La verdad de las mentiras
Peter Shaffer y Milos Forman hicieron un retrato de Mozart en el que, a partir de falsedades e invenciones, transmiten a la perfección la esencia del genio
En una de las primeras escenas de la película 'Amadeus', un joven Mozart persigue durante una fiesta a una muchacha -luego sabremos que es Constanza, ... su futura esposa- y ambos se ocultan para jugar bajo una mesa. En una de las últimas, el compositor, apenas unas horas antes de morir, dicta a una velocidad sobrehumana las notas del 'Réquiem' que está componiendo a un Salieri convencido de que está ante un genio de tal magnitud que es mucho más que eso: es, en realidad, el escogido por Dios para hacer música.
Las dos escenas, que perfilan muy bien el personaje cinematográfico, son ficción. Pero, como diría Vargas Llosa, son la verdad de las mentiras. Sobre esa base, el resultado retrata al genio. Primero Peter Shaffer en su obra teatral 'Amadeus' y luego el director Milos Forman, con guion del propio Shaffer, en la película del mismo título, muestran a un compositor de carácter infantil, aficionado a los chistes vulgares, incapacitado para las relaciones en la corte, derrochador y en muchos aspectos de la vida, inadaptado. Un músico que carece de la educación exquisita que había recibido por ejemplo el propio Salieri, porque su padre, empeñado en hacer fortuna exhibiendo al muchachito por las cortes europeas, había renunciado a proporcionársela.
El elemento que más aleja a la obra teatral de Shaffer y la posterior película de la realidad es el de la rivalidad entre Mozart y Salieri y la hipótesis, más matizada en el filme, de que este pudo haber asesinado a aquel por envidia. Una falsedad que se puso en circulación con una obra teatral de Pushkin luego convertida en ópera por Rimski-Korsakov y en la que no hay más fundamento que algún comentario de un anciano Salieri que ya había perdido la cabeza y se vanagloriaba de haber matado a Mozart. La rivalidad fue más una disputa entre los libretistas de uno y otro, que también se jugaban los ingresos con la mayor o menor popularidad de las óperas, algo que en la película no se ve. Entre los dos compositores, al margen de algún malentendido del que quizá haya que responsabilizar a alguien tan difícil de juzgar como Leopold Mozart, hubo una buena relación que en largas etapas puede calificarse incluso de amistad.
Datos para avalar esa afirmación sobran. Van solo dos. Cuando en 1788 Salieri fue nombrado maestro de capilla en Viena, organizó una función para inaugurar esa etapa. Él mismo había escrito un buen puñado de óperas, pero eligió 'Las bodas de Fígaro', de Mozart. Y este, para el reestreno en la capital austriaca de 'Don Giovanni' y 'Las bodas', añadió dos arias de gran lucimiento para que las cantara la soprano Catalina Cavalieri, quien, como todo el mundo sabía en la ciudad, era la amante de Salieri.
Más allá de esa rivalidad inexistente, el personaje de la película y el Mozart real se parecen mucho. El muchacho inmaduro, insufrible incluso, era tal. Su música es divina, pero con frecuencia oculta chistes y trampas. Porque lo mismo escribía una canción de forma que, al interpretarla un cantante que no dominara el idioma, daba lugar a malentendidos con los que se morían de risa los asistentes, que ponía títulos que incluso hoy nos llaman la atención. Ahí están dos canciones que no dejan lugar a dudas sobre el tema que tratan y que nadie esperaría encontrar en el catálogo de Bach, por citar a otro de los más grandes: 'Bésame el culo' y 'Lámeme el culo hasta que me quede limpio'. Ambas están escritas por el mismo compositor capaz de crear bellezas insondables como los movimientos lentos de los conciertos para piano Nos. 21 y 23 o piezas de tanto dolor y resignación como el 'Lacrimosa' del 'Réquiem', la última parte de la composición que dejó terminada.
Otros apuntes resultan esclarecedores. Como el momento en que Salieri, en la película, convence a la doncella de Mozart para que le enseñe un manuscrito de este. Al verlo, lo entiende todo. En la partitura no hay apenas correcciones. La música fluye de la cabeza de Mozart ya perfecta. Eso explica también su extraordinaria rapidez a la hora de componer. Tanta que de no haber testimonios documentales sería casi inverosímil. La escena entre Salieri y la doncella es ficción, pero se conservan manuscritos de Mozart que prueban esa ausencia de tachaduras. Algo que llama más la atención si se comparan por ejemplo con los de otro genio, Beethoven. Los de este las tienen, y muchas.
¿Era Mozart como en las obras de Shaffer y Forman? Sí en esencia, aunque no en muchos detalles. No culpemos por ello a ambos. Es imposible retratar de forma adecuada a un genio absoluto.
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