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Guillermo Gómez Muñoz
Viernes, 18 de abril 2025, 21:07
El británico James Bond, espía por antonomasia del cine hollywoodense, anda desorientado: no sabe a quién matar. A la espera de órdenes, quizá le convenga ... rastrear su origen. El vocablo castellano y el inglés 'spy' proceden de una raíz germánica 'spaíhôn' cuya expansión deja huella por Europa. En castellano se documenta desde finales del siglo XIII, en 'El libro del Caballero Zifar', y es voz habitual en el XVI. Tirando del hilo germánico, llegamos a la raíz indoeuropea 'spek' (observar) y de ella nace una rica red de palabras, digna de la agenda de contactos de un espía del MI6. Además, de la evolución germánica de 'spaíhôn', también están las latinas 'species' o 'specio', de las que obtenemos palabras como 'especie', 'espectáculo', 'espejo', 'respeto' o 'sospechar'; o la griega 'spoko-', de la que heredamos 'horóscopo' o 'telescopio', todas vinculadas con la idea de observación.
Últimamente no hago más que imaginar a M en conciliábulos con gerifaltes de Hollywood. Tras casi un siglo en que las películas estadounidenses han construido nuestra imagen del mundo, de repente este ha cambiado. Los enemigos ya no son de la KGB -no vayan a ofender al exagente amigo del nuevo emperador de Mar-a-Lago-, sino espías chinos, resabiados canadienses, pérfidos europeos y desagradecidos ucranianos. ¡Cómo no va a estar 007 desubicado!
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