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Ibon Navarro es químico y dicta cátedras sobre la materia en el vestuario del Unicaja. Un equipazo, así en aumentativo, con unas señas de identidad ... bien marcadas, que este domingo demostró cintura de sobra para llevar a su terreno una final de Copa áspera y fea hasta el descanso. Un partido de alta tensión con palos en las ruedas y nada de neumáticos lisos en dos primeros cuartos de escaso ritmo.
Una velocidad de crucero que, teóricamente, favorecía más al Real Madrid. El conjunto malagueño acostumbra a dejar cadáveres deportivos por la cancha a base de un baloncesto alegre y controladamente vertiginoso, de posesiones cortas, entrega física sin excusas, hábil manejo de las rotaciones y el célebre lema de 'llegar jugando'. Sin embargo, este domingo se topaba con un tanteo corto en un duelo definitivo bastante más áspero que lírico.
Unicaja
Perry (27), Taylor (15), Kalinoski (8), Osetkowski (6) y Sima (7) -quinteto inicial-; Alberto Díaz (2), Carter (8), Barreiro (-), Djedovic (-), Balcerowski (-), Kravish (20) y Tyson Pérez (-).
93
-
79
Real Madrid
Campazzo (14), Abalde (6), Musa (4), Ndiaye (2) y Tavares (11) -quinteto inicial-; Feliz (7), Llull (14), Hezonja (10), Hugo González (6), Fernando (2), Ibaka (3) y Garuba (-).
Parciales 18-15, 21-21, 25-19 y 29-24.
Árbitros Pérez Pizarro, Perea y Aliaga. Sin eliminados.
Pero el cuadro del técnico vitoriano levantó su tercer trofeo en la competición (2005, 2003, 2025) con un merecimiento tal que no admite debate. Aceptó esos números avaros de anotación tras los dos primeros cuartos en una prueba de versatilidad competitiva. Algo así como gritar al auditorio entero que puede ganar mediante su propuesta efervescente que conjuga júbilo adelante y compromiso atrás -tal como evidenció a la vuelta de los vestuarios- y también en la sobriedad de los números bajos.
A la final llegaban el talento ofensivo del Unicaja (95 puntos de media en los dos compromisos previos a la final) y un Real Madrid severo atrás (promedio de 66). Y aunque el ritmo antes del descanso encajaba mejor en la filosofía merengue, el grupo de Chus Mateo vivió incómodo toda la velada. En la noche de la verdad le fallaron Musa y Hezonja -'cuatro' elegante y completo que en sus mejores actuaciones ejerce de factor diferencial- y la escuadra blanca también perdió la batalla de las pizarras.
El Madrid necesitaba más argumentos que la consabida fórmula 'Campazzo&Tavares'. Y se quedó a la intemperie por inferioridad de baloncesto y mal porcentaje triple antes del último acto pese a su dominio reboteador. En cambio, el rival andaluz enseñaba más cuajo y una hegemonía dentro del relativo equilibrio por la buena puntería de tiros abiertos desde el arco. Formidable, en este sentido, el pívot Kravish de la muñeca bendecida.
El plantel de Ibon Navarro no se descompuso ni siquiera con la segunda falta personal de Sima, enorme en la semifinal ante el Tenerife, cuando su adversario cargó de entrada el juego en la zona para mayor rédito de Tavares. El gigante caboverdiano le endosó otras tantas a Balcerowski y quiso abrir una vía de agua en el caso malagueño de esa forma. Pero no hubo manera. Su ataque recordaba a un sudoku sin resolver hasta el punto de que el reloj de veinticuatro segundos le engulló dos posesiones.
El encuentro siempre generó sensaciones de gobierno a cargo del Unicaja. El 62-50 al borde del intermedio reflejaba el dominio verde ante un cada vez más descompuesto equipo blanco que se dejaba la piel de las manos en un ejercicio desigual de sokatira. Sin más aliados que se incorporasen a Tavares y Campazzo es muy difícil combatir el poderío coral del Unicaja. El base argentino no se notó cómodo, aunque siempre aplica su veneno, incluso en los peores momentos. Es él hasta cuando no lo parece.
De hecho seis puntos suyos consecutivos retrasaron la primera sentencia condenatoria para el Real (de 74-60 a 76-70). Pero se trataba de arranques de coraje individuales frente a una armadura coral que convertía cada intento de canasta merengue en un parto doloroso. Si se trataba de comprobar entonces la entereza malagueña, la duda quedó holgadamente resuelta con su excelente trabajo corporativo atrás y tres hombres fundamentales adelante.
Cuando mucha gente ya intuía a Taylor con el premio de MVP en las manos por su magnífico repertorio de fundamentos -inolvidable el traje en el 'uno contra otro' a Musa dentro de la pintura- explotó Perry la traca. El base de la coleta, energía en estado puro, manejó el desenlace del duelo con una maestría insuperable.
El timonel de Ibon Navarro dictó las normas de modo autoritario por lectura de las mejores situaciones y decisiones propias, incluidos dos misiles de largo alcance. Y como escudero de ambos, Kravish -cinco dardos lejanos de seis intentos- ofreció una clase notoria de colocar el bloqueo directo para abrirse y clavar puñales desde el arco. La imagen de la final podría ser la de Perry robando una pelota bombeada a Tavares en ese emparejamiento circunstancial que evocaba a Tip y Coll.
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