La Vuelta
Orluis Aular, el avión venezolano del Movistar que despegó en OsakaEl velocista, que trabajó de repartidor en Madrid y tuvo que emigrar a Japón para desplegar su talento, roza su primer gran triunfo
Dicen que el lugar en el que desarrollas tu infancia determina tu carácter. A Orluis Aular (Nirgua, 1996), además, le marcó el tipo de ciclista. Se crio en Nirgua, también conocida como Talavera.Le quedaba más cerca el Caribe que los Andes. Así que se hizo sprinter para alegría del Caja Rural, al que le dio nueve victorias, y del Movistar, con el que acarició el triunfo en el Giro y ayer en La Vuelta.
Las montañas eran ajenas para un niño que primero se divertía con el fútbol y el béisbol. Aunque ya acudía a ver las carreras que pasaban por su pueblo con la participación de Carlos Ochoa, el venezolano que dio continuidad a los ídolos locales, José Rujano y Leonardo Sierra. Ciclista también era un primo mayor, que le regaló el cuadro de una bici a los 14 años. Para que pudiera usarla, su padre, Luilliys, carpintero, le enseñó a pulir madera y, juntos, fueron colocando el resto de piezas.
Comenzó a entrenar y en su primera carrera acabó sexto. Empezó a fantasear con ganar las mejores carreras de su país. El prestigio de Venezuela lo da la Vuelta a Táchira, el estado montañoso. La altitud se le atragantaba, pero ganar al sprint la primera etapa de la edición de 2016 le abrió el camino a Europa.
Se fogueó en el modesto Cartucho madrileño de Rodríguez Magro, gregario de Perico en el Reynolds fallecido de forma súbita al año siguiente. Aular nunca le olvidará. «Fue muy importante en mi vida. Lo admiraba», evocaba en una entrevista en la revista 'Ciclismo a Fondo'. Al año siguiente se fue a Bélgica. Todo le pareció salvaje. Los adoquines, la forma de correr, el frío. Él que se había criado siempre al sol. Se hizo fuerte y logró un calendario en el que empezó a competir por Asia. En China, el español Edgar Nieto le recomendó un equipo japonés llamado Matrix. Mientras esperaba la llamada, debía arreglar su pasaporte en Venezuela y no tenía dinero para volver.
Empezó a trabajar como repartidor de regreso a Madrid. Volvió a pasar frío. Las manos se le congelaban en las noches de invierno. En diciembre, la capital no era tal y como la había conocido. Así que en cuanto tuvo suficiente para el billete de avión, dejó el trabajo y, de paso, ganó otra etapa en Táchira. El equipo japonés le llamó. Le esperaba Osaka y otro español. Paco Mancebo, el exciclista del Banesto que sigue compitiendo en el país nipón. Hicieron un pacto. «Tú cocinas y yo te enseño a cuidarte y a entrenar». Aceptó. «Era como mi padre», dice Aular.
El ahijado de Mancebo logró buenos resultados, incluido un segundo puesto en la Vuelta a Asturias con el que llamó la atención del Caja Rural. En el equipo navarro pasó cinco temporadas ascendentes. En 2024, rozó la victoria en la Itzulia, en Amorebieta. El Movistar necesitaba un ciclista como él. Rápido, con capacidad para superar ciertas subidas y facilidad para hacer buenos puestos. Lo demostró en el Giro. Dos veces tercero y otras tantas cuarto. Ahora en La Vuelta, segundo ayer. «He tenido que frenar en la curva y luego remontar a Pedersen era difícil», explicó. Una pena. En la última curva adelantó por el interior a Sheffield, que se fue al suelo. Hizo gala de su etiqueta de corredor ágil, con mucha facilidad para moverse en el pelotón. Claro, viene de Matrix.