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¡Sí, me quiero!

Martes, 10 de marzo 2020, 21:38

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Me quiero. Me quiero infinito. Me acompaño, me doy la mano, soy mi máximo apoyo en los momentos difíciles y, hoy por hoy, en el año en que cumpliré 50 confirmo que puedo contar conmigo en cualquier situación. Y a ustedes qué les importará lo que yo me quiera o me deje de querer si ustedes vienen aquí para leer sobre deporte practicado por mujeres, ¿o no? No contesten a esta pregunta, hoy voy a hablar de amor y de deporte, aunque no lo crean tiene todo el sentido del mundo.

Acaso no es el amor el deporte más practicado por las mujeres en los últimos 20 siglos. Bajo la capa de esta práctica deportiva las mujeres somos capaces de pulverizar todos los récords del mundo: de corredoras de fondo en distancias familiares, de los maratones intensos de jornadas dobles, de travesías solitarias para conseguir cobrar como tu compañero... Entrenamientos intensivos para poner límites y aprender a decir NO con la misma fuerza que Serena Willians golpea su raqueta. Partidos con prórrogas para poner lavadoras nocturnas cuando las criaturas están enfermas. Saltos triples mortales con pirueta doble para llegar a todo sin despeinarnos.

El amor es tan exigente como los deportes de élite. Y nosotras hemos sido educadas para amar sin medida, para estar presentes, para darnos y entregarnos como si la vida fuese una olimpiadas. El amor, ese deporte de riesgo...

Todo este entrenamiento se vuelve perezoso, lento, farragoso cuando el amor del que hablamos es el que nos damos a nosotras mismas. Entonces, en vez de entrenar a diario, el sofá se convierte en nuestro aliado y Netflix nuestra mejor amiga. No queda tiempo para querernos a nosotras mismas, no es tan urgente, no es tan necesario, nosotras podemos esperar a la próxima.

Pues de todo esto me he dado cuenta buceando esta mañana. Resulta que llevo años intentando bucear un largo y pocas veces lo he conseguido. Esta mañana mientras lo intentaba me he dado cuenta que bateo tanto las piernas, con tanta fuerza, con tanto miedo a no alcanzar mi objetivo, que antes de llegar me he gastado todo el oxígeno.

En el primer intento he llegado a mitad de la piscina, he salido corriendo del agua con la sensación de que iba a morir ahogada (¡cómo me gusta un drama!). En el segundo intento, siendo consciente de que me esforzaba demasiado, he intentado relajar la boca, dar menos a las piernas... No he llegado pero he disfrutado más del largo. ¡A la tercera va la vencida! Y así ha sido. He reducido la patada, he aprovechado el impulso, he disfrutado de las sensaciones del agua rodeando mi cuerpo, del silencio, de la ingravidez... y he llegado. He tocado la otra pared y me he sentido fuerte y poderosa.

Mientras recuperaba el aliento he atado cabos. En el amor, en la vida, en el deporte, el sufrimiento no es nuestro aliado. Apretar el culo, pensar que no soy suficiente, poner el objetivo fuera de mí, hacer a lo loco no me ayuda, no es útil, ¡¡no funciona!! Sin embargo, perderme en la maravillosa sensación de deslizarme bajo el agua donde no existen los sonidos, ni los pensamientos, ni el peso, solo el suave dejarse llevar. Confiar en mí misma, en mi cuerpo, en mis fuerzas, recursos, en mi forma de hacer las cosas.

Deslizarme en el agua, en la vida, en el amor... Disfrutando de cada una de las brazadas, contar conmigo, quererme más y mejor. Dejar de sufrir por alcanzar objetivos externos y ponerme yo en el centro. Que el amor no sea un deporte de riesgo y se convierta en agua templada.

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