Todos los libros
Cuando era niño imaginaba la maravilla de vivir, como un amigo que tuve, en la trastienda del local donde su padre vendía tebeos. Me parecía ... un privilegio insuperable tenerlos a mano recién salidos a la venta, cada semana. Imaginaba el placer de seguir las aventuras de los personajes desde que se conocieron. Recuerdo una tarde en que otro amigo trajo a mi casa un tocadiscos de pilas y puso varias canciones de los conjuntos de moda. Qué maravilla también, me pareció, ponerlos una y otra vez, cuando uno quisiera, a todas horas.
Ahora se puede conseguir casi cualquier libro en las bibliotecas públicas y leerlo como toda la vida o en casa en una tableta, gratis total. Todos los discos, incluidas variadas versiones de los mejores directores y las mejores orquestas, se pueden oír tan solo con escribir el título en una plataforma de precio casi simbólico. Pasa lo mismo con las series y películas, hay tantas que no sabes, a veces, cuáles elegir por mucho que procures estar informado. Se tarda mucho en seleccionar, y no siempre se acierta. Pasa igual con la intimidatoria oferta de una librería bien provista, con la lectura de los catálogos interminables de libros y discos antes de decidirte por uno, con las reseñas de los periódicos y las revistas especializadas. Esa completitud, que en la infancia parecía propia del paraíso, les hace perder a los libros y a los discos, a las series y películas, aquella emoción instantánea que producían los descubrimientos. Esa abundancia llega a causar cierta desgana, decae con ella la curiosidad.
El acceso tan inmediato a casi todo, con un chasquido de los dedos, genera una mezcla de vértigo y pereza. Lejos de proporcionar el placer extraordinario que imaginaba en la niñez, se asemeja cada vez más a la contemplación pensativa de las estrellas, al vértigo del universo o la idea de eternidad. Se habla mucho del miedo del escritor ante el folio en blanco y de los largos periodos sin escribir que a veces le asaltan, relacionados con una lucidez que puede llegar a ser paralizante. También surgen, con el paso del tiempo, episodios de vértigo en el lector ante las páginas infinitas, llega la sospecha de que, como pasa en una vida larga con los días, las mejores páginas ya quedaron atrás. Leer a cierta edad, salvo si caen en nuestras manos o se recuperan de las estanterías libros excepcionales, es como seguir pasando mecánicamente páginas, cada vez más desvaídas.
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