Sam Bennet gana en Roa de Duero en un final marcado por una caída

Cruce de gestos y reacciones en la llegada a Roa, eje de la Ribera del Duero y cierre de la cuarta etapa de la Vuelta a Burgos. Las escuadras de los llegadores, más en Groupama que en Bora, Israel o Jumbo, maldecían su mal fario al ver que todo el trabajo del día se iba materialmente por los suelos y en el peor momento. En Deceuninck, muy al contrario, empezaba a reafirmarse la tesis de que rodaban tocados por la varita de los dioses.

En el portalón del último kilómetro, el giro en codo que daba acceso a un repecho tendido después de varios recovecos en vaivén sobre al menos tres rotondas, el equipo belga optó por marcar la trayectoria de la jauría para evitar tanto mareo. Y esa medida de carácter preventivo, máxima en esta edición de la pandemia, acabó por convertirse en su mejor activo.

Con Bennett administrando la reserva, en la segunda fila perdió la trayectoria el último lanzador del bloque galo y terminó arrastrando a tres rivales en la caída, convirtiendo a otros tantos más en bolos y cerrando el paso al resto del paquete.

Sam Bennet, que llevaba la cabeza clavada en el asfalto imaginando el pleno, sintió el estruendo a las espaldas, giro la cabeza y escuchó a su escolta impulsarle hacia la meta a gritos. El irlandés no se lo pensó ni una milésima de segundo, aceleró las bielas y abrió una brecha de cuatro segundos vitales en la rampa para presentarse libre de marca aunque asfixiado en el olimpo. Su tercera victoria de la temporada, la mejor añada del irlandés que reafirma al equipo belga antes de la gran batalla en Las Lagunas, donde su líder, Remco Evenepoel, defiende el liderato con dieciocho segundos de ventaja en el zurrón frente al acoso de otro Bennett, el del Jumbo, y de Mikel Landa que rememora lo sucedido en 2017 para apurar las opciones de sumar un segundo triunfo en la ronda castellana, condicionado por sus 32 segundos de retraso.

Un incidente de carrera, lo que Felipe II habría incluido en el inevitable catálogo de 'elementos', decidió de esa manera tan abrupta una jornada que parecía ajustarse a los cánones de lo previsible.

Por delante 163 kilómetros que atravesaban la zona más vinatera de la provincia burgalesa, salida en desbandada de seis corredores que decidían tentar a la suerte a las primeras de cambio para llegar a distanciarse del pelotón en más de cuatro minutos, y reacción en bloque de Groupama, decidido a colocar a Gerard Demare en su sitio, después del fiasco de Villadiego, donde se le coló Gaviria por la gatera.

La faena de la escuadra gala, que sólo pareció contar con la colaboración de Bahrein en algún momento aislado y menos de CCC, sirvió para recoger de forma progresiva la cuerda concedida a Smit (Burgos), Cima (Gazprom), Sevilla, Ropero, Verza (Kometa) antes de comprobar cómo estos dos últimos quedaban fuera de la fuga. El primero para no imponer la tiranía de un equipo que había colado tres efectivos de un plumazo; el vasco porque se fue al asfalto al entrar desequilibrado en una curva.

La enterraron a doce kilómetros de la llegada, sin intuir lo que estaba por venir, después de ver cómo los dos 'kometas' se la jugaban a Cima tras deshacerse del resto de la patrulla, prolongando la agonía un poco más.

Después llegó el toque a rebato de Groupama y el berrinche de Damare que volvía a verse cortado y sin opciones, una volatta más. Que le diesen, como a Nizzolo, Cimolai o Taminiaux el mismo tiempo del ganador por mediar una caída a menos de tres kilómetros de la tiza, no sirvió en absoluto de consuelo. Se suponen que todos ellos rodaron sobre el trazado del día a una velocidad media de 42,28 kilómetros por hora. Pero Sam Bennett lo hizo antes y se movió más listo.