Ainhoa Sánchez, la única acróbata aérea de España, es de Bilbao
«Una vez me comí dos mosquitos», comenta esta mujer para quien bailar danza clásica a 500 metros sobre el suelo y a 240 kilómetros por hora es pan comido
La bilbaína Ainhoa Sánchez tiene una pasión fuera de lo corriente. Para esta mujer, encaramarse sobre una biplano construido en tubo, tela y madera igual al que persigue a Cary Grant en 'Con la muerte en los talones', de Alfred Hitchcock, una Boeing Stearman, y bailar danza clásica a unos 500 metros de altitud y a 240 kilómetros por hora es pan comido. El wingwalking, también llamado circo aéreo, es lo que le «llena». Se trata de una actividad aeronáutica que se desarrolló en los años 20 del siglo pasado en Estados Unidos. Sí, esta mujer es capaz de pasear (walking) y hacer acrobacias en pleno vuelo y luciendo sonrisa sobre las alas (wings) de su aeroplano construido en los años 40. Además, estudia para obtener la licencia de piloto privado, «porque esto no tiene nada que ver con volar un rato y quiero estar preparada en todos los aspectos».
Ainhoa ha hecho exhibiciones en Irlanda del Norte e Inglaterra y en España, en León y en Murcia. En 2017 compró su propio avión y está sumida en la adaptación del aparato para sus necesidades y en los preparativos de su propio equipo. De momento cuenta con el piloto Carlos Bravo, piloto de la Fundación Infante de Orleans (FIO, un organismo que trabaja en el aeropuerto Cuatro Vientos en Madrid para la conservación del patrimonio aeronáutico español y que posee una de las mejores colecciones en Europa de aviones históricos en vuelo). A la hora de volar, Ainhoa desgrana algunas anécdotas. «Una vez me comí dos mosquitos. Otra vez llovía mientras estaba ahí arriba. La lluvia es molesta, es como si cayeran proyectiles en tu cara«, comenta esta pionera en una disciplina desconocida por estos lares, una locura para el común de los mortales, advierte antes de explicar los orígenes de esta actividad para la que se necesita controlar el vértigo. Ainhoa se distingue del resto en que domina la danza clásica y practica además de forma habitual pilates y acrobacias circenses.
«Después de la Primera Guerra Mundial muchos aviadores estadounidenses recién licenciados del Ejército se quedaron sin trabajo», avanza. Al ejército norteamericano le sobraban cientos de aeronaves modelo JN-4 apodadas 'Jenny' que pusieron a la venta por 200 dólares (en origen costaban unos 5.000). Así que muchos optaron por comprarse uno de estos aviones lentos, monomotores capaces de operar en cualquier prado de dimensiones regulares y montaron empresas de transporte urgente. Otros decidieron ofrecer bautismos de vuelo a unos pocos dólares por persona, dar clases de particulares de pilotaje y hacer piruetas y números artísticos.
En estos shows, un aviador se dedicaba, en pleno vuelo, a salir fuera de una de las dos cabinas para subirse a las alas y realizar arriesgados movimientos ante la estupefacción del público. Los primeros wingwalkers fueron hombres, también había algunas chicas (hoy en día son sobre todo ellas las que permanecen en este mundillo). Lo mismo hacían que jugaban al tenis sobre las alas que pasaban de un avión a otro o trepaban al biplano desde una moto en marcha. Una actividad que aún se practica en Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá y Suecia.
Ainhoa empezó a volar en 2013. Más que volar, matiza que le gusta «bailar danza clásica fuera del avión». Su primera experiencia tuvo lugar el 3 de mayo de 2013 en Gloucester, Inglaterra, con un piloto «de plena confianza». «Todo comenzó en 2008. Estaba buscando fotos para elaborar el calendario anual corporativo que diseño para mi empresa. Elegí como tema la danza, el circo y los aviones históricos y encontré increíbles fotos de wingwalkers. Me puse a investigar y acabé contactando con Margaret Stivers, piloto y wingwalker profesional norteamericana ya retirada«. Ella, que dejó el wingwalking en 2013, ha sido su mentora desde entonces y además han labrado »una amistad muy bonita«. Para esta bilbaína, esto es »como actuar sobre un escenario situado a 500 metros del suelo«, señala con los ojos chisposos de una niña.
Esta especie de funambulista aérea aficionada a los bollos de mantequilla de Bilbao y al helado de queso Idiazabal con membrillo y nueces nació en Bilbao y se crió en Alcala de Henares (Madrid), donde aprendió danza clásica. En la capital vizcaína aún conserva a parte de su familia materna. En el wingwalking cuenta con el apoyo incondicional de su marido «porque le encanta verme feliz». Para las exhibiciones tiene un mono rojo, debajo se pone unas mono-ignífugo. Dice que «podría escribir infinitas hojas de lo que siento ahí arriba. Es como estar enamorada por diez veces. El olor del combustible, el ruido del motor, la belleza misma del avión. Es un privilegio trabajar con un material tan exclusivo. El empuje del viento en mi cuerpo y esa columna de aire que me presiona los brazos cuando los proyecto. Decía Helen Keller, escritora norteamericana, que la vida es una atrevida aventura o no es nada. Yo creo que merece la pena atreverse a vivir una aventura porque aquí vamos a estar de paso«. Habla de una manera tan apasionada, como si fuera capaz ya no de respirar, sino de respirarle al aire, que dan ganas de subirse con ella al lomo de la avioneta.