduras de la UEFA se excusen argumentando que la decisión fue cosa del jefe de seguridad del United. Para exigir que quitaran las banderas con su logo de los bares de Bilbao, porque no tenían permiso, bien rápidos que fueron. Me consta que hay presentadas denuncias de aficionados. Veremos lo que pasa. Porque no deja de ser vergonzoso que la única solución para evitar enfrentamientos sea separar aficiones. En su día se quitaron las vallas por la tragedia de Heysel y, curiosamente, los campos empezaron a ser más civilizados. Por cierto, en nuestra Liga, el primer lugar donde se eliminaron fue San Mamés. Hasta en eso somos referentes. La paradoja es que viendo que sobraban entradas las ofrecieran importándoles un bledo dónde acabaras sentado. All for money. Si hay que paralizar la vida de una ciudad, se hace. Y si la rompen no es cosa suya. Monten ustedes un evento y ya verán lo que pasa. Pero así son los dueños del balón. Ponen sus normas, te dan las sobras y a callar. Así que pasemos a otro asunto.
Algo que también recriminé a los ingleses, sobre todo de Manchester, es que podían entrar en todas partes con sus camisetas, pero en Inglaterra te prohibían la entrada en un pub en cuanto detectaban que eras foráneo, pese a no llevar distintivos athleticzales. Sobre el cretino de seguridad de Old Trafford argumentaban que están hartos de sus dirigentes. Pero en el tema de los pub agachaban la cabeza, susurrando que lo sentían. No les creí. Aunque fue un detalle. Lo que me lleva al siguiente punto. En el fútbol soy muy british. Eso no impide que tenga claro que sus aficionados son zafios, maleducados y de mal beber. Llama la atención las pocas aficionadas que se ven. Tampoco muchos niños. En el Athletic es lo normal. Me comentaba un inglés que iba con su hijo, llamado como el pequeño de nuestros Williams, que envidiaba esa forma nuestra de vivir el fútbol y que se avergonzaba de sus rompe-semáforos.
No fue uno. Hablan de más. Empezando por el del martes. Pasé poco antes. No lo vi en directo. Ni a la Ertzaintza. Con lo bien que hubiese venido poner al día al delincuente y a quienes lo jaleaban. Cuentan que la orden era solo vigilar, salvo que pasara a mayores. Ellos sabrán. Pero si pones el listón tan bajo lo siguiente puede ser tirar la estatua de Don Diego. Contrasta con lo que hizo el miércoles la misma policía, a la altura de Galerías Isalo. Un tipo del Tottenham lanzó una botella a sus rivales y un segundo después estaba en el suelo y detenido. Como debe ser. Por cierto, convendría comprar alguna furgoneta a la ertzaintza. Una casi se queda tirada allí. Es la sugerencia de un simple ciudadano. Lo que me lleva al último punto. No soy policía.
Es sorprendente la cantidad de defensores de semáforos que el martes, tras la rotura de uno, me exigían un artículo como el que hice sobre los contenedores. Y además, aquí viene lo bueno, preguntaban ofendidos por qué no me enfrentaba a los ingleses. Si lo llego a ver, no duden que al lerdo del semáforo le habría dicho un par de cosas. O no. No soy un héroe. El día de los contenedores me salió de las tripas. Algo que, por suerte para mi integridad, no sucede a diario. Pero es que hay algo más. Que un mierda de fuera rompa Bilbao me cabrea. Espero que le detengan y lo pague. Pero que uno de nuestra tierra, escondiéndose tras nuestras banderas y colores, sea quien lo haga me duele más. Y el que no lo entiende le falta un hervor o en su casa no le han enseñado los valores que ha subrayado De Marcos en su despedida.
Ahora, tras los semáforos, pasemos a los contenedores. El miércoles también se quemaron. Al menos uno. Tras ver la primera parte de la final entre el «Bilbo8» y el «Al Lio» de García Rivero, fuimos a ver la segunda al «Thate» de Pozas. Allí lo contaban, mostrando las grabaciones de sus móviles, los indignados vecinos. Había sucedido sobre el minuto 20 de partido, cuando la mayoría de los ingleses estaban en San Mamés o ante la tele. Qué raro. Y sorprende aún más que esa fauna, siempre anónima y cobarde que nos insulta a quienes criticamos la violencia absurda y callejera, no haya dicho ni mu sobre el tema. Se ve que quemar un contenedor frente a la parroquia del Corpus es algo normal. Pues no. Quien haya sido es una rata. ¿O tampoco en ésto vamos a ser sinceros? Algunos viven mejor escondidos tras las mentiras. La verdad, para ellos, es como el ámbar del semáforo. Se la pela.
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