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Voces conocidas resuenan en su pecho. Oye su nombre. Ve puños apretados. Mikel Landa se emociona en los Pirineos, tan cerca de casa. Es ciclista ... para sufrir disfrutando de momentos así, para compartirlos con su afición. Las rectas verticales de Marie-Blanque cuelgan cada dorsal en su sitio. El alavés se ha quedado a solas con los tres mejores: Roglic, el renacido Bernal y Pogacar, el más agresivo. En rampas así a los pulmones no les queda resuello ni para la súplica. A Landa le dona aire la cuneta. Siente un escalofrío al verse ahí, entre los que pelearán por este Tour. Y, lo mejor, ante su afición. Si pudiera llorar, lo haría.
Pero no hay tiempo. Los cuatro más fuertes hollan la pared de este puerto cruel. Y se lanzan a por el fugado Marc Hirschi, que merece una etapa que al final es para Pogacar en la meta de Laruns por delante de Roglic, el desolado Hirschi, Bernal y Landa. Al entrar, todos miraron hacia atrás, contaron los segundos que sacaban. A 11 llegaron Martin, Bardet, Quintana, López y Porte. A casi un minuto, el líder destronado, Yates, junto a Mas y Valverde. Buchmann, cuarto en 2019, ya no cuenta. Cedió cuatro minutos. El Tour, con dos semanas aún por pedalear, va cobrándose piezas. Es su costumbre.
«Me he sentido bien, muy bien cuesta arriba», repite Landa, que se anima, que si no fuera por el minuto que perdió en el abanico de Lavaur iría tercero en la general. Es décimo, a 1.42 del nuevo líder, Roglic, que le saca 21 segundos a Bernal. «Hay corredores más fuertes, pero después de lo de hoy puedo soñar», se dice Landa. Ha vuelto a entrar en la pelea por París. En la tortura de Marie-Blanque aguantó los hachazos de Pogacar, insaciable. El esloveno de 21 años taló y taló piernas. Saltaron astillas. Ataca como si se sintiera capaz de inclinar la montaña. Sólo tres libraron el tajo: Roglic, Bernal y Landa, el apellido que más se oía al borde del asfalto.
Roglic, que tiene el mejor equipo, confirmó lo que más teme. Bernal va a más. El colombiano se atrevió a atacarle. «Estoy tranquilo, voy día por día. Esto me da moral», dijo el escalador sudamericano. A medida que él se vaya calmando, más tenso se pondrá Roglic. En medio, emergen las dos víctimas de los abanicos. Pogacar y Landa. El esloveno es un volcán. Con él todo es posible. Ciclistas de su talla cambian las carreras. «Creo que voy a hacer grandes cosas en este Tour», avisa. Ha mandado en las dos etapas pirenaicas. Y Landa, maltratado habitualmente por esta ronda, ha comprobado ya que tiene piernas para sublevarse, lo que más le gusta. Lo que más le gusta a la afición. Pese a las cadenas con las que el Jumbo de Roglic quiere atar la carrera, es un Tour incierto. Ideal para el mejor corredor que existe: el valiente.
De eso sabe la historia de la Grande Boucle. En un parque de Pau están las fotos de los ganadores del Tour. Nombres bordados en la memoria de este deporte. Iniciar ahí la etapa motiva. Se notó. Todos estaban dispuestos a dar un paso adelante. El comienzo fue al ritmo de un toro mecánico. Se subía un corredor a la fuga, le tumbaba el pelotón y, de inmediato, saltaba otro. Locura. Así estuvieron una hora, hasta que abrieron al cuesta de Hourcere, encadenada con el Soudet. Palabras mayores.
El techo del día se cerró. La nube bajó para empapar la carretera y velarla con su niebla. «Se ha salido a tope y a tope se ha llegado», resumió Enric Mas. Hasta se notaba el frío. A eso está habituado el suizo Hirschi, campeón del mundo y de Europa sub'23. Es su primer Tour. Y entre bosques se sintió como cuando iba con su padre por las praderas suizas con sus bicis de montaña. Hirschi, que tiene como asesor a Cancellara, aprovechó ese momento en el que los favoritos tienen un pedaleo deconfiado. Cuando todos se miran. Y se marchó con otros fugados. Los dejó y, gran ciclista, se atrevió con toda la etapa que quedaba.
Cuando la escapada se forma ya en un puerto así, es siempre buena. A por Hirschi fueron Omar Fraile, Kamna, Martínez... y dos gregarios que algo tramaban. Uno era Castroviejo. ¿Anticipaba un ataque de Bernal ya en la subida a Marie-Blanque? El otro era Formolo, que está al servicio del meteórico Pogacar. ¿Repetiría exhibición el esloveno? Esas cuestiones las zanjó el equipo Jumbo, el de Roglic, que los cazó al ritmo incombustible de Van Aert. Cuando el belga chasquea el látigo, el pelotón se estremece y se recoge. Antes de afrontar Marie-Blanque, sólo quedaba ya por delante Hirschi, un talento que parece valer par todo. Tiene pegada para las clásicas, sube y, bajo la batuta de Cancellara, se ha aliado con la aerodinámica.
El suizo economizó los tres minutos y medio de ventaja. No descosió la figura. Y cruzó el puerto con unos metros sobre Roglic y Pogacar, que casi se caen en la pelea por las bonificaciones. Son eslovenos, colegas. Se dieron la mano. Quizá en este Tour se den de tortas por la medalla de oro. Con ellos iban Bernal y Landa. Los cuatro del Tour. Hirschi afiló cada curva del descenso. Hábil, apostó a todo o nada en cada giro, pero los cuatro le cogieron ya con Laruns al fondo. El suizo, que también es rápido, buscó en el sprint el triunfo que tanto tiempo había acariciado, pero no pudo con los amigos eslovenos. Roglic, segundo en la meta, se vistió de amarillo y Pogacar, el primero, recogió la etapa previa al día de descanso y a un miedo nuevo: los tests PCR para saber si algún corredor es víctima del coronavirus.
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