El teatro casi imposible de Yorick
¿Premio salvador? ·
La librería especializada, que se trasladó a Madrid desde Bilbao, recibe el Talía por su labor de divulgación pero afronta un futuro inciertoEduardo Laporte
Sábado, 5 de julio 2025, 00:15
Si el teatro tradicional tiene tres paredes físicas y una imaginaria, el de Carlos Gil Zamora (Barcelona, 1950) sería más bien una construcción imposible como ... las de Escher, que parece que no lleva a ningún lado pero lleva a todas partes. En este caso, al corazón mismo de una pasión que ha atravesado la vida de este nómada de las artes escénicas que, no obstante, siempre ha tenido su centro gravitacional en Madrid.
A finales de los setenta se instaló en Vitoria, a donde iba para una temporada corta y vivió veinte años; luego en Elorrio y finalmente en Bilbao. El 27 de marzo de 2006, Día Mundial del Teatro, se inauguró la librería Yorick en la calle San Francisco, que daba continuidad presencial a la pionera librería online. «Compramos una lonja donde cabía la librería y la redacción (para la revista Artezblai y la editorial de teatro del mismo nombre). Una cosa maravillosa», recuerda casi veinte años después, desde la librería de Lavapiés, en Madrid, cuyo futuro es más que incierto a pesar de la caricia de los premios.
Un reconocimiento simbólico, el Talía a los Estudios y Divulgación de las Artes Escénicas, que supone un espaldarazo moral, pero, ¿ayuda a superar las dificultades arrastradas desde la pandemia? El caso de Carlos Gil Zamora y su vida entregada al teatro, a sus distintas paredes, ilustra bien la condición en permanente crisis de un arte tan hermoso como duro.
En uno de los textos que cada lunes publica en la web de Artezblai, este dramaturgo, director, editor y, desde 1982, crítico teatral, se despedía con un «corto y cambio. Nos seguiremos viendo en los teatros». Asumía así un probable cierre de la librería Yorick de Madrid, que tomó el relevo de la clásica La Avispa y buscó en la capital de España la sostenibilidad que no encontró en Bilbao. «Fue una etapa buena, pero a los pocos años asumimos que no había masa crítica para sostener una librería especializada en teatro y hubo que tomar la decisión de llevarla a Madrid», recuerda.
A finales de 2011, Yorick se estableció en la capital como 'cuartel general' de toda una constelación dedicado al teatro. A su difusión y fomento, pero también a mantener viva la llama de un entusiasmo que, al menos en el caso del capitán de todo este ecosistema dramático (en el mejor de los sentidos), se mantiene intacto. El creador de la editorial Artezblai y su correspondiente revista ('Artez', que aún se edita en papel, con seis números anuales), y el último de Filipinas de la librería Yorick sigue acudiendo a los estrenos teatrales con disciplina casi devota. Como espectador, pero también como crítico (en medios del grupo Naiz), labor que ejerce desde hace más de cuarenta años. «Escribo cada día, y no es una metáfora». Casi siempre con su nombre y otras con un seudónimo de batalla: Raimundo Fitero, en un guiño a sus orígenes navarros.
Si acudir al cine empieza a ser cosa de nostálgicos, el teatro vive su propia realidad, entre la sempiterna crisis y unos brotes verdes que, por su condición de experiencia 'real', sin pantallas, le está dando un nuevo impulso. Según encuestas recientes de la SGAE, crece la asistencia al teatro: si en 2011 iba una de cada cinco personas, hoy son una de cada cuatro. Pero ¿qué pasa con el libro teatral? ¿Se venden ejemplares de 'El bar que se tragó a todos los españoles', por ejemplo', de Alfredo Sanzol? «¿Se venden libros de teatro, Marian? Dilo, dilo», interpela Carlos a la vendedora de Yorick: «No». ¿Y qué se vende entonces en una librería de teatro para que siga abierta? Libros de teoría e investigación sobre el teatro. Como 'El arte del actor en el siglo XX', de Borja Ruiz, 'Un encuentro feliz. Teatro y neurociencia', de Miguel Ribagorda, o 'Fundamentos de la puesta en escena en el teatro de Peter Brook', de Juan Antonio Bottaro, todos publicados en Artezblai y considerados obras de referencia, con varias ediciones.
Si bien hay editoriales, como Antígona, que han manifestado un aumento en sus ventas gracias a un interés creciente por el libro de teatro en papel, no deja de ser un nicho muy reducido, con apenas un 1% de títulos en comparación con el resto de géneros, es decir, unos 500 títulos nuevos al año (según datos de la Federación de Gremios de Editores).
Gil Zamora asume que el destino más sensato para Yorick, la única librería especializada en teatro de Madrid, es el cierre o, en el mejor de los casos, el traspaso a nuevas manos que mantengan el proyecto con otra gestión, proceso que ya está en marcha. Savia nueva capaz de levantar una cabeza que quedó muy tocada tras la pandemia («Ahí cambió el mundo. Hay cosas de las que aún no nos hemos recuperado») y un bajón en las ventas desde el invierno de 2024.
¿Y qué puede aportar un galardón como el Talía, de la Academia de las Artes Escénicas de España, en semejante encrucijada? A Carlos Gil, comenta sin abandonar su ironía amable, le hubiera gustado ganar el Premio Nacional de Teatro, que entrega el Ministerio de Cultura, con una dotación de 30.000 euros. El Premio Talía supone un gesto entrañable (además de una escultura dorada de considerable tamaño) que ayuda a mitigar los roces clásicos entre quienes conviven, y a veces pelean, en un mismo gremio. Así lo expresó el agraciado en una columna reciente: «Y resultó que nos dieron el Talía y que noté que a muchos académicos y no académicos les pareció adecuada la concesión, y vi caras risueñas cuando recogí la estatuilla, y eché en falta otras, pero al final, debo confesar que mi tendencia al enrocamiento se derrumbó en unos instantes».
¿Pero ayudará este reconocimiento a prolongar la vida de Yorick bajo la batuta de su alma mater? De momento, sobrevive ante a una librería abierta justo enfrente, de varios cientos de metros cuadrados y un alquiler astronómico. Por suerte o por desgracia, cultura y recursos económicos están condenados a entenderse. En cualquier caso, él habla con la conciencia tranquila de quien ha dedicado su vida al teatro. «Yo ya tengo todo hecho. ¿Y la librería? No deja de ser curioso que lleve el nombre de un personaje reducido a una calavera a la que Hamlet se dirige como un símbolo de nuestra condición mortal y efímera».
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