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Desde hace casi un siglo, Unamuno tiene por costumbre inveterada morir el 31 de diciembre. Hay quien piensa que lo hace para llamar la atención, ... como en vida, cuando fue una referencia, como se dice ahora, en España, en Europa y en América. Unos meses antes de morir, el filósofo vasco, ciudadano de honor de la República, recibió el doctorado Honoris Causa por las Universidades de Oxford y Cambridge, por las dos a la vez. La Universidad de Salamanca, la suya, de la que fue expulsado en tres ocasiones del rectorado (Alfonso XIII, la II República y Franco), ha tardado casi otro siglo en concederle post mortem el doctorado Honoris Causa. Lo sometieron a votación y alguien le ganó a don Miguel a los puntos.
Bien es verdad que la Universidad salmantina, cuyo prestigio nadie ha elevado en la historia desde Francisco de Victoria o Nebrija hasta él, mantiene viva su memoria en la Casa Museo que lleva el nombre del filósofo rector. En los meses precedentes han publicado libros, hecho exposiciones, conferencias y programas, científicos y divulgativos, sobre el significado de la obra y persona del inventor de la nivola. Un telegrama de Albert Einstein de apoyo a Unamuno, hallado ahora en la documentación salmantina, ha hecho que se hable más de él que de la poesía, el pensamiento o el papel histórico en la vida pública de este vasco moderno e irreverente contra todo poder (Alfonso XIII, República, Franco).
La memoria del deceso convoca diversas manifestaciones culturales fuera de la Universidad. El profesor Francisco Blanco ha presentado en el ayuntamiento, donde fue concejal el vasco, un libro que cuenta esa relación honda y constante del filósofo con la ciudad del Tormes. Blanco creó hace diez años la Asociación de Amigos de Unamuno en tierra charra. En el País Vasco la creamos, con la importa de Ángel Ortiz Alfau, en 1986. Pero murió el mentor y agonizó la asociación. Pablo Zapata y algunos voluntarios han decidido ahora rehacer la Asociación de Amigos de Unamuno en Bilbao, abriendo horizontes de futuro.
Unamuno murió el último día de1936, cuando en las calles de este país, detenida la historia y el odio encendido, corría más la sangre que el frío. Estaba al calor de un brasero, solo en su soledad, y decidió morirse sin pedir permiso a nadie. Bueno era él para dejar que nadie tomase decisiones sin su permiso. La autopsia por hacer revelará que murió de tristeza.
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