La gran aventura inacabada de Van der Poel
El neerlandés, escapado junto a Rickaert, fue cazado a 700 metros de meta después de 174 kilómetros de fuga en una etapa ganada por Merlier
En una carrera de 3.380 kilómetros de recorrido, setecientos metros no son nada, o eso puede parecer en un análisis de trazo grueso, poco ... sutil. Tampoco parece demasiada distancia después de una escapada de 174 kilómetros, pero ese tramo hasta la meta, en el centro urbano de Chateauroux, que se proclama a sí misma como la ciudad de Cavendish por las victorias que allí logró en el pasado el ciclista inglés, puede ser, para el periodista, la diferencia entre una crónica épica, plagada de ditirambos, un intento de acercarse a la epopeya, u otra en la que se salpican lamentos por lo que pudo ser y no fue, nostalgia por algo que finalmente no ocurrió.
Setecientos metros en Chateauroux después de rectas interminables, curvas de 90 grados que ponen las orejas tiesas porque cambian la dirección del viento, son como la diferencia entre un disparo que pega en el palo o entra en la portería en el último segundo, el triple que hace la corbata y se sale cuando ya ha sonado la bocina, o esa pelota que golpea en la cinta de la red y cae a un lado o a otro, como en 'Match Point' de Woody Allen, ambientada en Londres, donde mientras las crónicas ciclistas comienzan a describir la homérica hazaña no completada de Mathieu Van der Poel, se juega la final de Wimbledon.
Millones de piernas pedaleaban en el sofá y sufrían las punzadas del ácido láctico como si fueran las de Mathieu Van der Poel, solidarias con el esfuerzo del nieto de Poulidor; estiraban el cuello los espectadores atentos para ver en la pantalla de plasma si el pelotón estaba a la vista, como si fueran el propio Van der Poel girando la cabeza para observar, a través de los espejismos del tórrido asfalto, si los lebreles cazaetapas se acercaban con su siempre inmisericorde determinación.
En situaciones así, todo el mundo se solidariza con el débil, aunque sea un ciclista superclase como Van der Poel, un genio generoso del ciclismo, nunca una pedalada de menos, caído por la impiedad de los llegadores en una ciudad que rinde homenaje al más implacable de todos en la carrera francesa, el hombre que batió el récord de victorias en el Tour. Así que, pese a todo, las crónicas se tienen que llenar con ditirambos y elogios sin medida al gran Mathieu, que consiguió con su esfuerzo, y el de su amigo Jonas Rickaert, elevar todavía más la temperatura y convertir la etapa en la segunda más rápida de la historia del Tour, 50,013 kilómetros por hora, por los 50,355 que consiguió Mario Cipollini en Blois, en 1999.
Todo fue una travesura, un pacto entre amigos, que la noche anterior idearon en el hotel Van der Poel y Rickaert. «Queríamos ir a por todas», confiesa Mathieu. «Jonas me comentó que su sueño era subir al podio del Tour de Francia, y me alegró haberle ayudado a ganar el premio a la combatividad. Estoy muy contento. Estuvimos muy cerca, lo dimos todo». Se inició en cuanto Prudhomme dio el banderazo de salida, en lo que parecía un entretenimiento para conseguir los puntos del primer sprint especial. Pero era algo más, una aventura, disparatada al principio, que se puso seria al final.
Un «gran espectáculo»
«Fue un día muy difícil; las carreteras no estaban hechas para dos hombres solos al frente, sobre todo con el viento que obligó a los equipos de la clasificación general a correr». Derrengado en la meta, Van der Poel estaba satisfecho por lo que pudo hacer junto a su compañero. «Es duro no haber podido llegar hasta el final, pero dimos un gran espectáculo. No compito por el maillot verde, solo por la escapada. Sufrimos, pero también disfrutamos».
Rickaert llegó a pensar que todo había sido una broma. «Le había dicho a Mathieu que siempre he soñado con subir al podio del Tour y estar presente en esta ceremonia». Su compañero le dijo vale, nos vamos. «Pensé que bromeaba, pero iba en serio. Así que seguimos». Siguieron casi hasta el final. Rickaert le dijo a su amigo que siguiera solo, que le abrazaría en la meta.
Y siguió, claro, hasta la pancarta de 700 metros a meta, cuando los implacables sucesores de Cavendish le adelantaron por la derecha y por la izquierda, en una recta ancha e interminable. Milan, inspirado por su triunfo en la víspera, quiso repetir, pero a pura fuerza Tim Merlier vino desde atrás para arrebatarle la gloria.
El líder de la general, Tadej Pogacar, no tuvo problemas, pero sí que sufrió un gran revés, la pérdida de Joao Almeida por las secuelas de su caída hace tres jornadas. «Estamos muy tristes. Joao estaba en un estado de forma excepcional, era un compañero de equipo muy importante. Sufrí mucho hoy, así que no puedo imaginarme cómo se debe estar sintiendo. Lo respeto muchísimo. Los dos últimos días perseveró hasta el final, no se rindió». Una baja trascendente en vísperas de la primera llegada en alto de la carrera. «Tendremos que reorganizarnos y cambiar un poco nuestros planes. Esperamos que el Visma», el equipo de Vingegaard, «lance su ataque».
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