Hace 44 años Nadia Comaneci nos dejó con la boca abierta
Se convirtió en la primera gimnasta en lograr un 10 en unos Juegos Olímpicos. Hoy sigue en perfecta forma
La gente espera. Lívidas, las gimnastas soviéticas van y vienen por la zona reservada a los entrenadores y a las deportistas que ya han concluido su ejercicio. Lo saben. En cuanto a las compañeras del equipo rumano, parecen desesperadas. Una junta las manos. Otra susurra una y otra vez la misma frase. Una tercera permanece echada con los ojos cerrados. Nadia, algo apartada, con la cola de caballo torcida, no mira en ningún momento el marcador. Y es a él a quien ve primero, a Béla, su entrenador, de pie, los brazos hacia el cielo, la cabeza echada hacia atrás. Al fin descubre su nota, un terribe 1 sobre 10 que aparece en cifras luminosas frente a las cámaras. Uno coma cero cero. Repasa mentalmente posibles fallos, ¿qué ha podido hacer para merecer eso?
Béla la abraza, no te precupes, pequeña, presentaremos una reclamación. Pero ella se fija en uno de los jueves, que se ha levantado y tiene lágrimas en los ojos y la mira fijamente. El juez abre y cierra la boca, pronuncia palabras inaudibles (el público se ha puesto en pie y los pies de 18.000 cuerpos rugen contra el suelo), miles de flashes forman una lluvia de destellos heterogéneos y ella entrevé esas dos manos. Entonces tiende también sus manos y le pide una confirmación, ¿es un diez? Él asiente lentamente con la cabeza mientras mantiene los dedos extendidos frente al rostro, centenares de cámaras tapan a la niña, las compañeras del equipo rumano bailan a su alrededor. Sí, ese uno coma cero cero es un diez.
La perfección cumple 44 años. La que seguramente sea la mayor hazaña olímpica de la historia tuvo lugar el 18 de julio de 1976 en un polideportivo de Montreal. Su protagonista no fue otra que Nadia Comaneci, la mujer que popularizó la gimnasia. Un ejercicio inmaculado en barras asimétricas le valió el primer 10 en la historia de la competición moderna. Con 14 años, esta gimnasta rumana escribió una de las páginas más gloriosas de la historia del deporte. Cuando acabó su ejercicio, el marcador indicó un sorprendente 1.00. A la empresa de relojes Omega le habían dicho que un 10.00 no era posible y lo había fabricado sólo de tres cifras. La confusión inicial dio paso a la euforia y Comaneci tuvo que volver al estrado para saludar. El público canadiense había enloquecido y aclamaba a la nueva estrella de la gimnasia. Es más, a algunos jueces les habría gustado ir más allá y darle once sobre diez. O inventar cifras nuevas.
Comaneci finalizó su carrera con cinco oros olímpicos (tres en Montreal'76 y dos en Moscú'80), dos otros mundiales y nueve oros europeos. En 1989, con 28 años, decidió desertar ante el acoso del régimen de Ceausescu, y lo hizo a pie hacia Hungría. En los últimos años, se ha dedicado a infinidad de proyectos solidarios desde su residencia en Estados Unidos. Pero casi cada 18 de julio suele celebrar su diez con unas piruetas.
Nadia Comaneci nació en Onesti (Rumanía), al pie de la cordillera de los Cárpatos, el 12 de noviembre de 1961. Su padre era mecánico y su madre trabajaba en una oficina. A los seis años comenzó a practicar la gimnasia y en su debut como atleta, en el primer Campeonato Nacional Infantil, quedó tercera. Sin embargo, al año siguiente la pequeña ya ganó todas las competiciones nacionales en las que participó, convirtiéndose en la primera gimnasta de su país. Además de poseer unas innatas condiciones extraordinarias para la gimnasia deportiva, Nadia ya mostraba una disciplina de hierro, una capacidad de trabajo excepcional, además de una enorme ambición por ser la número uno.
No resultó extraño, por tanto, que fuera reclutada por el prestigioso entrenador Béla Karoly quien, junto con su esposa, Marta eran considerados los preparadores más célebres del país, siendo responsables por aquel entonces del equipo nacional de Rumanía. En 1971 obtiene su primer triunfo internacional en la Copa de la Amistad en Bulgaria. Será al año siguiente, sin embargo, cuando los técnicos de todo el mundo se fijen en ella al conseguir dos medallas de oro en la Copa de las esperanzas olímpicas, con sólo once años. En 1975, a los trece años, Nadia apabulló a las soviéticas en la prueba individual de los Campeonatos de Europa celebrado en Skien, Noruega ganando tres medallas de oro y una de plata.
Hay que recordar que, desde el fin de la segunda guerra mundial, Rumanía había pasado a ser un país satélite de la entonces todopoderosa U.R.S.S. y no estaba nada bien visto desde Moscú que un atleta no soviética destacara con tanta diferencia de las gimnastas 'oficiales' del régimen. Esto provocó más de un problema con Nadia y su equipo a lo largo de su carrera. Las anteriores victorias, además de la que consiguió en el Torneo de Campeones de Londres, hicieron que llegara a los Juegos Olímpicos de Montreal como ligera favorita.
Allí, sobre la barra de equilibrios, Nadia recolectó tres dieces después de unos saltos mortales totalmente desconocidos e innovadores para la época. En las barras asimétricas anotó dos notas máximas más en la competición individual y por equipo. A pesar de tantos triunfos, la gimnasta rumana jamás permitía que su rostro mostrara demasiada alegría o satisfacción. En la competición individual fue primera con más de 0,600 puntos de ventaja sobre la segunda clasificada. Con el equipo rumano, sin embargo, logró la medalla de plata. Nadia fue también bronce en suelo y cuarta en salto. La apodaron «el hada de Montreal».
Tras su retirada, Nadia sólo sale de casa para asistir a las fiestas del clan de los Ceaucescu. Va a parar a los brazos de Nicu, hijo menor del dictador con el que mantiene una relación tormentosa y turbulenta. En 1989 conoce a Constantin Panait, un rumano que vivía en Florida y se enamora de él. Protagonizan una fuga rocambolesca tras cruzar a pie la frontera con Hungría y pedir asilo en la embajada de Estados Unidos. Aquello supuso un golpe para el régimen comunista rumano.
Una vez en el país norteamericano, Panait vuelve con su mujer y sus hijos y Nadia se traslada a Montreal, donde vivió durante un año. Finalmente se traslada a Oklahoma, Estados Unidos, con su nueva pareja, el también gimnasta Bart Conner con el que funda y promueve una escuela de gimnasia. En marzo de 2000 fue declarada mejor gimnasta femenina del siglo XX por la Federación Internacional de Gimnasia. Hoy Nadia Comaneci mantiene un estado de forma envidiable y cuenta con 1.500 alumnos.